El mismo domingo, el fútbol tuvo tres definiciones en torneos de selecciones.

Esa fue una de las críticas que sostuvo en los últimos días Megan Rapinoe, la capitana del seleccionado femenino de fútbol de Estados Unidos.

Consagrada campeona, había dejado en claro que “nosotras jugamos un Mundial y todas las miradas tendrían que estar sobre nosotras”, cuestionando que el mismo día se jueguen las finales de la Copa América y la Copa de Oro de la Concacaf.

Lesbiana por elección, es reconocida por su lucha a favor de las castigadas minorías, a Rapinoe le preguntaron por una posible visita a Donald Trump para festejar el título.

“No tengo ganas de ir a la jodida Casa Blanca”, lanzó.

Rápidamente, el presidente estadounidense le pidió “que ganara algo”. En la cancha, la futbolista fue distinguida como la mejor jugadora del torneo de la FIFA, que concluyó ayer con un 2-0 sobre Holanda.

Este mismo domingo, el grito de "Equal pay" retumbó en Lyon, después de la final.

El 8 de marzo pasado, las futbolistas cuestionaron a su propia Federación por cobrar menos que los varones, y expusieron sus logros  como argumento.

Más distante y menos social en sus cuestionamientos, los argentinos percibieron a un “nuevo” Lionel Messi en el campeonato de la Conmebol que ganó Brasil, de local.

Sus críticas al VAR y la denuncia de que “no querían que jugarábamos la final” no son frases que el capitán del equipo acostumbre a dar.

Mucho más compenetrado con la visión de conjunto, adentro y afuera de la cancha, Messi escogió “no ser parte de esta corrupción” y no fue a la premiación por el tercer puesto.