Fue en el verano de 1972. Igor, un europeo que jamás reveló donde había nacido, llegó al puesto de los Roldán en el campo de Freyre, a pocos kilómetros de San Francisco, en el este de Córdoba.

Allí relucía en ese tiempo la carpa del Circo Húngaro, la máxima atracción del pago. Igor y Kovack, el trapecista estelar del picadero, preguntaron por Juan, el fuerte peón rural que con 15 años ya tenía unas peleas amateurs y levantaba, a la vez, un tarro lechero de 50 litros en cada mano. Ello implicaba un respeto absoluto. Era el individuo ideal para el número central del circo y para retar a la criatura imbatible.

El oso se llamaba “Bongo”. No era cachorro ni viejo. Pesaba 270 kilos, y aseguraban que no mordía ni dañaba con sus garras. De todos modos, le pondrían bozal y guantes en sus extremidades anteriores para garantizar una lucha cuerpo a cuerpo y “caballeresca”. Igor y los Roldán llegaron a un acuerdo económico -semejante a la paga por 10 combates amateurs- y fijaron las reglas, a dos rounds de dos minutos.

El viejo camión desvencijado publicitó con sus parlantes por todo el pueblo ese acontecimiento. ¡Y llegó la hora! Don Justo Roldán, el papá de Juan, preparó temprano el Ford A31 con el cual el “Team Roldán” llegó al recinto. No había lugar para nadie más. Todo vendido. Por eso presionaron a los dueños para que levantar las lonas laterales de la carpa gigante, como para que los que estaban fuera pudiesen ver el cotejo. Desde los sulkies y las charrés, sin desmontar de los caballos.

“Martillo” subió con malla de pesista y unas zapatillas Flecha blancas. Bongo, con guantes negros y “tapa-hocico” al tono, era retenido por una soga de sus asistentes. Su pelaje brillaba como nunca. “Si Bongo mete sus patas chicas bajo las axilas de Juancito, está listo”, sentenció un albañil batido por Bongo la semana previa. El Hombre Bala mojó el piso de tierra con una regadera y ello ofuscó a la familia de Juan. “Esto favorece al oso, se agarra mejor en el barro”, sentenció Tenaza, el hermano mayor.

El primer round fue duro. Bongo rompió un guante y con la garra raspó una tetilla de “Martillo”, que en caso de caer perdería la pelea y parte de su plata. El boxeador pidió que soltaran a Bongo, sin cuerdas. La carpa enardeció. Por momentos, aferrado a los pelos del animal, y llevándolo hacia atrás, lo hizo trastabillar. Las gradas eran un polvorín y a esa altura sólo el enano y dos payasos apoyaban al oso. Casi todos estaban con Juan. Pasaron los restantes dos minutos y el pibe de Freyre quedó en pie, logrando una victoria magistral.

No hubo festejos. Pidió silencio y dijo a la concurrencia: “Sólo le tire de los pelos al oso. Jamás le pegaría a un animal”. Rápido, al Ford A y de vuelta al campo. Había yerra y capada de novillos al otro día. No sería una jornada liviana.

Sólo hay una foto y algunos sobrevivientes de esa proeza. Aunque se estima que casi medio millón de paisanos declara haber estado allí. A veces, con una sola imagen, con fantasía y creatividad, se puede construir gestas épicas ajenas al desembolso de las fortunas que condicionan las realizaciones del universo digital. Seguramente, nadie garantizaría un suceso como éste, vivido en el Circo Húngaro que acampó un verano en el baldío del pueblo de Juan Domingo “Martillo” Roldán.

El día en que “Martillo” Roldán peleó con un oso

El momento de la lucha de Roldán con el Oso. (Foto Biografía Autorizada Martillo Roldán)

Por: Osvaldo Príncipi para Diario La Nación