Desde la imprevista irrupción global de la pandemia, una de las preguntas que ha venido estructurando el debate público sobre este “hecho social total” concierne a sus consecuencias. Se trata de la pregunta por las consecuencias políticas, culturales y sociales que tendrá esta prolongada experiencia.

Quedó atrás aquella idea, que vista desde hoy luce algo ingenua, de esta crisis como un breve paréntesis luego del cual todo –y todos– volveríamos a ser como era antes. La larga circunstancia pandémica es también una circunstancia (re)formadora de subjetividades. Todas las crisis importantes (pensemos en el 2001 argentino o en la caída de las torres gemelas) producen un efecto sísmico sobre el subsuelo de valores de una sociedad. En este sentido, una crisis de la magnitud inédita como la que estamos transitando no provocará solamente consecuencias económicas, sino que además alterará las constelaciones culturales e ideológicas de Época. En este plano conviene distinguir entre impacto, visible, ruidoso e inmediato, y sedimento, aspecto referido a los efectos que se vienen incubando de manera menos evidente pero que se van expresar a través de diferentes manifestaciones o signos en los próximos tiempos. En otras palabras, el año 2020 dejará tatuada nuestra piel social y urbana.

¿Atomización o solidaridad?

En el plano sociológico, la incertidumbre admite diversas posibilidades: ¿la pandemia profundizará procesos de individualización o, por el contrario, favorecerá oportunidades para recrear lazos de solidaridad y sentidos de pertenencia? El sociólogo Robert Putnam, quien viene investigando y reflexionando sobre la pérdida de capital social y solidaridades en la sociedad contemporánea, lo sintetizó de la siguiente manera:  “El virus gira alrededor de una cuestión, somos un nosotros o somos un yo?”. La invocación de una voz perteneciente a la sociología comunitarista no es accidental: la sociología surge como disciplina inquieta –al igual que Putnam– por los efectos disolventes del ascenso anómico del egoísmo individualista al que asocia con la desintegración, el aislamiento y la atomización.

La hipótesis “pesimista” puede respaldarse con un conocido marco teórico y con mucha “evidencia empírica” experimentada durante estos meses: el miedo y la paranoia no estimulan los lazos solidarios ni tampoco fortalecen el capital social. Asimismo el aislamiento ya volvió “de hecho” la vida social más atomizada, retraída e individualista: hasta los muertos murieron en soledad, compartir se transformó en una amenaza y los cuerpos “aprendieron” a reprimir la abrasadora corporalidad argentina. A diario leemos noticias sobre las “heridas urbanas” que dejaría esta pandemia, según las cuales se producirían desplazamientos o diásporas equivalentes a las causadas por la fiebre amarilla.

Afortunadamente también existen argumentos en favor de un escenario sociológicamente menos sombrío. Desde marzo estamos enrolados en una experiencia plena y reflexivamente colectiva: participamos de un lenguaje social –y de nuevas prácticas asociadas con él– vinculado con la solidaridad y con la responsabilidad colectiva, que parecían melodías sociales olvidadas. Desde esta perspectiva, las ASPOS y DISPOS pueden ser pensadas como acciones colectivas en las que “decidimos” participar, con las intermitencias, imperfecciones y transgresiones propias de la realidad, a través de un insistente mensaje público: “toda conducta individual impacta sobre los demás”.

Otro elemento sobre el que podría apoyarse alguna clase de frágil optimismo es lo que ocurre en las plazas y en el espacio público. El paisaje urbano luce nuevamente invadido y la vida social, tras el confinamiento hogareño, resurge a partir de la imaginación participativa y de la espontánea reinvención social de actividades que, compatibilizadas con el nuevo contexto, se recrean en el espacio público. Al menos durante estos meses, se suavizaron tendencias hacia la privatización y segmentación que el mercado de consumo acentúa. Las plazas de los barrios vuelven a mezclar aquello que el mercado y los algoritmos separan y segregan. Y lo hacen bajo el sentido lúdico del estar juntos.

Representaciones mediáticas

Pero entonces, ¿saldremos más egoístas, potenciando el “yo neoliberal”, o resurgiremos con los músculos comunitarios y los valores públicos revitalizados? Nadie lo sabe. En un artículo publicado al inicio de esta experiencia (1) aún se advertían las huellas de un optimismo que los últimos meses fueron desgastando. De cualquier manera, el destino no es una fatalidad y el horizonte que asoma es, también, un destino por hacer.

