A las 6 en punto, llueve o truene, el abuelo Darío Loncón (64) comienza su día con un desayuno espartano: algo de mate y un vaso de agua mezclada con un suplemento vitamínico.

Al rato no más partirá al gimnasio para someterse a una dura sesión de entrenamiento que encarará con una extraña forma de alegría. El hombre es la encarnación del dicho americano “No pain. No gain”: sin dolor no hay victoria.

Si se siente bien, con energía, hará, como parte de una rutina más extensa, no menos de 8 repeticiones en el banco con un peso de 120 kilos. En un día menos inspirado su fornido pecho levantará 110 kilos.

Es apenas el principio. A sus 64 años Loncón entrena tres horas por jornada en un gimnasio de Bariloche para afilar su desde ya esculpida musculatura. Lo de abuelo es una licencia literaria se entiende y una simple constatación de la realidad. Su humanidad rechaza los calendarios. ​Pero apuntemos, en rigor, que tiene dos hijos y dos nietos.

La semana pasada a la edad en que algunos ya se saben listos para firmar la jubilación, Loncón se convirtió en el nuevo Campeón Argentino de Fisiculturismo en una velada en el barrio de Palermo, en Buenos Aires.

Hacía más de una década que el barilochense se mantenía apartado de la actividad en la que supo brillar a los 50 años con un físico de mayor volumen. El 2019 fue el año de su regreso, convertido en abuelo, aunque en plena actividad tanto deportiva como laboral.

Loncón no deja lugar a las lamentaciones. Todos los días, excepto los sábados, hace una hora y media de pesas a la mañana, entre las 8 y las 9,30, y una hora y media de aeróbico por la tarde, después de las 15.

El resto de su jornada lo dedica a trabajar como contratista en construcciones en la ciudad, pero también es un emprendedor nato. Ningún rubro le resulta ajeno. Se involucró en el negocio de la ropa y su última idea es abrir una mascotería. Rápido de reflejos, cuenta que compró mucho alimento para gatos y perros antes de que los precios vuelvan a subir.

Cuando detalla su agenda, deja la clara impresión de que su empeño por vivir intensamente jamás se detiene.

“A los 8 años salí a trabajar para ayudar a mí madre. Éramos 4 hermanos y yo era el mayor. Lustraba zapatos, hacia de todo. A los 14 me metí de ayudante de albañil. A los 23 tenía 20 personas a mi cargo. Ahí compré mí primer taxi. Llegué a tener 8 ahora tengo 3, pero hoy sumando los taxis de toda la familia tenemos 35, los Loncón somos sinónimo de taxis”, resume.

Loncón explica que para él el deporte y el trabajo son espejos que se miran. “Son un reflejo, hay que esforzarse para cualquiera de las dos cosas y cuando se hacen bien uno se siente distinto. El deporte te abre la mente. Si te levantaste a la 1 tu cabeza no te deja pensar”, subraya. “El culturismo es un complemento para mí trabajo. Siempre he sido albañil y es una actividad que te pide mucho del cuerpo. Podes pasar horas y horas y horas arrodillado pegando azulejos. Si estás en buena forma lo soportas mejor”, cuenta.