Diego Sztulwark era militante del colectivo Situación en diciembre 2001. Tenía 30 años y, en sus palabras, se dedicaba a hacer “una investigación militante”, es decir un intento de participar de aquellas cosas que estaba haciendo la organización popular. “Había en aquel momento una cantidad de experiencias micropolíticas, muy situadas. “Cada organización popular, cada movimiento piquetero, los clubes del trueque, las asambleas en las ciudades eran, por un lado, movimientos muy locales, pero por otro preocupados y ocupados en otras cosas de enorme importancia para todos.”, explica. El 19, como muchos salíó a la calle para pedir que Domingo Cavallo abandone el ministerio de Economía. Y al día siguiente volvió a salir, cuando vio que las fuerzas de seguridad oprimían a las Madres de Plaza de Mayo. 

Hoy Diego es investigador y escritor. En sus libros La ofensiva sensible. Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político, de la Editorial Caja Negra y “Vida de Perro”, Balance político de un país intenso del 55 a Macri, basado en conversaciones con el periodista Horacio Verbitsky, se puede leer parte de su mirada sobre el estallido social que está cumpliendo 20 años. 

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—Era un tiempo en el que la política partidaria, la que habíamos vivido en los primeros 20 años de democracia, estaba absolutamente cuestionada en sí tenía valor o no, ¿no?

—Hay un pensador de la política argentina, Alejandro Horowicz, autor de  "Los cuatro peronismos", que explica que entre el año 1983 y 2001 hay todo un período en el que gobernaron partidos políticos diferentes pero puede ser pensado como "la democracia de la derrota", lo llama así. Es un período en el que no importa qué partido político gane, en todos los casos lo que ocurría era un mismo programa estatal que consistía en la privatización del patrimonio público e impunidad para los genocidas de la última dictadura y sus cómplices. Eso cambia recién en el 2001 por el impacto del "Que se vayan todos", por esta situación que en su momento desde el colectivo Situaciones llamamos como un poder destituyente, es decir que la multitud en la calle ejercía una capacidad de decir "no", de echar, desestabilizar y rechazar. Esa situación terminó removiendo los cimientos de esta democracia de la derrota previa al 2001. Era un nuevo tipo de desacato y sublevación que no tiene ya que ver con la manera en la que los partidos de la izquierda habían pensado las revoluciones. Era un fenómeno bastante nuevo por el hecho de que el 19 de diciembre a la noche o el 20 de a la mañana estaba la plaza completamente ocupada por la gente. Y en ningún caso ni se esperaba un discurso político del Gobierno ni se aspiraba con entrar a la casa rosada, era otra cosa lo que estaba pasando en ese momento.

Hacia atrás, en la Argentina hay un tipo de irrupción de una capacidad de decir “basta” cada tantas décadas que tiene efectos democráticos muy potentes y que permite pensar cambios. Hacia adelante, permiten ver cosas que la sociedad de otra manera no hubiera visto. Por ejemplo, con el 2001 irrumpe el movimiento piquetero y si seguimos esa línea podemos ver que desde el 2001 aparece un nuevo sector de la clase trabajadora argentina, llamada en un primer momento “los desocupados”, en otro momento “piqueteros”, “desempleados”, “trabajadores de la economía popular”. Es un sector muy creciente que en ningún caso es absorbido por el mercado formal del trabajo, el cual no parece tener la capacidad de reintegrarlos de manera definitiva y que le han impreso a la sociedad argentina una dinámica plebeya, que ha modificado la representación política y la composición social del país. Es una transformación del capitalismo a nivel global que en nuestra región tiene sus representaciones. El 2001 echó luz a fenómenos que son completamente del presente. El 2001 está presente hacia adelante y hacia atrás.

—¿A qué mundo invitamos a participar a esos que decían “no” a la política? ¿En qué sistema los invitamos a insertarse a los que están afuera del sistema? 

—Pienso que eso se puso en juego en los primeros años después de 2001 con la masacre de Avellaneda donde asesinaron a los militantes Kosteki y Santillán. Se dio un repliegue del movimiento popular y el sistema político también se renueva porque Duhalde renuncia al transicional provisorio de la presidencia. Llega (Néstor) Kirchner al gobierno con muy pocos votos y en ese momento empieza un período de conversaciones, invitación y subordinación del peronismo renovado al movimiento social. Hay sectores del movimiento social que entran con mucho entusiasmo en ese armado, otros que son definitivamente opositores y hay otro que intenta entrar en ese escenario nuevo intentando que ese ingreso no sea tan subordinado. En ese momento era muy importante para esos movimientos no ser desmovilizados, ser protagonistas de un nuevo momento de la democracia argentina, ser capaz de construir lo que se llamaba en ese momento “un país normal”, pero ¿qué normalidad? ¿A qué tipo de trabajo se invita a los jóvenes que han protagonizado un movimiento fundamental para sacarse de encima de la legitimidad del neoliberalismo de los '90? Esos chicos y chicas a esa altura del partido no tenían solamente una capacidad de lucha sino territorial, de organización de comedores y panaderías. Tenían un lenguaje de lectura de la sociedad desde abajo. Pienso yo que ahí hubo un punto en el primer kirchnerismo, que es donde estas personas se las trata como víctimas a reparar y el lenguaje que se utiliza es el de inclusión social, que es conmovedor por un lado porque es la primera vez que el Estado pide perdón por haber participado del genocidio,

19 y 20 de diciembre de 2001. Telam

—¿Qué te parece que ardió en 2001?