Ese destino (“postpandémico”) que estamos haciendo estará ligado con las formas en que procesemos lo que estamos “viviendo”, lo que nos pasó e hicimos en el 2020. ¿Y cómo asimilamos esta experiencia tan inédita? A través del lenguaje. A la hora de pensar el sedimento del ciclo pandémico, proponemos entonces una idea simple: el lenguaje importa, es decir, no solo el “deterioro material”. Por otra parte, debe considerarse que esa metabolización discursiva no es natural ni espontánea: es también un campo de batalla en el que compiten diferentes encuadres y marcos ideológicos desplegados por los distintos actores de la discusión pública, arena en la que los medios de comunicación se destacan como productores de representaciones simbólicas.

Con la pretensión de aportar una aproximación empírica preliminar al fenómeno, nos enfocaremos en el análisis del vértice mediático de un triángulo de tensiones en el que medios, política y públicos pugnan por la definición social de la realidad. Lo haremos  a partir del trabajo que realiza el Observatorio de Medios de la Universidad de Cuyo, que viene relevando el tratamiento informativo de la Covid-19 desde el mes de marzo en los diarios digitales más leídos del país.

Específicamente, nos interesa subrayar y reflexionar sobre uno de los hallazgos que surge de la observación del “comportamiento mediático” durante estos primeros seis meses de experiencia pandémica. Nos referimos al giro individualista en el ambiente discursivo.

Posiblemente una de las funciones más conocidas –y discutidas– de los medios de comunicación sea aquella referida a la incidencia sobre la agenda pública. Diversas investigaciones a lo largo de los años han demostrado que a través de la selección, omisión y jerarquización de eventos mediatizados las coberturas informativas son capaces, en determinados contextos y bajos ciertas circunstancias, de incidir en el debate social. Sin embargo, la construcción de un temario que se propone a la discusión ciudadana no agota la potencia mediática. Además de la mayor o menor relevancia brindada a un tema –resorte central de la agenda, es decir qué discutimos y dejamos de discutir–  los medios narran los asuntos de una determinada manera. Y en contextos de aislamiento social que potencian la relación no experiencial con una enfermedad que pone en riesgo la salud y la vida, las representaciones mediáticas de la pandemia adquieren una centralidad aumentada.

La literatura académica denomina “encuadre” a esa dimensión narrativa. Se trata de la estructuración de esquemas interpretativos de los temas que, a partir de una definición causal, una evaluación moral y un abanico de posibles soluciones sobre los problemas públicos tiñen de manera más o menos evidente, más o menos intencionada, moral e ideológicamente a los asuntos tratados. De esta manera, los encuadres mediáticos que catalizan el debate público aportan un sembrado explicativo de la realidad, dado que los discursos nunca son “puramente” descriptivos, ni se limitan a “mostrar” o “reflejar”. El lenguaje mediático, a través de la “representación”, participa de la construcción social de la realidad, esto es: de los imaginarios a través de los cuales la experimentamos y actuamos en y sobre ella. Esto no implica que necesariamente existan voluntades deliberadas de distorsión o intenciones ideológicas manifiestas. Especialmente si se tiene en cuenta que la ideología actúa esencialmente cuando se la considera ausente o natural.

Si repasamos las agendas de la Covid-19, desde que quedó disuelta la primera etapa de “suspensión voluntaria de la grieta”, dos encuadres centrales convivieron y compitieron por la definición de la situación y de las posibles formas de gestión y/o resolución del problema. Al punto de que se convirtieron en dos grandes avenidas discursivas que organizaron el conflicto político.

El primero de ellos, al que podríamos denominar “proteccionismo público”, consiste en un enfoque sanitarista cuyo centro de gravedad discursivo reside en la idea de “protección estatal”. Bajo este enfoque, la pandemia queda enmarcada en una serie de políticas públicas regidas por la acción gubernamental, sostenida sobre el conocimiento científico de epidemiólogos e infectólogos. En este marco el riesgo siempre queda subrayado y las conductas que se alientan son de aislamiento, cuidado y prudencia. Aquí el Estado aparece como organizador del tejido protector: sin él los riesgos para la sociedad se multiplican. Asimismo esta avenida discursiva, como todo discurso asociado a la esfera de lo público-estatal, incorpora el valor de la solidaridad en un lugar de especial resonancia simbólica.

