Hay una imagen que permanecerá inalterable en todos los futboleros del ley. El túnel que posibilitaba el ingreso de los jugadores a los estadios en nuestro país. Don Timoteo esperaba pacientemente y le estampaba un cachetazo en el pecho a sus jugadores. 

También existe una marca de época de sus equipos, moldeados a su manera de entender el fútbol. El Ferro de Griguol, ni más ni menos. Un equipo con apellido. Pocos pueden ostentar tamaña proeza en una institución que era un orgullo por su cantidad de deportes no profesionales. 

Su arribo al club de Caballito en la década del 80 produjo una revolución que trascendió la cantidad de títulos que consiguió. Un equipo "chico" de la Capital Federal, terminó terciando con el Boca de Maradona o el River de Mario Kempes. Con el profe Luis María Bonini como preparador físico, y el Beto Márcico como estandarte, logró el primer título en 1982 en una Argentina todavía doliente y derrotada tras 74 días de combate en Malvinas.

Antes, Timoteo ya había sido campeón con Rosario Central en 1973, con un equipo que recibió el apodo de los picapiedras por su rusticidad. 

Muchas veces, un personaje es mejor retratado por sus dirigidos. Es el caso del técnico cordobés. Hay una marca y una ideología Griguol. Al igual que ocurre con Marcelo Bielsa y otros exponentes en nuestra historia. “Nos pedía que trabajáramos con seriedad. Decía que cada detalle era importante. Si algo no nos salía, que siguiéramos intentando, que lo íbamos a lograr.  Esfuerzo, perseverancia, dedicación, respeto…era con lo que más nos insistía”, sentencia Sebastián Chirola Romero, a quien hizo debutar muy joven en la Primera de Gimnasia y Esgrima La Plata.

También sobran los ejemplos respecto del influjo en el aspecto humano de un jugador de fútbol. En su formación y el largo camino del adiós. Timo marcó una huella imposible de borrar. Lo más importante era la educación y la posibilidad de tener un horizonte para el día después del retiro. Era severo con el estudio: jugador con malas notas, perdía la titularidad al instante.

Nacido en nuestra ciudad el 4 de septiembre de 1934, Carlos Timoteo fue criado en el campo y comenzó jugando al fútbol desde los 8 años en Las Palmas, club fundado por su propio padre. Fue jugador profesional y hasta llegó a disputar 12 partidos en la Selección Argentina que obtuvo el Campeonato Sudamericano de 1959 con Corbatta, Griffa, Pezutti y compañía.

Una recomendación del gran Leon Najnudel, su amigo incondicional, lo acercó a Ferro. El padre de la Liga Nacional de Básquet fue clave también para la conformación de su grupo de trabajo.

Nunca pudo dirigir en el lugar que lo vio nacer. El fútbol de Córdoba más de una vez lo tentó para trabajar, pero jamás le ofreció la infraestructura mínima que siempre exigía. Antes de firmar contrato, caminaba los predios de los clubes donde trabajó. Ocurrió en Ferro y también en Gimnasia de La Plata. Se tomó una semana para recorrer Estancia Chica, el predio que tiene el club platense para entrenamientos y concentraciones.

Deja una larga lista de entrenadores que se formaron bajo su indisimulable tutela de vida. Desde Héctor Cuper, su mejor discípulo, hasta Guillermo Barros Schelotto, pasando por Edgardo Bauza o el Mono Burgos.

Contaba con la obsesión de cortar y cuidar el césped de la cancha en persona. Hasta llegó a comprar un tractor durante unas vacaciones en Estados Unidos.

Su primo Mario Griguol, ayudante de campo y luego asesor de Armando Pérez en Belgrano, lo definió también en sus recursos: “Nos arreglábamos con lo que teníamos. Éramos disciplinados y duros en el trabajo, porque dirigíamos equipos chicos. No quedaba otra”

Ejerció como entrenador hasta el año 2004 en Gimnasia de La Plata. Hace mucho tiempo ya, sin embargo sigue siendo un faro para todos aquellos que creen que el fútbol es mucho más que un deporte. En los jardines de Ferro está su estatua y también una placa que reza “no solo produjo jugadores campeones, sino también hombres de bien”.