Llegó a Córdoba con el nombre de Mario Aguilera. En Instituto tuvieron que cambiarle el nombre para que pudiera probarse en el equipo ya que no tenía a firma en el club.

Así debutó con la camiseta albirroja Mario Alberto Kempes en un cuadrangular amistoso. Bastaron algunos minutos para que la dirigencia de la entidad de Alta Córdoba se decidiera. No hubo dudas. Desde el primer minuto se mostró como un jugador especial, diferente.

A partir de ese momento, ese joven portentoso, que parecía arrastrar a sus rivales en cada arremetida dentro del área, hizo goles de todos los colores. Convirtió 89 en Instituto, suficientes como para que lo catapultaran a Rosario, en donde Rosario Central lo tomaría como propio y lo convertiría en ídolo nacional. Allí hizo 107 goles, también suficientes para volar a Europa y dejar también su huella. Ganó la Copa del Rey con Valencia, además de una Recopa y de una Supercopa de Europa. A la vera del mar Mediterráneo anotó 149 goles y así también en River y en todos los otros equipos que lo fueron llevando hacia su retiro del fútbol. El gol fue su conexión con la felicidad propia y la de los hinchas, a los que regaló tantas alegrías.

En cada equipo en el que jugó se le reconoció su profesionalismo y sus condiciones de enorme delantero. Fue el máximo artillero en el mundial 1978 con seis tantos. Sus dos goles en la final ante Holanda se mirarán y se recordarán década tras década, siglo tras siglo en nuestro fútbol. 

"El Matador" de Bell Ville fue la gran figura de aquel mundial que le dio el primer título mundial a Argentina. Con justa razón, los cordobeses eligieron su nombre para identificar de por vida al principal coliseo futbolístico de la provincia de Córdoba.