El segundo encuadre, al que llamaremos “individualismo pandémico”, consistió en un enfoque mediático-empresarial cuyo foco está puesto sobre los daños colaterales de la cuarentena y no de una enfermedad global. Su primer rasgo, entonces, es que la pandemia queda sustraída de la base argumental y descriptiva. En este encuadre, la cadena alimenticia de víctimas y culpables aparece fuertemente reformulada con respecto al discurso oficial: aquí las principales víctimas no son los fallecidos y contagiados, sino que a partir de un desplazamiento retórico se construye como principales afectados al conjunto de capas medias profesionales, cuentapropistas y empresariales, a los cuales las políticas sanitarias estatales no sólo habrían afectado económicamente. La idea rectora de este segundo enfoque es la noción de Libertad, donde el Estado es ubicado como parte del problema, cuyas normativas pandémicas son tomadas como agresiones a la libertad. Tal como lo expresó Mauricio Macri en su precoz pero honesta confesión ideológica cuando sostuvo: “el populismo es peor que el coronavirus”. Probablemente la versión hiperbólica más exacerbada de estas pulsiones libertarias fue aquel reclamo por “la libertad de enfermarse”. No obstante, más allá de las expresiones digitales o callejeras más radicalizadas, y de algunas apreciaciones mediáticas, en Argentina no existieron voces de relevancia institucional que hayan recorrido un camino abiertamente negacionista o subestimador de la pandemia, como sí ocurrió, ni más ni menos, en Brasil o Estados Unidos.

Emprendedurismo sanitario

Al introducir las figuras de “proteccionismo público” e “individualismo pandémico” aspiramos a describir arquetipos discursivos que compiten en el espacio público mediatizado y no orientaciones ideológicas individuales. Como enseña el lingüista George Lakoff, la mayoría de los ciudadanos conjugamos y mezclamos ingredientes de diversos encuadres ideológicos. Pero además de caracterizar los contornos de estos dos encuadres, lo que nos interesa es incorporar a la reflexión sobre el futuro del tejido social un hallazgo también registrado por el Observatorio de Medios: el giro individualista en la atmósfera discursiva que respiramos.

¿A qué nos referimos por giro individualista? Rebobinemos: en los comienzos del ASPO, cuando el paradigma sanitarista que llamamos “proteccionismo público” era absolutamente dominante, la responsabilización mediática por la respuesta sanitaria –y por la defensa social en general– recayó sobre el Gobierno Nacional como actor central. Inicialmente, las reacciones discursivas y mediáticas más extendidas dieron lugar a la puesta en valor del rol del Estado como garante de derechos, reparador de asimetrías y “escudo nacional”. En ese marco, “salir mejores” cobraba un, por entonces verosímil, sentido esperanzador apoyado sobre aquel inesperado consenso según el cual lo público y lo colectivo debían imponerse sobre la racionalidad y los apetitos que rigen otros campos, por ejemplo el mercado. Era tal la atmósfera de optimismo solidario y empatía colectiva, que incluso la mayoría de empresas y marcas comerciales transitaron y expresaron este clima (emocional) de época lanzando spots publicitarios cuyos ejes conceptuales aludían a la pertenencia colectiva y a la importancia de la solidaridad. Es decir, el “mercado” se volcaba sobre los valores públicos.

Sin embargo, la responsabilización mediática por la resolución de la situación varió sensiblemente a lo largo del tiempo. Con el paso de las semanas, y de los meses, el encuadre sanitarista, público y solidario perdió centralidad en favor de narrativas más (neo)liberales que en un comienzo resultaron llamativamente extemporáneas. Una nueva versión de emprendedurismo sanitario empezó a contagiarse y a ganar espacio en los medios.

Como ponen de manifiesto los datos del Observatorio de Medios de la UNCuyo expresados en el siguiente gráfico, en una primera etapa el Estado, a través de sus diferentes organismos y niveles, fue el actor central señalado (y elegido) por los medios de comunicación como responsable para resolver –o al menos– contener la crisis. Tal inclinación estatista, pública y colectiva flotaba en un ambiente cuyo “graph” decía “nos cuidamos entre todos”. Ciudadanos colectivamente responsables bajo un Estado tutelar que fijaba los marcos para la acción individual y garantizaba el derecho a la salud y el sustento material para capear el temporal.

Imagen: Le Monde Diplomatique

La medición expresada en números: en la última semana de marzo, en 7 de cada 10 notas sobre el Covid estaba presente alguna clase de abordaje público-estatal del tema, mientras que solamente en 4 de cada 10 notas se ponía el acento en la responsabilidad individual como eje central. En septiembre el semblante mediático cambia rotundamente: más del 60% de las notas se ocupan de la pandemia fundamentalmente en términos de “responsabilidad individual”, quedando el abordaje en términos de políticas estatales y protección pública solo en el 40% de las notas sobre la crisis sanitaria.

