El domingo pasado me quedé solo en casa. Sucede poco y cuando pasa no sé qué hacer primero, si dormir, ver películas, escuchar música, leer o intentar escribir. Carolina se había ido con los chicos a las sierras a visitar a la abuela Graciela. La gloria. Más de medio día para mí solo. Me convencí que lo mejor era empezar por ver una película en la pieza. De acción, simple, tiros, choques y sobornos, con el volumen fuerte. Fui al armario del garaje a buscar el ventilador de pie y encontré en el piso, debajo de una alfombra vieja, una caja que jamás había visto. Era grande, tenía en la tapa unos patos y escrito con fibra la palabra "casamiento"

Saqué un álbum de fotos. Carolina salía hermosa, con un vestido blanco y un vaso de fernet en la mano. En las fotos estaban todos los que ahora corresponden a cierta parte de mi presente. Mis suegros y cuñados. Yo no estaba, por más que me buscara no me iba a encontrar por el simple motivo de que el novio era otro.

Allá a la lejos cuando Carolina decía “sí, quiero”, yo estaba queriendo a otra persona y armando, seguramente, planes que ahora desconozco y que sin saberlo me trajeron hasta acá en una suerte de oleaje suave. Llevé la caja a la cama y me tiré a verlas una por una. Me sentía un invitado que entró de colado y después de doce.¿Así se entrará al amor? 

Unos días antes mi suegro había pasado por casa a dejarle unas cosas a Caro. Imagino que fue él quien trajo la caja. Mi suegro se había separado y estaba repartiendo a cada uno de sus hijos sus pertenencias. ¿De dónde venimos si no es de las separaciones? Pensé en las mías. En la multitud de separaciones que viví. No solamente venimos de las separaciones, sino que estamos hechos de ellas, de pedazos de vidas que mal valoramos inconclusas. Nos habitan y a veces nos alientan. Nos separamos de nuestras madres al nacer. Nos separamos de nosotros mismos cuando nos equivocamos y no sabemos por qué. Nos separamos de los amigos porque los vientos nos llevan a otros lados. Nos separamos de las parejas porque algo no funcionó como queríamos o cómo creíamos que debía ser. Detrás del dolor, las separaciones son comienzos. La odiosa oportunidad para volver a pensar que las relaciones no son como queremos ni cómo imaginamos.

Carolina me mandó una foto desde las sierras. Tenía un niño a cocochito mientras que el otro le tiraba agua con la manguera, ella cerraba un ojo, los labios fruncidos y los pelos revueltos. Estaba hermosa rodeada de vida.

Llevamos con nosotros nuestros vacíos y separaciones. Adentro mío tengo una ciudad en ruinas que a veces visito. Me gusta ver cómo las malezas avanzan y algunas criaturas se esconden. Voy, pero cada vez más de turista y me traigo algún detalle. Lo que no está se transforma y a veces sirve para dar un paso, quizás en falso, hasta nuevos tropiezos que nos apuran para no caernos.

Agarré una foto donde Carolina abrazaba al novio y arriba de él pegué una fotito mía cuatro por cuatro. Me dio risa pensar el asombro de ella cuando la vea, si es que algún día le da por abrir el álbum y recordar, o dar unos pasos del vals por el garaje. En el montaje de lo que somos también somos la música que bailamos cuando estuvimos tristes y alegres. Algo de esa música es la que escucho cuando la veo, y me dan ganas de sacarla a bailar.