Desde la vereda de la casa de Dalmasso, el periodista de TN tenía la obligación de salir en vivo con la imagen de la casa detrás, cada 15 minutos. Como no había nada nuevo que contar, al encenderse la luz roja de la cámara, inventaba. Agudizando una tonada cordobesa que seguramente parecía simpática a los porteños —él era oriundo de Río Cuarto— tiraba al aire inventos improbables, versiones sin sentido y chismes disfrazados de noticias. En el piso sus compañeros se horrorizaban “Ohhh” “Ahhhhh” “Naaaaa” “¿Vos querés decir que Norita…?” y terminaban cada comunicación con el clásico: “Excelente Mario. Muy prolijo tu trabajo. En 15 minutos nos comunicamos de nuevo”.

Mario era ni más ni menos que Mario Massaccesi, el mismo periodista de TN que hace unas semanas fue interrogado con crueldad por Mirta Legrand cuando le hizo una pregunta violenta y desubicada sobre su vida privada.
La Voz del Interior, el diario más importante de la provincia, había hablado el primer día de “Crimen en un country de Río Cuarto” y todos —casi todos— repetían lo mismo. Aquella primera nota tenía algunos errores típicos de una nota hecha a las apuradas, pero era un buen resumen de lo que había. Sin embargo, el hecho de que Dalmasso viviera en un country era falso y muy pocos se preocuparon en aclararlo.
En una de esas no se aclaraba porque daba demasiada fiaca explicar que no era un country —entrábamos y salíamos como queríamos de Villa Golf—; pero lo cierto es que la mayoría de los periodistas no explicaban que era un barrio abierto porque era más lindo —y “vendedor” para los medios— meterse en la vida privada de un barrio privado donde vivía una mujer “rica e infiel”.
Perfil publicó en tapa que el hijo de Dalmasso, Facundo Macarrón “dormía con su madre”, pero cuando se abría el diario la noticia era diferente y decía que como todo niño Facundo se pasaba a la cama de sus padres hasta que cumplió los 5 años.

Lo importante no era informar, sino agudizar las sospechas existentes, sostenerlas todo lo posible e inventar otras apenas alguna se derrumbara. Clarín —sus enviados, no sus corresponsales— sugerían que iban a hacerle ADN a 18 hombres “vinculados con Norita” y la impresión era que ese “vinculados”, quería decir otra cosa porque el movilero años después maltratado por Mirta Legrand, aparecía al aire con la remera: “Yo no estuve con Norita” difundiendo el chiste, pero aclarando que para él eso estaba “mal, muy muy mal”. La violencia de género estaba ahí. Todos la ejercían.

El rol de los medios de comunicación en el caso Dalmasso fue vergonzoso y algunas cosas poco se conocen. Por ejemplo, un camarógrafo de Crónica TV se emborrachó en la noche de Navidad de aquel 2006 y no tuvo mejor idea que hacerle un chiste al viudo. Marcó su teléfono y le dijo: “Yo sé quién mató a tu mujer”. Después cortó y terminó pidiendo disculpas cuando lo descubrió la Policía.

Una periodista progre que da clases de “buen periodismo” como María Julia Olivan (ex conductora de 678 y ahora profunda crítica de 678) abordó a Facundo Macarrón y con un micrófono oculto lo engañó haciéndolo hablar de su madre.

Y miles de cosas más. En medio de esa vorágine de mentiras, los que publicábamos que los Macarrón no vivían en un country, que Dalmasso no tenía 18 hombres “cercanos” sino uno solo que se llamaba Guillermo Albarracín, los que nos negábamos a publicar las fotos de ella muerta que luego salieron en América 2, parecíamos claramente unos tontos.

Nuestros jefes nos increpaban: “Cómo que no es un country si todos dicen que es un country”, “El de TN dijo que pasó eso, vos ¿no ponés nada?”, “¿Cuál es el problema de ilustrar la foto con la remera de norita?”, “Mirá Clarín. ¿Por qué no tenés este dato?”. “¿Por qué la llamás Nora en la crónica y no Norita como hacen todos?”

Mucho antes de que en las redacciones argentinas se hablara de violencia de género y femicidio, el periodismo nacional dedicó días y días a ejercer violencia sobre una mujer asesinada de la que se inventaron las más fantasiosas historias con el único objetivo de vender diarios y morbo.

Nora Dalmasso debía vivir en un country porque eso la acercaba a María Marta García Belsunce. Nora Dalmasso debía tener 18 amantes porque una pobre mujer asesinada cruelmente por un animal que la sometió con desprecio pagaba mucho menos que lo que varios medios preferían sugerir: que era “una loca que se lo merecía”.

Nora Dalmasso no podía ser la madre de dos chicos, eso tenía poco morbo, no era rendidor. Nora debía ser lo que el público deseaba tras la construcción que los medios habían hecho de ella porque si no, quedaba en evidencia que todos habían mentido.

En medio de toda esa vergonzosa actitud del periodismo nacional, la familia Macarrón decidió demandar a Hernán Vaca Narvaja (Director de la revista El Sur) por “daño moral” a los hijos de Nora. En defensa de El Sur, puedo decir que en esa revista no se cosificó a Nora, no se violaron sus derechos. Quizá alguien puede criticar que esa publicación especuló demasiado, pero es innegable que Hernán Vaca Narvaja fue el periodista que más se animó a indagar en los negocios presuntamente oscuros del viudo con el poder cordobés. También fue uno de los pocos medios que indagó sobre la errática tarea judicial y las consecuencias nefastas que la evidente incapacidad del primer fiscal del caso, Luis DiSanto, tuvo en la investigación.

A mi entender el único error que puede adjudicársele a la revista es el de haber publicado datos sobre la hija menor de edad de la familia. Creo que ese es un límite que no debió cruzarse. La ley es clara al respecto. Sin embargo, de la sentencia se desprende que los jueces se consideran con derecho a decirle al periodista qué información es pertinente y qué información no lo es. En ese punto claramente se está atacando uno de los pilares de nuestra profesión. ¿Quién es un juez para decir que no se tiene que publicar una foto de la familia visitando la tumba? Para mí es imposible separar la sentencia contra Vaca Narvaja del contexto del que hablaba antes. Atacar a El Sur mientras se publicaron alegremente mentiras en todos lados. Pretender que lo que publicaba esta revista de pocos miles de ejemplares dañó más “moralmente” a la familia que las barrabasadas escritas y dichas en centenares de medios nacionales y provinciales más vistos, más leídos y más influyentes, resulta absurdo.

En la sentencia se hace referencia a una conferencia de prensa que se realizó en el Hotel Opera de Río Cuarto días después de la muerte. Estuve en esa sala y escuché a Marcelo Macarrón sentado junto a Facundo y al vocero de la familia, Daniel Lacase, hablar del caso. Allí Marcelo dijo que su mujer podría haber “cometido errores”, pero que no le correspondía a él juzgarlos. También dijo que confiaba en la Justicia y en la Policía. De hecho, en el mismo hotel estaban los policías a los que él, llamativamente, les pagaba la estadía a través de su amigo Lacase.

El mayor daño moral que ha sufrido la familia Dalmasso ha sido la lentitud de la Justicia, los errores garrafales de la Policía provincial que ensuciaron la escena del hecho, tergiversaron información y apretaron testigos complicando cualquier avance en el caso sin lograr nunca una hipótesis seria sobre el homicidio.

Que Hernán Vaca Narvaja sea el único condenado del caso, es también un daño moral a la sociedad.