La criaron como a una Susanita. Para formar familia, atender marido, criar cuantos hijos vinieran. En eso, en su pequeño pueblo, la muerte de una chica durante un aborto.

−Era una piba humilde. Una vecina chupacirios dijo que se lo tenía merecido. El cura no dejó que la despidieran en la iglesia.

Al tiempo, Lidia Zurbriggen lo vivió en su propio cuerpo. Un lugar muy gris, muy frío. Era reciente la relación con quien luego fue (es) su marido y padre de sus dos hijos. El embarazo los sorprendió. No querían materpaternar tan jóvenes.

−Estuve muy sola. No lo dejaron entrar al Gabi (su compañero). Tuve mucho miedo.

Pasaron los años. La marca siguió indeleble. Tras una década en el Movimiento al Socialismo, y una avanzada trayectoria en el feminismo, Lidia Zurbriggen co-fundó Socorristas en Red, el colectivo de las pelucas rosas (como las socorristas italianas) que acompaña a las mujeres que deciden abortar. Con medicamentos. Desde hace diez años. Aun ahora, Ley mediante.

La reunión fundacional fue en 2012 en barrio Ampliación San Carlos, en su casa de IPV −cierto aire latinoamericanista−, que ella y su esposo han embellecido con flores y mucho verde; el mosaico con el pañuelo de las Madres y la wiphala al ingresar. Éramos quince activistas. De Córdoba, Neuquén, Rosario, Mendoza y Rafaela, recuerda Lidia Zurbriggen. Integran la Red Compañera por el Aborto Libre en América Latina y el Caribe.

−Comenzamos a hacer circular información sobre el uso seguro del Misoprostol, dónde conseguirlo. Estudiamos el fallo Fal (que recomendó no judicializar los abortos que el Código Penal no prohibía). Veíamos lejana la posibilidad de que se aprobara el proyecto de la Campaña por el Aborto Seguro.

Con el antecedente del manual de Lesbianas y Feministas por la Descriminalización del Aborto (20.000 ejemplares en dos ediciones), y amparadas en los protocolos de la Organización Mundial de la Salud, tejieron una red que en todos estos años −casi clandestinas hasta 2021−, orientó a 69.152 mujeres y personas gestantes, en abortos seguros y cuidados. Setenta mil no, me corrige, cuando redondeo. Con las estadísticas en la mano, puntualiza que ellas prefieren el número exacto.

Ahora son 526 socorristas, dentro de 56 colectivas. En Córdoba, en la capital. En Calamuchita, Traslasierra, Sierras Chicas. San Francisco y Villa María. Y en casi todas las provincias del país. Donde no hay, prestan asistencia interprovincial. Por teléfono.

¿Por qué aun después de la legalización del aborto?

−Falta difusión sobre la IVE (interrupción voluntaria del embarazo). Además, muchas personas se han sentido mal atendidas en algún momento en el sistema de salud; temen que al ir por un aborto se repita el maltrato. Otras, a pesar de que es legal, tienen miedo. Vergüenza. O no saben cómo reaccionar ante los que se dicen objetores de conciencia. O cuando las obras sociales ponen trabas.

¿El aborto no es un crimen? El embarazo es vida si una mujer lo desea, o lo acepta, responde. Sin alterarse. Tan pequeña, que se autoexcluyó de la carrera de Educación Física: según los estándares filo castrenses de la pedagogía de la época, no le daba el piné.

Estudió entonces Profesorado en Educación Psicomotriz, en el Cabred. Durante la dictadura del 76. Bastante ajena a lo que se vivía afuera. Aunque no tanto. De uno de sus primeros trabajos la echaron cuando murmuró, milicos asesinos.

Durante la Semana Santa de Alfonsín (al que había votado por inercia familiar), con su hermana Ruth que acababa de parir en Neuquén, portando a la recién nacida se sumaron a la multitud que ocupó la calle.

Lidia Zurbriggen se incorporó al MAS, donde pronto vislumbró que aun en la izquierda, los varones no cargaban con los mismos pesos que las chicas. A las reuniones nosotras íbamos con les hijes. Y no había censura para el que eludía la cuota alimentaria, reclama. ‘Mujer, psicoanálisis y marxismo’, de Marie Langer y ‘La verdad obrera’, de Flora Tristán, terminaron de hacerla feminista. Poco después, por esa y otras diferencias, dejó la política partidaria.

Desde que fue por primera vez a un Encuentro Nacional de Mujeres, nunca faltó. Son un viaje de ida. Dice. El feminismo ha ensanchado nuestras vidas. Siempre me veo con otras. Colectivamente. De cinco hermanas (una familia de Pozo del Molle, de ocho hijes), tres son reconocidas feministas. Lidia, Ruth (de La Revuelta), y Laura (también de la Red). La madre, las respeta.

En las marchas, las socorristas se hacen notar con revulsivos performances. Como aquellas llamativas toallitas de sangre menstrual, exhibidas en las rejas de las iglesias. En los comienzos de mi militancia, con Las Mufas y Las Histérikas, usábamos una soga, donde colgamos corpiños, guantes de cocina, delantales, zapatos de taco alto. Lo que nos oprime, recuerda.

Cuando no milita, cine y lectura. Para distender, hace pilates dos veces por semana. Sierras cordobesas. Y apenas pueden, al sur con Gabriel Mellibosky, su marido. A los lagos. Con el kayak. Algunas noches, todavía en carpa.

A los 60 años, jubilada como docente provincial (una nueva militancia ahí, por los recortes de Schiaretti a sus haberes), los dos hijos en México (adonde Santiago, profe de Educación Física, llegó en bicicleta. Ella misma, se desplaza en bici. Guillermo, el otro chico, guardaparque). Los extraña pero no tanto. Tengo una militancia muy activa, dice, Lidia Zurbriggen, con el celu a la vista: −Espero noticias de una chica que está viajando a Jesús María a hacer un aborto. Nuestro acompañamiento es permanente.