Terminó una época. Miles de millones de personas, me incluyo, no fuimos contemporáneos a Pelé. Conocimos su reinado por múltiples transferencias, imágenes en blanco y negro, primero, y las fotos y dibujitos de El Gráfico.

Existía un consenso absoluto que había sido el mejor jugador de fútbol del mundo. No había comenzado aún la era Maradona. Asomaba un joven Johan Cruyff y había trascendido a un argentino que rompía todos los récords a nivel de clubes, como Alfredo Di Stéfano.

Su condición de “rey” indiscutido no estaba relacionada con los tres campeonatos mundiales con Brasil. Se alimentaba de épicas personales de comunes mortales que juraban haberlo visto en partidos amistosos, realizando todo tipo de proezas que difícilmente era captadas hasta por una máquina de fotos. ¿Imágenes? Imposible, su revolución apenas fue televisada.

Su primera irrupción fue en el Mundial de Suecia en 1958. El mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial nos regaló la imagen de un joven de 17 años que hacía maravillas en un campo de juego. La televisión sólo mostró algunos breves momentos que se transmitieron en blanco y negro que en realidad se parecían más a sombras borrosas de gris. El pibe de pelo chato se iba a destacar muy por encima de los 6 goles convertidos. Su figura y su imagen serían plenamente bañadas en oro.

Algunos años más tarde, doce para ser más precisos, en el Mundial de México, muchos compraron los incipientes televisores a color, no fue el caso mayoritario de nuestro país, para poder observar quizás a una de las mejores formaciones de todos los tiempos.

El Brasil que conquistó el Mundial de 1970. Mi viejo siempre me aseguró que fue la mayor demostración de fútbol que vio en su vida. Algunos podrán concluir que era otro deporte, que se jugaba a otra velocidad, amparándose en las imágenes ahora muy mejoradas de la época. No existían los formatos multimedia, ni el HD, ni la tan mentada convergencia. Su mito fue edificado por la creencia religiosa de todos aquellos que lo vieron. Ni más, ni menos. Otros, amparándose en Descartes, hasta llegan a dudar que existan los tan mentados 1000 goles. Hay un rasgo de argentinidad que nos entrenó en el maravilloso duelo con Diego. No pretendo ingresar en ninguna comparación. La historia siempre es complementaria. Un mito jamás impugnará a otro.

A pesar de no contar con la cantidad de medios de comunicación, plataformas o redes sociales, gozó de los beneficios de la realeza o los jefes de Estado. Fue la primera superestrella del fútbol mundial. Junto a Muhamad Alí y posiblemente Bob Marley, integró un grupo selecto de deportistas y artistas negros que superaron su campo de especialización y alcanzaron renombre mundial en el siglo XX. Llevó como nadie al deporte más popular del mundo a los Estados Unidos. Fue uno de los pocos futbolistas reconocidos por el gran público de la potencia mundial. Sin el auxilio que hoy cuentan personas que llegan hasta los puntos más recónditos del planeta por el imperio de las redes sociales.

Pelé se alimentó como nadie del boca a boca. De un teléfono interminable de anécdotas, historias y epopeyas que forman parte de la historia de la humanidad. Su legado siempre estuvo a salvo. No necesitó, ni necesitará de ninguna narrativa transmedia.