Cuando hayamos cortado el último árbol, contaminado el último río y pescado el último pez, entonces nos daremos cuenta de que ¡no podemos comer dinero!”. Estas palabras tan pronunciadas por los ecologistas forman parte de la carta que le envió en 1855 el jefe indio Seattle de la tribu Suwamish al presidente de Estados Unidos Franklin Pierce en respuesta a la oferta de compra de las tierras indígenas en el noroeste del país, lo que ahora es el estado de Washington. Y más de 150 años después, siguen aún vigentes.

Más plástico que peces

A partir de la Revolución Industrial a mediados del siglo XVIII, el desarrollo de la industria y la tecnología promovida a través del aumento del consumo de bienes y servicios fue la principal fuente del crecimiento de las economías del mundo. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), los países más ricos han consumido el siglo pasado más materia prima y recursos energéticos no renovables que toda la humanidad a lo largo de su historia y prehistoria. El 15% de la población mundial que vive en las naciones con altos ingresos es responsable del 56% del consumo total en el mundo, mientras que el 40% más pobre en los países de bajos ingresos es responsable solamente del 11% del consumo.

En este modelo de consumo irresponsable que impera en el mundo, hay un material que se presenta como una de las principales amenazas para la vida: el plástico. De acuerdo a las estadísticas de ONU Medio Ambiente, el mundo produce aproximadamente 300 millones de toneladas (40 kilos por persona) de residuos plásticos cada año y actualmente solo el 14% se recolecta para el reciclaje. Los científicos estiman que 8 millones de toneladas de desechos plásticos llegan a los océanos cada año, por lo que, si no se deja de arrojar residuos, en 2050 el océano tendrá más plástico que peces.

Según un informe publicado en junio de 2019 de National Geographic, la humanidad debe lidiar con 8.300 millones de toneladas de este plástico fabricado desde los años 50. De ellas, más de 6.300 millones se han convertido en residuos. Y de esos residuos, 5.700 millones de toneladas no han pasado nunca por un contenedor de reciclaje.

La producción mundial plástica ha registrado un aumento exponencial: de 2,1 millones de toneladas en 1950, aumentó a 147 millones en 1993 y a 407 millones en 2015. Para dimensionar este crecimiento basta sólo un ejemplo: las botellas de plástico. Cada minuto se compran un millón de botellas de plástico, según cifras de la ONU. La producción de plásticos se ha expandido un 4% cada año desde 2000, y la mayoría de las empresas esperan que ese crecimiento continúe gracias a las economías emergentes, según indica un amplio informe de 2020 elaborado por la asociación Carbon Tracker.

Coca-Cola, Nestlé y PepsiCo son las 3 empresas globales más contaminantes del mundo, según el informe titulado BRANDED Volume II: Identifying the World Corporate Plastic Container (1). El estudio está basado en las campañas de limpieza de 484 playas en más de 50 países y 6 continentes, organizadas por el movimiento Break Free From Plastic cada septiembre, en las que identificaron las principales empresas contaminantes de acuerdo a la basura hallada. Las 7 que completan el ranking de los 10 principales contaminadores son Mondelēz International, Unilever, Mars, P&G, Colgate-Palmolive, Phillip Morris y Perfetti Van Melle.

Según los datos de Carbon Tracker, los tres países más afectados por la contaminación plástica son China con 8,8 toneladas métricas, Indonesia con 3,2 y Filipinas con 1,9. China, el país más poblado del mundo, es el que más residuos plásticos produce y la mayor parte termina en sus propias costas, lagos y ríos. En Indonesia, 4 de sus ríos se encuentran entre los 20 más contaminados del mundo. Y Filipinas ocupa el tercer lugar por contaminación plástica.

Cómo producir sin destruir

La ONU ha advertido del grave problema del “Apocalipsis climático”, que podrían sufrir varias islas del Pacífico, condenadas a desaparecer alrededor de 2050 debido a la subida del nivel del mar por efecto del calentamiento global, según señala el reporte final de la Cumbre Mundial del Clima de la ONU en París, en 2015. Así, las paradisíacas Islas Maldivas, se han planteado comprar un terreno continental a un país cercano (India, Sri Lanka y Australia) por si sus 387.000 habitantes tienen que emigrar. Las Islas Vanuatu e Islas Salomón se enfrentan al mismo problema, dado que cada año el mar sube en esa zona unos 11 centímetros. En 2011 se propuso en Naciones Unidas la creación de un estatuto de “refugiado climático”, aprobado finalmente en 2017, dada la cada vez más acuciante realidad de las poblaciones desplazadas.
“El mundo sigue sin encontrar el equilibrio entre la producción de recursos y la conservación del medioambiente. Arrojamos ocho millones de objetos diarios al océano, que, en conjunto, alcanzan un peso total de siete millones de toneladas de basura anuales”, explicó Daniel Rolleri, director de la Asociación Ambiente Europeo (AAE).

Michelle Bachelet, Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y ex presidenta de Chile, advirtió que “la pandemia por COVID-19 debería estimularnos a adoptar medidas transformadoras basadas en los derechos humanos que promuevan la salud pública, la confianza en las autoridades y una mayor resiliencia social y económica. Esta crisis demostró que el mundo es desigual, incluso en países desarrollados. No podemos volver a como estábamos antes”. Al respecto, Jason Beech, profesor de la Universidad de San Andrés e investigador superior del Conicet, explicó: “La crisis climática ya es evidente y requiere cambios urgentes en nuestros modos de organización social. El posicionamiento ético desde el cual tomemos nuestras decisiones económicas y políticas en los próximos años va a ser trascendental para el futuro de nuestra especie, sus comunidades y sus ecosistemas”.