Han pasado ya 50 años de la llegada del ser humano a la Luna y asistimos a una avalancha de comentarios sobre este tema. Si bien la mayoría son genéricos, concentrados en aspectos más o menos triviales sobre el programa y los viajes en sí, dejan como reflexión el hecho de que la efemérides resulta todavía altamente cautivadora dentro de la sociedad. Más allá del día a día, las historias de exploración siguen resultando seductoras para nuestra especie.

De cualquier manera, el programa Apolo nació dentro de un marco político bastante convulsionado, como la guerra fría y la necesidad de los Estados Unidos de mantener un liderazgo mundial a 15 años de la II Guerra. Es en este momento cuando Kennedy (o su grupo de gobierno) ve una oportunidad de continuar con el incipiente programa espacial tripulado (pensemos que en ese momento los EEUU no habían puesto ningún ser humano en órbita terrestre, solo Alan Shephard había realizado un vuelo suborbital), con un objetivo declarado (la Luna) y varios implícitos (como la consolidación de su gobierno, la cohesión de la sociedad estadounidense en un objetivo común, el liderazgo político dentro del concierto internacional). Uno de estos (incrementar el liderazgo tecnológico que EEUU poseía) ha sido la clave de muchos, sino la mayoría, de los conceptos, métodos y herramientas con que los ingenieros y tecnólogos hemos trabajado en este medio siglo.

Si bien el cronograma del Apolo implicaba trabajar, en la medida de lo posible, con las herramientas y tecnologías existentes, se asignaron importantes fondos a investigaciones tecnológicas básicas, sabiendo que, aunque no estuvieran maduras a tiempo, resultaban fundamentales para la futura apropiación de conocimiento por la sociedad. Además de los fondos dedicados a los contratistas principales, se financiaron gran cantidad (hablamos de miles) de trabajos de investigación de Universidades, Centros de Estudio y empresas de todo tamaño, los que no estaban orientados a ser usados dentro del proyecto. Como ejemplo más ilustrativo podemos hablar del microprocesador (el Intel 4004 se presentó en el año 1971), que es hijo de los desarrollos en electrónica e informática realizados para Apolo. ¡Sí, nuestros teléfonos celulares y televisores son bisnietos de estos desarrollos! (de paso, cualquier smartphone actual tiene muchísima más capacidad de cálculo que todas las computadoras de la NASA sumadas, en los años ‘60).

Aunque este es el subproducto con más visibilidad social, el programa Apolo también dejó una cantidad de avances en muchos aspectos de la ingeniería, que actualmente son habituales, como por ejemplo organización y manejo eficiente de programas complejos, métodos y algoritmos de cálculo (estructural, aerodinámico, dinámico, químico), tecnología química y de materiales, sistemas de calidad y comprensión del ambiente y la física del espacio circunterrestre, así como el avance que para la geología supuso tener acceso al estudio de la formación primigenia de otro cuerpo celeste.

El proyecto Apolo, visto a 50 años, nos sigue fascinando. Más allá de eso, también ha contribuido a moldear varios aspectos de la práctica tecnológica actual a nivel global.