La caída 3-1 frente a Bolivia en los sofocantes 3640 metros de altura de La Paz y el posterior empate con Perú dejaron en 1969 a la Selección Argentina de Adolfo Pedernera sin Mundial.

Fue un golpe de gracia, directo a las esperanzas de los jugadores e hinchas; y un infortunio que no quiso padecer en sus zapatos Enrique Omar Sívori un puñado de años más tarde.

El equipo olvidado de la Argentina: la Selección Fantasma

Corría 1973 y el país, tambaleante, de ánimos revueltos en el ámbito social y político, y con Ricardo Lastiri como presidente provisional, llamaba a elecciones para septiembre y, también, pujaba para sostenerse como sede de la Copa del Mundo de 1978.

Las Eliminatorias para Alemania ´74 asomaban en el horizonte y el cruce con Bolivia como visitante, del 23 de septiembre, se presentaba como el escollo más difícil de superar en el grupo con Paraguay.

El por entonces entrenador nacional sabía que un nuevo tropiezo en el altiplano malograría la oportunidad de organizar la fiesta en suelo propio y, en vísperas del arranque de los partidos, junto a su ayudante Miguel Ognomiriello trazaron un plan para sortear las dificultades de aquellas elevaciones, donde el aire, la pelota y las piernas corren distinto.

“La idea fue mía. Le sugerí a Sívori la propuesta de armar una selección de altura”, contó Ognomiriello, quien ya había sufrido esos pagos como técnico de San Lorenzo, Estudiantes y Bolívar. Un equipo paralelo, con nombres del fútbol doméstico, que se aclimatara a aquellas exigencias geográficas y les arrebatara dos puntos a los locales.

El 19 de agosto, mientras los apellidos de renombre subían al avión para realizar con el DT una gira por España, un grupo de jugadores con mayoría de juveniles, envuelto en la apatía popular, emprendió rumbo norte hacia la ciudad jujeña de La Quiaca, que con sus 3400 metros mostraba una atmósfera semejante a la que planteaba la capital boliviana, para llevar a cabo un proceso adaptación por más de un mes.

El equipo olvidado de la Argentina: la Selección Fantasma

Todos ellos, entre los que se destacaban las jóvenes presencias de Ubaldo Fillol, Enrique Bochini, Marcelo Trobbiani y Mario Kempes, estuvieron bajo la tutela del asistente técnico y las exigencias de Carlos Cancela, preparador físico del plantel. Eran pocos. A duras penas mandaron un médico. AFA, intervenida y desorganizada, miró para un costado y no dio siquiera una palmada de aliento en la espalda. “Yo había dejado una lista con todo lo que necesitábamos: ropa deportiva, jamón, aceite, quesos, carne. Me habían dicho que me iban a mandar todo con los aviones de Aerolíneas. Nunca me mandaron ni una mortadela”, lamentó Ognomiriello. 

"Tuve que salir a buscar un lugar. La altura de La Paz es la misma altura que Cusco y La Quiaca. Pero el hotel de La Quiaca estaba en reparación y no me podían dar alojamiento. El lugar más cercano era Tilcara y nos hospedamos ahí”, continuó. “Eso -completó Cancela- era lo único que había”.

Un sitio, describió Kempes en su libro El Matador, “de mala muerte”. A 2465 metros. Sin lujos ni comodidades. De paredes blancas castigadas por la aridez del tiempo; y alrededor, la nada misma. "No había dónde escaparte. No había boliches, solo las chicharras a la noche", detalló Rubén Galván. Noches largas e incómodas. “Ahí en la altura -aportó Bochini- hacía como cinco grados bajo cero”.

Y los días eran toda una odisea. Viajes interminables por caminos de precipicio para poder entrenar. “Íbamos en micro hasta Humahuaca -contó Cancela- y ahí practicábamos en una cancha que tenía un poquito de césped”. Bochini, por su parte, aún recuerda el trayecto: “Todos caminos de cornisa. Mirábamos para abajo y había como 2000 o 3000 metros”.

El Club Estudiantes, a tres kilómetros sobre el nivel del mar, se volvió su centro de prácticas. Fueron largas y extenuantes jornadas de trabajo. La mayoría, boca seca y piernas estropeadas, le hizo frente al entorno y al sol que ardía sobre sus cabezas. Otros, en cambio, no lo soportaron. Reinaldo Merlo y Juan José López, acostumbrados al bienestar riverplatense, decidieron pegarse la vuelta a los pocos días. “En Tilcara -explicó JJ-, con tanta soledad, el ánimo me llegó al sótano”. Mientras que Mostaza justificó: “No aguanté más. La tristeza me agobiaba”.

Por si fuera poco, desde el primer momento, aquella travesía fue librada a la improvisación y a la buena voluntad de los futbolistas y cuerpo técnico. Se habían diagramado algunos amistosos, pero varios fueron cancelados por no ser el equipo principal. “AFA ni nos llamaba por teléfono. No teníamos nada”, aseguró Ignomiriello. Ni dinero para moverse, ni para hospedarse, ni para comer. “Nosotros -agregó Ruben Glaría- nos lavábamos la indumentaria. Era la única que teníamos”.

