“Voy a contarles un secreto: la vida es mortal. Mantenemos ese  secreto en mutismo cada uno frente a sí mismo porque conviene, si no, sería volver cada instante mortal”, escribe Clarice Lispector en Tempestad de almas. No tan alejada de Clarice, Angela Murua se despierta cada mañana agradeciendo a Dios un día más. En esa rutina cotidiana toma el colectivo y se va a su puestito frente al cementerio de San Jerónimo donde desde hace más de 40 años vende flores.

Este es el cementerio más importante de la ciudad, fue inaugurado en 1843. Posee en su arquitectura el recuerdo y el olvido de la memoria colectiva de la historia cordobesa. 

Allí comparten el lugar con anónimos las tumbas de Jardín Florido, Marcos Juárez, Oscar Cabalén, Víctor Brizuela, Manolito Cánovas o el Chango Rodríguez. Allí también están los restos de José Manuel De la Sota, en el panteón familiar.

Artistas, políticas, religiosas, docentes, músicas, reformistas y revolucionarias  como  la Hermana Purita, Lily de la Vega, María Teresa Merciadri, Tránsito Cáceres de Allende, Amalia Budano Roig,  Nelida Azpilicueta, Hnas. Del Buen Pastor, Del Huerto, Adoratrices, Vicentinas. Leonor Marzano. Blanca del Prado. Frances Wall. 

Frente al cementerio hay una plaza donde se vive un clima de patio de hogar, hay cierta familiaridad entre quienes trabajan en la zona. 

San Jerónimo, cuyo nombre lleva el cementerio, es patrono de nuestra ciudad y fue traductor, quizás aquí algo nos está diciendo. 

Foto: Florencia Pon
Foto: Florencia Pon

Desde hace 40 años Ángela madruga y se hace unos mates rodeada de flores, flores para los muertos. Dos islas de puestos coloridos parecen contradecir a la muerte incluso hasta provocarle la vida. Allí la mayoría de las que atienden son mujeres y convocan a los paseantes con un “flores, flores” como pasteleras frente al cabildo. Lourdes es la tercera generación frente a  otro de estos puestos, su mamá venía a ayudarle a su abuela, ella a su mamá y así es la tercera generación en esta profesión. “Esto es lo que amo” , dice. Allí encuentra su rutina y pero también su hogar.

La tradición de las flores tiene muchísimos años de antigüedad. De hecho, se han descubierto restos de flores en sepulcros de finales de la edad del Paleolítico, hace más de 13.000 años. Se cree que, en la antigüedad, el hecho de colocar flores cerca de los restos mortales de los fallecidos se debía a que el olor que desprenden neutraliza el olor de los restos. Aunque en la actualidad las intenciones son muy diferentes. En tiempos prehispánicos había un ritual Guaraní en el que se plantaba una planta de yerba mate en la tumba del ser querido y cuando se cosechaba se hacía una ronda familiar para recordar a esa persona. Este sería el inicio de nuestra costumbre de matear en roda: recordar. 

Las flores a lo largo del mundo tiene diversos significados pero es el clavel quizás la flor por excelencia para los ritos cristianos, su nombre significa “Flores de Dios” y las hay de diferentes colores como rojo, amarillo y rosa, que según la tradición, representan un vivo amor, luz para el fallecido o que el que las ofrenda tiene un hermoso recuerdo del difunto. 

En Córdoba se suma la particularidad de tener flores celestes para hinchas Belgrano y azules para hinchas de Talleres. 

Foto: Florencia Pon
Foto: Florencia Pon

La crisis, la pandemia, la pérdida de las tradiciones viene afectando al negocio, se ven puestos vacíos que poco a poco se van convirtiendo de depósitos. Angela cree que quizás cuando ella se vaya, nadie venga a reemplazarla. Sin embargo, ellas coinciden que  la peor tragedia, es el olvido. 

Con flores o sin flores, con tumbas o sin tumbas, nuestros muertos encuentran la forma de visitarnos a los vivos, si estamos atentos aparecen en canciones, en aromas que trae el viento, para que no lo olvidemos. A veces toma solo un ratito pensar en ellos y ellas, en sus gestos y sus ideas o simplemente estar atentos, puede que sea la memoria una forma de inmortalidad .