En tiempos de crisis sanitaria y económica a nivel mundial, en Argentina se proponen y desarrollan de manera constante políticas públicas de alto impacto social. Una de ellas es la que se vincularía a los “ajustes” que se deberían realizar a la Ley de Bosques, la cual pareciera estar vulnerando el “crecimiento de la protección y el desarrollo con inclusión y sostenibilidad”. 

El viernes 18 de septiembre se reunió excepcionalmente el Consejo Federal de Medio Ambiente (COFEMA) y se expusieron las afirmaciones mencionadas. Además se señaló que resulta “necesario fortalecer las herramientas de desarrollo vinculadas a los bosques nativos, de manera que formen parte de la matriz productiva del país”. En este punto resulta importante detenerse y reflexionar frente a un nuevo escenario de intervención “sostenible” en aquellos lugares que parecieran ser “improductivos” por no ser utilizados por el ser humano.

Este discurso tiene miles de años, tantas veces ha sido abordado y discutido desde la reflexiones del antropocentrismo, que resulta casi inútil volver a ese estadio de análisis. Sin embargo, es posible repensarlo desde otro lugar, quizá ya sosteniendo perspectivas urgentes para evitar una nueva visión hombre-naturaleza destructiva. En Argentina, según lo publicado recientemente por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, sólo 11.047.104 hectáreas están identificadas por la Ley 26.331 como bosques de alto valor de conservación (categoría I Roja), mientras que un total de 266.711.077 hectáreas son de valor rural con posibilidades de explotación. Estos números muestran que existe actualmente un gran territorio rural afectado a la matriz productiva, por lo que sería responsable preguntarse cuál es el sentido de sumar los espacios con Bosques Nativos a dicha matriz. Más aún, cuando en realidad el número mencionado sobre las hectáreas de bosque nativo -relevado hace más de 10 años- seguramente ha disminuido. 

Lo anterior se presenta para contextualizar otra afirmación surgida de la reunión del COFEMA: “que el 61.5% de la población con necesidades básicas insatisfechas se encuentran en departamentos con bosques nativos”. Este discurso-asociación resulta temerario, ¿se podría entonces interpretar que la presencia de bosques nativos de alto valor de conservación “acompaña” la presencia de necesidades básicas insatisfechas?, ¿es lógico pensar de esa manera?, ¿qué sucede entonces con los demás tipos de usos de suelo?, ¿qué sucede con esas grandes extensiones de tierras rurales donde se practica la agricultura y la ganadería intensiva en manos de unos pocos terratenientes?, ¿por qué no podemos asociar la apropiación histórica de esas tierras como el gran motivo de la generación de necesidades básicas insatisfechas? Es increíble que a esta altura, luego de todo lo vivenciado por la humanidad, las políticas públicas alienten nuevamente a la no conservación de áreas naturales, quizá desde distintos lugares y con distintas estrategias, pero siempre con el mismo sentido: si no es productivo, no es humanamente necesario. 

¿Y si pensamos en los servicios ecosistémicos del Bosque Nativo?, ¿sí reflexionamos sobre su escasa presencia en nuestro vasto territorio y los mantenemos, o incluso le sumamos hectáreas restauradas?, finalmente entenderíamos que por sí mismos nos brindan agua, aire, biodiversidad, salud mental, arraigo cultural, en síntesis bienestar. Mantener la idea de bienestar desde el sistema que hoy nos destruye, desde la concepción productivista o incluso desde el discurso hegemónico del desarrollo sostenible, es defender un mecanismo de autodestrucción incomprensible.