La final inglesa duró un suspiro. No es que se haya modificado el reglamento del fútbol. Las emociones se redujeron al inicio y al final del partido.

Antes del primer minuto, una corrida de Mané por la derecha, derivó en un intento de pase que rebotó en el brazo y pecho de Sissoko. El árbitro no dudó, y sin recurrir al Var, decretó la pena máxima. Mohamed Salah cambió por gol y pocos creyeron que a partir de esa incidencia, iba a quedar sellado el destino del partido.

El nudo estuvo de más. Al final apareció uno de los héroes de Anfield, en la épica de la semifinal contra el Barcelona. Origi pescó un rebote y sacó un disparo ajustado, imposible para Hugo Lloris.

Poco importó que luego el equipo de Pochettino, haya tenido el 62% de la posesión del Balón. Tampoco que hayan generado algunas situaciones para lograr la paridad.

El Liverpool se hizo fuerte en defensa, con un imponente Alisson Becker en el arco.

Cada vez que el club londinense, llegó con algo de peligro, a través de los pies del danés Erikssen o el coreano Son, apareció la figura del arquero brasileño.

No pudo ser para el argentino Mauricio Pochettino. Tampoco para su Tottenham. La Champions vuelve a un lugar donde la han tratado muy bien. El Liverpool ganó la sexta orejona. El entrenador alemán Klopp, finalmente podrá festejar una final