Miguel, petiso y verborrágico, muy talentoso y muy pechito argentino, altanero y patrón de la vereda en el barrio de los egos, cumpliría años el próximo martes 21. Serían 77 porque había nacido el 21 de marzo del 46. Pero se fue demasiado temprano. Murió en Munro, provincia de Buenos Aires, el 26 de marzo del 88, cuando acababa de cumplir 42.

Como dice la leyenda y confirma la historia, Miguel, cuando aún era Miguel Angel Peralta, fue un chico que se hizo muy desde abajo y solito. Creció primero en un orfanato y después en la calle. Se hizo poeta mirando a la gente a los ojos y el amanecer de la ciudad después de haber pasado cuadras y cuadras de caminatas y bares buscado el gran misterio de la noche. Tuvo su primera casa cuando el poeta y periodista Pipo Lernoud lo eligió para que fuese su hermano. Después viajó, anduvo por varios mundos, siempre imaginando un cielo con diamantes, y un día volvió y tuvo, por fin, un gran éxito: su combo Los Abuelos de la Nada, en los 80, fue una tromba. Tenía con qué: estaban, en el mismo grupo, los noveles Andrés Calamaro y Cachorro López, junto a varios fuera de serie más como Gustavo Bazterrica, Daniel Melingo y Polo Corbella. Y después, rápido como un rayo de las películas, se fue. A los saltos.

Anécdotas y un poema de Miguel Abuelo, el poeta que se fue demasiado temprano

Conocí a Miguel pocos días después de que hubiera regresado de Europa, en el comienzo de los 80. Para mí, que conocía su historia anterior, ya era un prócer. Pero él no estaba enterado de la estatura que tenía. Le pedí una mano para conocer la historia familiar de Tanguito porque quería hacer una nota -después hice un libro- y me la dio, generoso. Me llevó a la casa de Caseros de su viejo amigo, me contó historias, fue un divino conmigo. Después, cuando ya escribía en la revista Expreso Imaginario, acepté su invitación para ir a un ensayo de su nueva banda y así escribí la primera nota sobre los nacientes Los Abuelos de la Nada en una publicación importante de rock. Andrés Calamaro siempre lo recuerda.

Y nos vimos muchas veces en los días del gran éxito.

Recuerdo un día que vino a cenar a mi casa de Almagro, donde había una familia como la que él tanto había soñado. Lo pasamos hermoso. Mi hija Victoria estaba pero no lo recuerda, claro: era bebé, tenía unos poquitos meses. En el otoño del 86 publiqué en el Suplemento Sí de Clarín una nota contando la verdadera historia de la muchacha ojos de papel, basándome en lo que tiempo antes me había contado Luis Alberto Spinetta. Miguel me llamó ese mismo día, diciéndome que había escrito un poema en el que contaba su historia, y que quería que yo lo tuviese para escribir una nota sobre él como la que había publicado el diario ese día. Ante tal ofrecimiento, hablé con el editor del Sí y él me dijo que no, que Miguel no importaba… Pero cómo le decía eso a Miguel, cómo le decía que alguien había dicho que él era menos interesante que Spinetta. Creo que algo le inventé y pasó. Y el tiempo pasó.

Un día me llegó la noticia de que había muerto. Fue a través de un comunicado que emitió la oficina del empresario Luis Alen, quien hoy vive, lejos de los escenarios y las luces, en Río Ceballos. Y un tiempo después, Krisha, la compañera de Miguel en los 70, la mamá de su hijo Gato, me dijo que había reunido sus poemas y que quería que yo se los acercase a Jorge Alvarez, el editor de libros, quien luego había impulsado Mandioca, el primer sello de rock en la Argentina, a fines de los 60, donde había debutado Miguel. Esa oportunidad me sirvió para pedirle a Krisha el poema que Miguel me había dicho que había escrito.

Y existía. Estaba entre sus papeles. Krisha me lo dio, entendió que yo debía tenerlo.

Decía al principio:

Mi ticket. Mi casa.

Mi escritorio. Mi muelle del pensar.

Mi ventana. Mi reloj.

Mi lámpara imborrable.

Mis flores sentenciadas.

Mi manera de saber que estoy atento

y que algo me distingue entre todos.

Mis lágrimas caseras.

Mi teléfono espontáneo.

Escribir. Oh.

Pesada tarea que me produce tanta alegría.

Era una maravilla. Hoy, una pieza histórica.

Luego seguía:

Desfilando entre opuestas galerías,

intentando ser, finalmente, puntual.

A caballo entre sanctas (y non sanctas)

reflexiones.

Soy, de entre todos, mi confesor favorito.

Llevo el oído presto a la ligera analogía

que sostiene épocas, mitos y leyendas.

Veo en los números la intención precisa.

Cifra y palabra, sílaba y cuenta,

existen como un castillo para nadie,

a menos que el buscador se enfrente con su estilo,

y los transforme en base, ficción o compromiso.

Oh, escribir.

A los cuarenta se puede demorar un año

para concluir el poema.

Usando la ventaja de la desventaja,

ninguna cosa ahora, se torna contra uno.

¿De qué valdría a la inconsciencia

hacerse de un náufrago libre y bandido?

He dejado a la cultura en un paraje

repleto de pájaros perdidos y

a veces vuelvo.

Para nunca olvidar la misma escena.

Terminaba diciendo:

40 primaveras sin traicionar a nadie.

40 días de otoño preparando detalles.

40 que terminan al comenzar 40.

40 los ladrones. 40 vigilantes.

Dicen que de los 40

se sabe más cada día.

Pero yo no lo sabría.

Valiente hasta las tripas.

Aries. Perro de fuego.

Despuntar del zodíaco.

Aries. Perro de fuego.

Valiente hasta las tripas.

Guardián de mis guardias.

Secretivo.

Inventor de áureas distractivas. Discípulo.

Creador de mayas seductoras.

Escribir, oh.

Pesada tarea que me produce

tanta alegría.

No estamos solos.

La misma alma prevalece.

Los muertos me arrullan entre cambios.

La fortaleza reverdece y trasmuta.

Mi corazón es un cantero

de signos para siempre.

A poco de que se formara la nueva alineación de Los Abuelos de la Nada -hubo antes otro grupo homónimo en los 60, también comandado por Miguel-, la banda grabó un cassette. Y Miguel me lo mandó para que lo escuchase, junto a una carta. La que sigue.

Anécdotas y un poema de Miguel Abuelo, el poeta que se fue demasiado temprano

Decía:

Querido Víctor.

Esto es + que una recomendación. Se trata de una fuerte baraja del futuro.

Necesito que me des tu apoyo y tu confianza a esta gente por ser ellos inconfundiblemente excenciales a nuestro tiempo (de todos los tiempos) (Todo sic)

Suprimime. Excluime. Postergame de tu agenda pero (por Dios) te envío esta perla de mi vida. Pues deceo (sic) descansar en manos de tu sabiduría. Gracias. X amor. Miguel Abuelo.

Hermosa.

Está escrita a las apuradas, como se puede ver, con lápiz y en un sencillísimo formulario de SADAIC.

Así era Miguel.

En los próximos días, por su nuevo cumpleaños, seguramente aparecerán recuerdos de su paso por este mundo inmundo.

Los abuelos de la nada - Himno de mi corazon - Opera 85