Era la Selección Argentina, pero la llamaron la Selección Fantasma. A partir del desconocimiento de la prensa y la sociedad, y para ganar un poco de reconocimiento, los jugadores decidieron fotografiarse para el diario Hoy, de Bolivia, disfrazados como el mote lo indicaba. “Cancela -recordó Ognomiriello- salió a buscar pasamontañas, pero como no encontró, compró cartulina e hicimos las capuchas como fantasmas”. Y Aldo Pedro Poy completó: “La foto era para llamar la atención, que la AFA se ocupara de nosotros”.

Para tener un plato de comida en la mesa y una cama donde caer rendido cuando se escondiera el sol había que jugar y cobrar. Con ese instinto de supervivencia, el equipo, que percibía las miserias que le daban los clubes a cada futbolista, comenzó a buscar rivales para preparase. El primero, contra el combinado jujeño, dirigido por José Yudica, fue empate y silbatina por todos los presentes del estadio de Gimnasia. Luego, se organizaron 14 más. Todas victorias albicelestes.

Partidos ásperos en diferentes escenarios. Desde Potosí hasta Oruro y desde Arequipa hasta Cusco. “Jugábamos tres o cuatro por semana y la mayoría de nosotros, sin darnos cuenta, nos acostumbramos a la altura”, confesó Glaría. Así, curtidos, pero a la vez desanimados, retornaron a Buenos Aires para reunirse con el resto del plantel del llano y viajar a La Paz para el choque trascendental. “Volví de aquel infierno -reveló Kempes- con 7 u 8 kilos menos”.

La desorganización, de igual manera, no se quedó en el norte. Un rato antes de subirse al avión, AFA les hizo llegar los uniformes. Sin nombres y varios talles más grandes. Algunos se cambiaron en el micro que los había trasladado hasta el aeropuerto. “Me desmoraliza cómo se organizan las cosas, cómo tratan al jugador argentino en estos momentos”, se quejó Fillol por TV en aquel momento.

Horas más tarde, ya en territorio boliviano, Sívori lo dejaría en el banco. El buzo de arquero quedó en manos de Daniel Carnevali, quien no había integrado el combinado alternativo, pero se había adaptado sin problemas. Al igual que él, Ángel Bargas, Roberto Telch y Rubén Ayala también fueron designados para plantarse de arranque en el Estadio Hernando Siles.

Un partido de alta tensión y gran importancia para allanar el camino de Argentina. Sin embargo, el pueblo estaba ocupado en otras cuestiones. “El país elige presidente”, publicaron los diarios y, en un recuadro minúsculo, indicaron la existencia del encuentro.

A la tarde siguiente, 23 de septiembre de 1973, triunfó Juan Domingo Perón con el 62% de los votos y alcanzó la presidencia por tercera vez en su vida. Las calles, rebalsadas de gente, se olvidaron también de la Selección nacional, que ganó 1-0, con gol de Oscar Fornari de palomita, pasado el cuarto de hora de la etapa inicial.

El once titular formó con siete fantasmas y cuatro del llano; y en el segundo tiempo ingresaron dos fantasmas más para aguantar la diferencia y las embestidas contrarias. Argentina hizo historia aquella tarde, pero pocos parecen haberse enterado.

Incluso al propio Sívori se le escabulló de la memoria y, para el Mundial del año siguiente, solo convocó a cuatro de esos héroes (Fillol, Glaría, Kempes y Poy) que amalgamaron sus esfuerzos en las más arduas exigencias geográficas y debieron batallar, según Roberto Fontanarrosa, en “una guerra de nervios artificialmente fabricada por quienes tienen en sus manos la conducción”.

La AFA, que no había movido un dedo por ese combinado invisible, se colgó la medalla y sacudió su bandera. Mientras tanto, aquellos jugadores que le brindaron a 26 millones de argentinos una alegría que valió una plaza mundial, volvieron, de a poco y sin hacer ruido, a refugiarse en el olvido.

Algunos, poquísimos, tuvieron la suerte de dejar una huella en sus clubes; otros, una gran parte, quedaron estancados en el trayecto y pasaron sus años de fútbol recordando tiempos mejores. Más allá de todo desdén, quedaron en la historia. Por patear pelotas al nivel de las nubes, por emparchar desarreglos dirigenciales y por ganarle a dos rivales jodidos: a Bolivia y a los casi cuatro mil metros de altura.

Los fantasmas: Ubaldo Fillol, Jorge Tripicchio, Rubén Glaria, Osvaldo Cortés, Néstor Chirdo, Daniel Tagliani, Jorge Troncoso, Reinaldo Merlo, Rubén Galván, Marcelo Trobbiani, Ricardo Bochini, Oscar Fornari, Mario Kempes, Aldo Poy, Juan José López y Juan Rocha.

El equipo olvidado de la Argentina: la Selección Fantasma

Fuentes y fotos: Documental La Selección Fantasma, el equipo olvidado, de Federico Vazza. Libro El Matador, de Mario Alberto Kempes. Libro El Pato, de Ubaldo Matildo Fillol. Revista El Gráfico. Vía TyC Sports