—Mi recuerdo de lo que arde en el 2001 es el sistema de mandos del sistema político. Podríamos enfocarnos en lo que fue la tarde del 19 de diciembre, De La Rúa, presidente y apoyado por el sistema político, iban a la idea de un blindaje, de un déficit cero, de un ajuste extraordinario. Ahí la sociedad en general dice que no, se levantan, no aceptan. Entonces De La Rúa hace un intento por disciplinar a esa sociedad por explicarles con un gesto de autoridad que era muy necesario ese ajuste y pone el Estado de sitio para que la gente no tome la calle. En ese momento las personas desobedecen y tienen una consigna, que es “el estado de sitio se lo meten en el culo”. En la Ciudad de Buenos Aires fue masivo y no fue porque una fracción haya tomado la iniciativa, esto salió de manera sorpresiva aunque hubiera muchos antecedentes. Lo que se incendió fue esa capacidad del comando político de subordinar a los movimientos políticos para aplicar un ajuste indiscriminado. Creo que eso se fue recuperando en el primer período de Cristina (Fernández de Kirchner), en el gobierno de Macri y ahora el de Alberto (Fernández). Vamos a ver si es posible mantenerlo.

Mirá esta entrevista y muchas mas en el especial Arde: a 20 años de diciembre de 2001

—¿Cuándo empieza 2001? ¿Con la asunción de Ménem? ¿Con la llegada de Cavallo? ¿Cómo ubicás el comienzo de 2001 en estas dos capas, la impuesta o la resistencia a esa imposición?

—La crisis económica empieza pasada la mitad de los ’90 cuando los municipios pobres ya no pueden pagar sueldos, las provincias del interior cierran las empresas públicas y líneas de ferrocarriles. Es un efecto de la privatización de Ménem. Pasa sobre todo en el norte y en el sur del país, ahí comienzan movimientos piqueteros y las primeras puebladas y eso va llegando a Buenos Aires. Cuando en el ‘98 y ‘99 llega al conurbano ya se vuelve imparable. Ahí sucede un efecto contagio del movimiento de que cuando una forma de lucha funciona se generaliza muy rápido. En la otra línea es muy importante la aparición de Hijos en el ’96 y los escraches. Eso redinamiza el sistema de derechos humanos generacionalmente. Hay que recordar que todos los militares genocidas de la dictadura estaban beneficiados por las políticas impuestas por todos los presidentes de la democracia. Entonces, era una bandera muy importante y advertía muy fuertemente sobre la ilegitimidad del sistema político. El hecho de que un genocidio sea relegitimado por la democracia era insoportable. Esas dos líneas convergen el 20 de diciembre cuando nos despertamos de la noche anterior en la que habíamos hecho renunciar a Cavallo en la calle nos levantamos a la mañana y vemos que le están pegando a las Madres de Plaza de Mayo. Ahí es donde se fusionan las dos líneas, las dos genealogías. 

Entonces, se toma a los derechos humanos como el discurso más legítimo en medio de una crisis de discursos. Ningún político puede abrir la boca y los que abran la boca tendrán que tener como consideración de posibilidad a las Madres de Plaza de Mayo. 

Además, las Madres de Plaza de Mayo dieron lugar a una cosa totalmente única, fueron a contracorriente de todos los partidos políticos de la época y de todos los fenómenos económicos pero sin embargo fueron el único movimiento que logró ofrecerle a la sociedad argentina un espacio de contaminación, de recuerdo, de construcción de un lenguaje. Las Madres generaron un espacio de resensibilización que permitió que luchas del pasado y luchas del presente, con lenguajes completamente diferentes entre sí, pudieran ir encontrando algo común en el espacio sensible.

—Si pensaras el 2001 como un ajedrez, ¿te animarías a ponerle nombres a algunas de las piezas?

—Ignacio Lewkowicz, que escribió para mí uno de los mejores libros sobre 2001, decía que “el 2001 son las negras contra el tablero”. Es un cuestionamiento del conjunto del escenario y sus reglas. Es decir que las negras no aceptan más jugar en el tablero en donde están las blancas y lo que hacen es cuestionar como tal el sistema de juego. Entonces, este “que se vayan todos”, esta forma de organización tan desde abajo, este nuevo repertorio de luchas era destituyente, pero destituyente no de un grupo de políticos, sino de todo un tablero, de toda una manera de plantear y asignar funciones sociales. Creo que eso comenzó a pasar y lo que queda como pregunta es si había una forma posible de política para ese movimiento, creo que eso se está discutiendo hoy en Chile.