Como se observar, el éxito inicial del encuadre “proteccionismo público” fortaleció la legitimidad estatal (y gubernamental). Con el paso del tiempo, diferentes circunstancias –y actores mediáticos y/o políticos– favorecieron el ascenso del “individualismo pandémico” (soluciones individuales para una pandemia global), encuadre en el que se privilegia la responsabilización individual de la gestión de la pandemia y que conduce al declive de la figura estatal como agente determinante de la situación. Rápidamente en la atmósfera mediática empezaría a respirarse un nuevo ambiente ideológico, donde la noción de “libertad” grativaría con mayor relevancia que la de “protección”, mientras que una suerte de darwinismo pandémico crecería debilitando el clima de solidaridad colectiva que los propios medios habían contribuido a crear meses atrás.

El ascenso del discurso “individualista”, en detrimento del “proteccionismo público”, (el gráfico ilustra cómo en septiembre se invierte la mayoría “discursiva”) revela otro rasgo muy característico de la “representación” mediática: la sobrerrepresentación de las capas medias y altas como principales afectadas. La contracara de este fenómeno suele ser una semi invisibilización de los sectores populares y más vulnerables, sobre los que las usinas mediáticas únicamente pusieron el foco cuando algún brote en un barrio popular les permitió un despliegue sensacionalista y subordinado a una evidente intencionalidad política (en el año de las desmesuras llegó a hablarse del “Guetto de Villa Azul”). Ya lejos de aquellas expediciones antropológicas transmitidas en vivo y en directo, con fingida empatía, la suerte de los sectores marginalizados, atada indefectiblemente al ahora tan cuestionado “proteccionismo público”, se presenta desacoplada de la vida de las clases medias urbanas.

En este momento, la confrontación discursiva, que involucra a medios, políticos y públicos, parece haberse resuelto a favor del ideario de mercado, por el cual el Estado es llamado más a “dejar hacer” que a “proteger”. En esa fantasía ideológica, los individuos son libres, del mismo modo que los presentadores televisivos, para elegir y sugerir el mejor tratamiento sobre la base de sus creencias o preferencias, más allá de lo que indique la ciencia o el Estado. Tal vez, la versión más extrema de esta sublimación epidemiológica del neoliberalismo pudo reconocerse en las versiones pseudo-científicas de la “teoría del rebaño”, según la cual el Estado no debía “entrometerse” en la libre circulación del virus, cuya propia “astucia” regularía su extinción. En efecto, y como piezas del paradigma “individualismo pandémico”, ahora circulan críticas según las cuales la inicial intervención del Estado habría prolongado y agravado la crisis.

En este artículo examinamos solamente el comportamiento discursivo de los medios de comunicación y registramos su giro individualista (antiestatista). Ahora bien, ese giro fue transitado o acompañado por actores de la dirigencia política y de la sociedad. Dependerá de ellos también, y fundamentalmente, la elaboración social del trauma pandémico.

Antes de terminar, volvamos al origen, a la pregunta: ¿qué hará esta pandemia con nosotros?, ¿saldremos mejores? Como vimos, los últimos meses fueron testigo del ascenso de los discursos agresivamente individualistas, mientras se debilitaba aquel consenso público-colectivo que supimos conseguir. Mientras tanto, la profundización del deterioro económico y social, la precariedad de la democracia regional, la corrosiva dinámica pandémica y el crecimiento de una derecha que parecía pertenecer a los libros de historia configuran un contexto poco propicio para la producción de esperanza.

En este contexto, la excepcional crisis en curso podría acentuar procesos de privatización, desconfianza e individualización, que a su vez serían compatibles y propicios para el crecimiento de discursos y “soluciones” políticas muy corrosivas para la cultura democrática. Pero también podría no hacerlo, y relegitimar la función protectora y reguladora del Estado, promover mayor responsabilidad en la dirigencia política y favorecer la revitalización de los lazos comunitarios y del capital social. En suma, no hay un desenlace “necesario”. El futuro está abierto.

1. Ignacio Ramírez, El tiempo de la imaginación política, https://nuso.org/articulo/el-tiempo-de-la-imaginacion-politica/

Por Ignacio Ramírez (Sociólogo por la Universidad de Buenos Aires y DEA en Cultura, Política y Comunicación por la Universidad Complutense de Madrid. Director del Posgrado en Opinión Pública y Comunicación Política de FLACSO Argentina.) y Esteban Zunino (Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires y Dr. en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Quilmes, docente e investigador del CONICET. Director del Observatorio de Medios de la Universidad de Cuyo) 

Fuente: Le Monde diplomatique