No soy crítica, pero puedo decir que es bueno y me gustó leerlo, escribió Clarice Lispector en uno de sus textos periodísticos (recopilados por el Fondo de Cultura Económica en ‘Todas las crónicas’, libraco que me regaló mi amiga Bibiana Fulchieri). El vecino de enfrente había escrito un libro, y enviado a la escritora brasilera con una carta amable.

No soy crítica, pero puedo decir que ‘El trampero’ de Candelaria Jaimez es buena y me gustó leerla. Minimalista. Breve. Una nuvel. Personajes asequibles que circulan por el supermercado de la cuadra cuyos dueños, con negocios poco santos, manejan la suerte del entorno. Una novela de barrio. Sin estereotipos; ni moralina, ni condescendencia. Y bastante humor. Como si la autora hubiera vivido ahí.

Me interesa el mundo del trabajo. Sobre todo del que no tiene que ver conmigo. Para poder escribir sobre eso, miro mucho. Investigo. Algo casi periodístico. Alejo me dijo que escribo obras ‘proletas’.

Alejo es Alejo Carbonell, de Caballo Negro. El editor.

Antes hubo una primera novela, ‘Los nísperos’, resultado de una clínica con Eugenia Almeida, que editó Borde Perdido. ‘Los nísperos’ circuló y Gustavo Pablos la reseñó en La Voz. Pero ‘El trampero’ nació en cuarentena, casi desapercibida Y cuando la gente volvió a la calle, la autora estaba en otra. Siempre hablamos de hacer una presentación, promete. Y especifica: En un supermercado.

Algo muy visual, imagino cuando me lo dice. Teatral.

Es que Candelaria Jaimez también es artista visual. Ha estudiado Bellas Artes durante 14 años. Comenzó en la Figueroa Alcorta; cuando se creó la Universidad Provincial, la licenciatura; y ahora en la Nacional, un posgrado para cuyo trabajo final pintó más de 100 pequeñas acuarelas –‘Elegía por la muerte de mi padre’− expuestas en el Museo Evita donde la próxima semana las evaluará el tribunal de tesis.

De la acuarela (muestra entusiasmada su obra desde la compu), me atraen la velocidad y la sorpresa del agua. El contratiempo, el accidente.

Simultáneamente siempre le gustó escribir. Candelaria Jaimez tenía su prestigio entre las chicas de la clase, a cuyo pedido elaboraba sentidas cartas de amor que entregaban a los novios. Pero comenzó Diseño Industrial. Y aunque chocha porque la Facultad de Arquitectura estaba llena de varones (me enamoré de todos, imaginate, venía del 25 de Mayo, solo mujeres), resultó un desastre (me fue para el culo, dice, en realidad). Entonces, cuando una amiga se inscribió en la Figueroa Alcorta, ella, que la había acompañado, se inscribió también.  

Con su primer diploma, durante veinte años dio clases de pintura y dibujo en el Instituto Córdoba. Después volvió a la Alcorta (ya Universidad Provincial) donde además de ser docente pronto se sumó a lo institucional. Con la hiperactiva Gabriela Borioli.

Trabajábamos hasta altísimas horas de la noche. En una de esas Gabriela pidió una carpeta médica. Esperábamos que se reintegrara pronto. Pero tenía un tumor.

Candelaria Jaimez es coordinadora de las Diplomaturas en Gestión Cultural, Política y Praxis, y en Patrimonio Cultural; y secretaria de Extensión y Vinculación Territorial de la Facultad de Arte y Diseño de la Universidad Provincial. Los cargos vacantes tras la muerte temprana de Gabriela Borioli.

Una trayectoria re fuerte la de Gabriela. Yo sentí mucho miedo cuando me nombraron para reemplazarla. Por suerte tuve un gran apoyo de la decana, Karina Rodríguez; una libertad enorme. Me gusta mucho la gestión. Es muy divertida. Mucha adrenalina.

En estos días, la niña mimada de esa gestión son los cursos extensionistas en las ciudades de Unquillo (durante 2022 fueron aprobados 32 proyectos colectivos de gestión comunitaria) y Anisacate, donde comenzará en agosto. Una iniciativa para formar a los agentes culturales ahí donde trabajan.

Ir a un nuevo territorio es un gran desafío. Como un pintor viajero. Un tiempo distinto, con personas que se configuran en ese momento. Y se pueden armar redes para trabajar en conjunto, dice con optimismo Candelaria Jaimez.

El mismo curso se dictará desde mayo en la Legislatura, agrega, y subraya la importancia del asunto: Desde una feria de platos en la parroquia, hasta cualquiera de los 400 festivales que se hacen en Córdoba, necesitan gestión cultural.

Los artistas también.

Somos un despelote, suelta con risa cómplice: Aunque soy hija de contador, no he podido avanzar más allá de un excel para sistematizar algunas cosas. Si tengo que vender una obra, o libros… Los regalo a todos… Los artistas necesitamos profesionalizarnos. Esa idea antigua del artista en una bohardilla no corre. Los chicos van a la escuela. Hay que pagar las cuentas…

¿La gestión mata a la artista? Qué pregunta… Se sorprende. En el otro escritorio de su pequeña oficina de funcionaria universitaria (mi rapi pago, bromea), su colaboradora Daniela Arce aleja cada tanto la vista de su pantalla para asentir, reír, o agregar algo. Candelaria Jaimez se silencia en seco. Después, categórica: Sí.

No puedo hacer todavía una elección exclusiva por el arte. Dice, como pidiendo disculpas, y agrega: La docencia me dio la certeza del ingreso cuando mis hijos eran chicos. La maternidad me consumió mucho tiempo.

Recién ahora, aunque las clases y la gestión la demoran, con sus tres hijos (y una nieta) ya autónomos, por primera vez puede concentrarse en la producción artística sin demandas familiares. Renunciar al arte… Ni loca. Y como remarcando lo dicho, levanta la mano, adelanta el cuerpo por sobre el escritorio.

Me prepara un café soluble. Muy bueno. Sale hasta el dispenser porque además le pido agua. Se disculpa cuando la reclaman: Estamos haciendo una entrevista, explica, y nos presenta con nombre y apellido. Sonríe siempre. Para las fotos, mejor bajo la santa Rita florecida. Tan hermosos, esa tarde de sol, los patios de la Universidad Provincial (aunque lo pintado, muy decolorido. Un poco de pintura, ahí). Los pasillos de la Arrans donde está su oficina, pletóricos de esculturas hechas por les estudiantes. Distribuidas con diseño. Nadie las roba. Tampoco se las puede llevar una visita.

Candelaria Jaimez tiene 49 años. Artista plástica, gestora cultural. Funcionaria universitaria. Intensa y potente. Bueno, no siempre, relativiza riendo. Han pasado más de diez años desde que un cuento suyo fue incluido en ‘Dora Narra’, antología curada por Alejo Carbonell para mostrar que en Córdoba las mujeres no escribían solamente poesía y novela histórica.

Después de tanto tiempo, su pulsión por la escritura sigue intacta, asegura. Una próxima novela. Tiene algo dándole vueltas. Aunque la desalienta que la muerte de la madre ha sido tratada por otras colegas, el velorio de su mamá, muy espectacular, con mucha música, la conmueve como tema.

Escribir es inenarrable, afirma, buscando palabras con los ojos al techo. Lentamente, agrega: Hay un momento… Ocurre algo místico… Como un éxtasis… El alma se desprende del cuerpo…