El antagonismo y sus conflictos derivados son inherentes a toda sociedad. No es factible encontrar comunidades en armonía plena y convivencia pacífica. Pero no toda forma de confrontación es socialmente positiva. Esto es lo que ocurre con el espiral de pujas o el redoble de apuestas.

En ocasiones, los seres humanos o las organizaciones se embarcan en disputas que crecen en tensión hasta límites incomprensibles. Los agentes argumentan que actúan así en defensa de intereses colectivos. Pero ¿qué es lo que está en juego en estas pujas llevadas al límite?

Actualmente asistimos a una variedad de confrontaciones de tensión creciente cuya lógica es difícil de entender.

La racionalidad de la confrontación ha sido analizada desde diversas disciplinas, entre ellas, por la teoría de juegos.

En 1971, Martin Shubik, matemático de la Universidad de Yale publicó un artículo sobre un tipo de subasta que denominó el juego del dólar. El juego consiste en subastar un billete, supongamos cien dólares, ante varias personas permitiendo apuestas mínimas, por caso de cinco dólares. El que ofrezca más, se queda con el billete como en una subasta tradicional. Pero Shubik incorporó un regla especial: el que queda segundo pagará el monto que ofreció sin recibir nada a cambio.

Se realizaron varios experimentos psicológicos de este tipo para analizar los comportamientos durante la subasta. Shubik detectó tres momentos durante el juego. El primero ocurre cuando los individuos evalúan si tiene sentido participar o no. Aquí el incentivo de llevarse un billete de cien dólares por pocas decenas es superior al costo de quedar segundo y pagar por lo apostado. Ello impulsa a varios actores a comenzar la puja. El segundo momento del juego ocurre cuando las apuestas se acercan a los cincuenta dólares. En esta instancia suelen quedar sólo dos jugadores que pujan hasta el final. Aquí comienza a equilibrarse el incentivo a ganar cien dólares pagando la mitad contra la penalización de perder cuarenta dólares sin obtener nada a cambio. Esto lleva a desertar al resto de los apostadores.

La batalla final

¿Cuál sería el máximo a ofrecer por un billete de cien dólares? Parece lógico suponer que todo terminará cuando algún apostador ofrezca cien por un billete de cien. ¿O acaso es lógico ofrecer más de cien por algo que vale cien? Sin embargo en el juego de Shubik, el tercer momento se desencadena cuando las apuestas ¡comienzan a superar los cien dólares! A partir de allí, la pulseada se torna irracional.

El que ofrece cien dólares razona que es lo máximo que puede llegar a pagar por un billete de cien, pero su oponente no está dispuesto a tener que pagar noventa y cinco dólares por quedar segundo, por lo que tiene incentivos para ofrecer ciento cinco dólares por un billete de cien. El costo adicional de cinco dólares compensa la pérdida de noventa y cinco dólares que sufriría si no mejorara su apuesta. Esta "racionalidad" también es compartida por su contrincante, que encuentra motivos para ofrecer ciento diez y escapar de la pérdida de cien dólares. ¿Cuál será el precio al que llega esta confrontación?

Las comprobaciones de Shubik señalaron que, para llevarse el billete de cien dólares, ciertos "ganadores" terminan pagando en promedio ¡340 dólares por cada billete de cien! ¿Cómo puede entenderse semejante irracionalidad? En rigor de verdad, no hay ganadores. Ambos pierden. El que quedó segundo, porque desembolsa 335 dólares por nada, y el primero, porque pierde 240 dólares, ya que paga 340 por algo que vale 100. Es decir, entre ambos contendientes despilfarran 575 dólares por el hecho de confrontar al límite.

Un despilfarro colectivo

Cuando lo que está en juego no es un billete, sino otros aspectos más complejos de la realidad, esta lógica afecta a toda la sociedad.

En los experimentos de Shubik, la mayoría de los apostadores manifestaron que sus oponentes se habían vuelto locos encontrando paradójicamente racional su propio comportamiento. Estos jugadores raramente aprendieron de sus errores, ya que cuando participaron nuevamente de otro juego volvieron a caer en la trampa del espiral de pujas.

Explicaron su comportamiento expresando que lo que está en juego sobre el final ya no es sólo económico, sino algo de otra índole: sensaciones competitivas, emocionales, el orgullo o el honor de no perder. En el caso de las confrontaciones políticas, la regla de Shubik opera de este modo: lo que está en juego es la aversión a pagar costos políticos o cuestiones de principios.

En 1971, se pensó que este experimento era un intento de Shubik por llamar la atención sobre la escalada bélica en Vietnam y la permanencia de las tropas estadounidenses a pesar de los crecientes costos materiales y humanos. Sin embargo, el verdadero interés de Shubik estaba orientado a descubrir un fundamento teórico para las conductas de la adicción. ¿Será esto lo que anida detrás del poder?

Algunos han sintetizado el lema que guía a los actores en esta actitud de redoblar la apuesta: "demasiado en juego para abandonar". Pero cuando esta racionalidad se apodera de gobernantes, es tanto lo que se juega que deberíamos reclamar que impere el criterio de "demasiado en juego para seguir confrontando".

Una parte de la sociedad puede festejar la confrontación extrema sin importarle los costos totales de la puja sin límites. Otra parte, tal vez, asista azorada al espectáculo de terminar pagando, entre todos, casi seis veces por lo que está en juego. La racionalidad de la confrontación suele ser más costosa de lo que se cree y más difícil de cuantificar cuando la estridencia del "ganador" lleva a creer que ganar es derrotar al otro a cualquier precio.