—El 2001 es uno de los pocos momentos de unión entre los sectores populares y la clase media. En ese sentido también es reivindicante poder saber que la calle estaba, no solo para discutir las cosas que a mi me parecen, como los derechos humanos, sino que me junto con el hambre.

—Hay un relato muy interesante que hace en aquel momento Horacio González (sociólogo). Dice que una dimensión del 2001 es que el 19 de diciembre cuando uno estaba caminando por la calle había un fenómeno muy significativo que las personas habían salidos de sus casas a cacerolear, quizás después habían salido a la esquina y después a Plaza de Mayo pero habían dejado las televisiones encendidas y no había nadie mirándolas. Entonces, ese pequeño fragmento de vida cotidiana fue el primer momento en que la televisión no está conduciendo las neuronas de las personas sino que las personas se encuentran físicamente y el sistema neuronal se coordina ante nosotros sin esa mediación individualizante de la pantalla. 

—Te tiro algunas palabras: desilusión, tristeza, rabia. ¿Todo eso estaba en 2001? ¿Lo ubicás en algún sector? Si yo te pidiera palabras que te identifiquen con 2001.

—Desesperación y decepción. Esas dos palabras explican mucho. Desesperación por la situación inmediata y porque no había nadie que se haga cargo de nada, me refiero al Estado y al poder. El nivel de pobreza fue extrema y el nivel de represión fue muy alto. Por otro lado creo que hubo una desilusión muy grande, un nihilismo, una falta de esperanza muy muy grande. Solo que creo que esa desilusión habría que pensarla más filosóficamente y no quedarse con la palabra como si fuera un fenómeno de resentimiento o una pasión triste negativa. Creo que una cierta desilusión es fundamental en este tipo de movimientos porque al perder la ilusión en el sistema de representación se abre la pregunta de “¿qué hacemos? ¿cómo lo hacemos?, es una idea de ultrapresente. De hecho, muchos de los movimientos piqueteros tendieron a utilizar una palabra: dignidad. Se podía ver en las banderas, “movimiento de trabajadores por la dignidad”, “la dignidad piquetera”. La noción de dignidad se opone a la de esperanza o utopía en el sentido de que la dignidad es hoy, nosotros somos dignos hoy y nuestra dignidad es lo que nos hace estar hoy presentes. Tengo la idea de que las palabras son desilusión, desesperación, escepticismo y dignidad.

—Se trata de la dignidad de este pueblo que no busca venganza. Porque la represión fue feroz pero así y todo, ¿no buscamos venganza, no?

—No. Las Madres de Plaza de Mayo se definieron desde el comienzo como un movimiento no violento. Las palabras “venganza” o “resentimiento” no tienen nada que ver con lo que ellas enseñaron. Más bien la capacidad de pasar de ser víctimas a ser protagonistas y hacerse responsables del mundo público. Del dolor del familiar, del afectado o de la víctima a la convocatoria a crear una nueva visión de lo público, una nueva manera de estar en la calle. Por lo tanto, para que haya democracia hace falta desarmar un enigma que quedó inscripto en la economía y en las instituciones que es que estamos en un tipo de economía neoliberal fundada sobre una derrota al movimiento popular y sobre una masacre nunca investigada, que no es más que el discurso de Rodolfo Walsh previo a la dictadura.

—¿Podés determinar cuándo termina de arder 2001? ¿Terminó 2001 o sigue? ¿Hay algún final de 2001?

—Yo creo que como hay muchos orígenes y muchas fuentes también hay muchos finales. Como decía Nietzsche en “La muerte de Dios”, Dios murió pero de muchas maneras, como si fuese el crimen que se repite. El primero es el asesinato de Kosteki y Santillán. Fue una cosa muy seria, muy sanguinaria, fue el discurso abierto y militar de las clases dominantes argentinas diciendo “estamos dispuestos a matarlos”. Ahí hay un primer elemento, el comisario Fanchiotti, toda esa escena que hay que volver y volver, el diario Clarín ocultando, el sistema político diciendo que se mataron entre ellos. Hubo un momento con aires del ’76 muy brutal que recorrió la sociedad. 

Hay un segundo momento, cuando comienza un discurso político que tiende a decir “ahora que hay política los jóvenes vuelven a ser protagonistas”. Con ese mensaje se borra el protagonismo de los jóvenes excluidos de 2001. Están los jóvenes legítimos que hacen política y los otros que casi no los recordamos, unos más blancos y unos más morochos digamos. Luego del triunfo de Macri en 2015, creo que es un momento tremendo en el que se hace muy necesario hacer un balance de cómo hemos llegado al 2001 a la restauración de la legitimidad neoliberal de un modo completamente abierto. Ahí tenemos un momento muy traumático y de necesidad de hacer nuevamente balances, que fue justamente el momento en el que con Horacio Verbitsky hicimos el libro “Vida de perro”, de decir “¿qué pasó acá?”. Creo que el 2001 tiene muchas muertes.