Sabía, aunque era muy chico -tenía solo 23 años y hacía solo dos que vivía en Buenos Aires- que ese momento era histórico, incluso más allá de lo artístico. Mercedes Sosa, hoy considerada con justicia la más importante cantora que ha tenido el país, acababa de terminar un largo exilio político y derrotando la tristeza del destierro, había comenzado un ciclo de actuaciones en uno de los más importantes teatros de la capital del país. Era el verano de 1982. Aquello era algo tan trascendente que empezaría a derrumbar la Dictadura. No sabía, ni yo ni nadie, que en un par de meses, el país se vería sacudido por una guerra que no había pedido ni deseado, en reclamo de algo justo y largamente anhelado pero por vías claramente especulativas de parte de los jerarcas militares. Pero sí, más allá de esto, me daba y algunos otros más nos dábamos cuenta de que por fin se terminaba el tiempo de los militares. Dos años después, se recuperaría -para siempre, se afirma en tono de deseo y no sólo como certeza- la Democracia.

En ese trance fue que Mercedes por primera vez me recibió en su departamento de la calle Carlos Pellegrini, en el final de la Avenida 9 de julio, enfrente de la Embajada Francesa y a la vuelta de la luego desplomada Embajada de Israel, adonde viviría hasta el fin de sus días, y al que yo después terminaría yendo mil veces. Era sábado, hacía calor en la gran ciudad, y ella ya había hecho dos conciertos en el teatro. Haría 13 en total en diez noches.  

Yo pensé que habría una fila de interesados en entrevistarla pero no. Estaba solo y ella disponía de todo el tiempo para atender el pedido de la publicación en la que escribía… que era de rock. Expreso Imaginario era la revista rockera más influyente de ese tiempo. El problema, yo sabía y obviamente no se lo comenté, era que el director, Roberto Pettinato, no estaba interesado en ella. De hecho hicimos la entrevista porque insistí mucho, pero haciendo uso de su poder Pettinato no le dio la tapa del número siguiente -lo puso a Mick Jagger por una entrevista que había traducido Alfredo Rosso- y publicó mi nota con un título bien desabrido, sin bajada de “venta”. Algo propio de un niño caprichoso que hace algo sólo porque no tiene ningún buen argumento de sentido común para oponerse.

Primera página de la nota publicada por Expreso Imaginario
Primera página de la nota publicada por Expreso Imaginario

En el encuentro, ella vestía un sencillísimo batón como de entrecasa, no se había maquillado ni peinado, y tenía ojotas. Más de entrecasa, imposible. Yo, la verdad, no lucía nada rockero: acababa de salir de mi trabajo en la agencia Télam, adonde escribía de Política Internacional, y llevaba saco y corbata. Además, aún no había incorporado la barba y tenía el pelo corto. Muy botón. Pero la charla estuvo buena.

A poco de entrar, Mercedes, con una naturalidad que me pareció increíble, me dio la bienvenida, me invitó a pasar al living de su casa, y acaso como para entrar en clima, me mostró lo que había recibido: una carta de Atahualpa Yupanqui.

Casi muero cuando la vi y la tuve en mis manos. Alcancé a copiar qué decía.

Patroncita Mercedes, todavía mi compañera está enferma. Esto me impide (ir a) escucharla y saludarle a mi paisana cantora. Pues nos veremos en el mundo, y lindo sería, en nuestra tierra. Le deseo suerte y paz. Como ve, yo siempre deseo cosas difíciles a mis amigos. Un abrazo patroncita. Atahualpa.

Ay ay, carta de Yupanqui a Mercedes Sosa en ese trance. Deseándole “suerte y paz”.

Hoy me apeno de que no hubiese tenido un celular con el que fotografiarla. Pero bueno, no importa, así eran esos tiempos. Ya está.

Mercedes Sosa en el fin de su exilio y aquella carta de Atahualpa Yupanqui

El destino me regaló que después pudiera compartir con Mercedes muchos otros momentos en su casa. Incluso que me hubiera invitado a viajar, algo que ella hacía continuamente. Solía llevar como invitados suyos a algunos artistas como León Gieco, Víctor Heredia, Nito Mestre, Julia Zenko, y a algunos periodistas. Yo era uno de ellos. Sabía que se decía que íbamos siempre “los amiguitos de Mercedes” pero eso a mí, lejos de molestarme como crítica, me sonaba a un alto elogio. Y también nos vimos mil veces en Buenos Aires, en circunstancias que para mí fueron memorables y de las cuales podría contar mil anécdotas.

Mercedes Sosa en el fin de su exilio y aquella carta de Atahualpa Yupanqui

Hace ya muchos años que murió. Al decir de Yupanqui, marchó al silencio en octubre de 2009. Y desde entonces se han hechos muchos homenajes. Hoy hay documentales magníficos que recrean cuán importante fue.

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Pero significativamente, no quedó casi ningún registro fílmico de su retorno a los escenarios, en el Ópera, en el verano del 82. Como si nadie o casi nadie del mundo documental fílmico se hubiera dado cuenta de que esa circunstancia era realmente histórica. También es probable, claro, que nadie se hubiera arriesgado a ponerse una cámara de video al hombro en esa sala, siendo que todos -músicos, público, gente de la producción, periodistas- sentíamos fervor pero también teníamos mucho miedo.