Transcurre el mes de septiembre y entre la adecuación de protocolos que regulan las actividades, de a poco recuperamos los espacios públicos. La idea de llegar hasta la puerta de un teatro parece un sueño que traspasa la realidad.

Se encienden las luces del teatro e ingresamos a la lengua, y una lengua adentro de otra lengua. Porque el teatro es una lengua mágica, una lengua para habitar. Me detengo mirando los detalles de una alfombra ubicada en el centro del escenario, hecha de cartas, de letras manuscritas pegadas que asoman como pequeñas flores en un jardín.

El teatro es una lengua de cuerpos que dice lo que no se puede decir de otra manera. Y ese decir relata, de forma mágica, la novela Lengua Madre, de María Teresa Andruetto.

Dos cuerpos se plantan en escena. Julieta (Laura Ortiz) interpreta a una hija que busca una respuesta y Ema (Diana Lerma ), una abuela con la que se construyen y tejen lazos para conocer a una madre que escribe cartas: Julia.

El monólogo inicial es como una pintura de la novela de Andruetto . Esa pintura en un cuerpo que con suavidad mueve sus manos para abrir una caja-herencia de cartas. La escena interpreta lo escrito en la novela:

“No sabe si será capaz de aceptar las respuestas que encuentre a esas preguntas, pero quisiera descubrirle un sentido a lo que ve, entender quién es y cómo fue que se hizo de ese modo, entenderlo a través de lo que hay en la caja" (Andruetto).

Julieta se planta y lee en el centro del escenario con la valentía de la denuncia, con esa decisión firme que no se puede callar una historia. A contrapelo y en diagonal habla trazando el tiempo, la época, los miedos de los 70. La abuela Ema refleja que también es madre, tan madre que es exceso, risa e ironía. La voz de esa madre, el tono del reto, lo incomprensible, resuena en las palabras y el paso agitado sobre la alfombra de papel. Pero cuando habla Julia con su voz en off (Helena Andrea Cerrada) se quiebra el escenario como un rayo que parte la letra, surge el dolor escrito como cuando un niño habla por primera vez.

La dictadura que existió en nuestro país fue un horror fatal y una pulsión de muerte. No nos callan, dice la obra, seguiremos denunciando, declarando que hubo mujeres que tuvieron que esconderse en sótanos para vivir. Los secuestros y muertes, como lo que sucedió con el padre de Julieta.

El vacío de una hija, de una muchachita que nació en un sótano donde su madre pudo parir escondida, evitando los riesgos de hacerlo en un hospital. Pero hay una lengua madre que escribe y escribe cartas para llegar a un destinatario. Lacan decía: “una carta siempre llega a destino”. Pero llega a destino porque hay un destinatario, y el destinatario se encuentra en la sintaxis misma con la que fue escrita la carta. De esta manera las cartas llegan en otro tiempo, sólo después de la muerte de Julia llegarán a Julieta.

La estética literaria del guion cuida el vacío y el dolor que se asoman, pero no inundan la obra. La obra trae palabras visuales, fotografías proyectadas en los vestidos, revelando un archivo hecho memoria. La música conecta brillantemente en cada escena, marcando enojos, broncas e impotencias. Hay silencios, quizás para rememorar aquel terrible slogan de época que marcó a una generación en su terrible dicho “el silencio es salud”.

“Lengua madre” es la versión de una hija, y es la denuncia viva y fuerte para no olvidar, y es la belleza de saber decirlo así, haciendo teatro y habitando una lengua.

“Lengua madre” texto original de María Teresa Andruetto. Versión escénica. La dirección es de Daniela Martín y Nicolás Giovanna, las actuaciones de Laura Ortiz, Diana Lerma, y ​​la voz en off de Elena Cerrada. Producción PH Cultural: Andrea Musso, Josefina Rodríguez. Viernes y Sábados de Octubre en “Espacio Cirulaxia”, Córdoba.

La novela "Lengua Madre", de Andruetto, llega al teatro: las cartas de la memoria