Durante el año pasado el gasto militar mundial llegó al máximo, basado primordialmente en el impulso de Estados Unidos.

Los datos que dio a conocer este lunes el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI) dejan en claro que Washington y Pekín suman, por primera vez, más de la mitad de la inversión global en Defensa.

El gasto militar estadounidense aumentó el año pasado desde 2010. La Administración de Donald Trump elevó la inversión en Defensa un 4,6% respecto al año anterior hasta los 649.000 millones de dólares, un 36% del total mundial, que creció hasta su máximo histórico.

Desde su llegada a la Casa Blanca en 2016, Trump ha fortalecido la supremacía militar de Estados Unidos sobre sus dos principales rivales geoestratégicos, China y Rusia. Los drásticos recortes del republicano en medioambiente, cooperación exterior o ayudas contra la pobreza energética le han permitido reforzar su músculo militar con 39.000 millones de dólares más que el año anterior.

A pesar del incremento, el gasto de Washington en Defensa todavía es un 19% menor que en 2010, aunque entonces el contexto era distinto. Estados Unidos estaba involucrado de lleno en las guerras de Afganistán e Irak, con decenas de miles de tropas desplegadas. Hoy cuenta con un contingente muy reducido en Afganistán y varios centenares de asesores militares desplegados en Siria e Irak. Trump ha reiterado su interés en reducir al mínimo la presencia de tropas estadounidenses en estas zonas de conflicto.

La investigadora del SIPRI Aude Fleurant analiza: “El incremento del gasto de EE UU responde más a una estrategia de disuasión que a las exigencias actuales de sus operaciones en el exterior”. La experta pronostica que —salvo “una catástrofe financiera”— Trump aumentará el gasto en Defensa cada año que esté en la presidencia, a pesar de los obstáculos que suponen el déficit público y la pérdida del control de la Cámara de Representantes, que volvió en noviembre a manos demócratas tras ocho años de dominio republicano.

La adquisición de armamento, de fabricación nacional, es la principal explicación del incremento del presupuesto de Defensa estadounidense. Con un Ejército de casi 1.400.000 efectivos, un ligero aumento salarial también repercutió en el costo anual. La primera potencia mantiene en el extranjero más de 800 bases militares, repartidas por más de 40 países aliados.
Trump ha ordenado además crear “cuanto antes” una rama del Ejército dedicada al espacio —“que garantice el dominio estadounidense del cosmos”— que recibirá decenas de miles de millones de dólares desde su primer año. El republicano también ha heredado de la Administración de Barack Obama la idea de modernizar el arsenal atómico, un proyecto que según los expertos costaría unos tres billones de dólares en un plazo de unos 30 años.

Washington se retiró el pasado febrero del Tratado de Fuerzas Nucleares Intermedias (INF, por sus siglas en inglés), un acuerdo de desarme alcanzado durante la Guerra Fría. Moscú respondió de manera simétrica al día siguiente. En la cuerda floja ha quedado el New START, otro tratado bilateral clave que limita el número de cabezas nucleares de Rusia y Estados Unidos. El pacto finaliza en 2021 y, de momento, no hay visos de que ninguno de los dos países planee ampliarlo.

Fleurant considera que la pérdida de mecanismos de control armamentístico entre las grandes potencias provocará el aumento del gasto para desarrollar nuevo armamento.
A la acentuada desconfianza entre EE UU y Rusia, cabe añadir que China nunca ha formado parte de estos tratados de control armamentístico, lo que provocaba recelos tanto en Washington como en Moscú. El gigante asiático ha multiplicado por 15 su gasto militar desde los años ochenta, con incrementos en cada variación interanual desde hace 25 años. En 2018 lo hizo en un 5% hasta alcanzar el cuarto de billón de dólares. Y desde que se convirtió en 2008 en el segundo inversor mundial en Defensa, Pekín ha asignado cada año en torno al 2% de su PIB al refuerzo de su capacidad militar.

Estados Unidos, Rusia y China compiten por el desarrollo de nuevo armamento como los misiles hipersónicos, que convertirían en ineficientes los actuales sistemas de defensa. A diferencia de Washington y Pekín, Moscú recortó el año pasado su gasto militar un 3,5%, aunque Fleurant explica la reducción por la inversión extraordinaria que se realizó entre 2010 y 2015 para modernizar su armamento. Por eso, la experta cree que la inversión rusa crecerá a corto plazo, a pesar de las dificultades económicas que arrastra desde hace años por la caída del precio de los hidrocarburos y las sanciones occidentales.

Por su parte, Arabia Saudí se mantuvo como el tercer inversor mundial en Defensa, además de ser el principal importador mundial de armamento. El Reino del Desierto —que lidera la intervención militar en Yemen— destinó el año pasado un 8,8% de su PIB a Defensa, el porcentaje más alto de entre todos los países analizados.

En términos generales, el gasto militar mundial creció un 2,6% y superó los 1,8 billones de dólares hasta marcar un máximo histórico desde que existen cifras consideradas confiables (1988).

Los datos del SIPRI no incluyen algunos Estados con inversiones notables en Defensa como Corea del Norte, Siria, Eritrea o Emiratos Árabes Unidos.

Durante 2018 continuó el crecimiento de la cantidad de armas a nivel mundial