No sabemos cómo suena el vacío. Pero algunas ondas imperceptibles al oído deben seguir rebotando acá adentro, porque el cuerpo de Adriana Arenas, “la Reina”, comienza a moverse apenas pone un pie en el Monumental Sargento Cabral. 

“Ay, me tiembla la patita”, dice. 

Adriana "La Reina" tiene 59 años y vendió "chicles para chapar" durante décadas en la puerta del Sargento. Foto: Ezequiel Luque

Esta nota se escribe exactamente un año y medio desde el último baile de Carlos “La Mona” Jiménez, el 6 de marzo de 2020. La última misa en el templo del cuarteto.  Ahora, los tubos fluorescentes tiritan en el techo del salón y alumbran apenas el mural de la pared del fondo: la cara de Jiménez con la boca abierta y la mano estirada. Adriana camina y toca la pintura, como si tomara gracia con un santo. “Para que volvamos”, dice. 

El 6 de marzo de 2020 fue el último baile en el Sargento Cabral. Foto: Ezequiel Luque

Abraham Vázquez, ex percusionista de La Mona, y Pini de Hipólito, un fanático que siguió al músico hasta en sus giras europeas, integran el contingente reducido que visitó el Sargento junto con www.cba24n.com. 

“Este era mi lugar, acá me paraba yo con mis amigos”, dice Pini. Habla de la era prepandémica, antes de que el virus cambie para siempre el universo cuartetero y también la fisonomía de la ciudad: hasta fines de 2019, entre 300 y 500 mil personas por fin de semana hacían fila para entrar a los bailes y, una vez adentro, había de todo menos distanciamiento social. 

Abraham Vázquez fue percusionista de Carlos La Mona Jiménez. Volvió a tocar en el Sargento Vacío. Foto: Ezequiel Luque

Desde entonces, los músicos y los empresarios del cuarteto buscan alternativas para sostener su marca y adaptarse a la pandemia, con espectáculos (no se animan a usar la palabra baile) en modalidad “bar” y con burbujas, o streaming. Pero el desahogo físico de los bailarines, se sigue haciendo esperar.

Esta semana el dueño del Monumental Sargeto Cabral, Ruben Bravi, anunció que el salón abrirá nuevamente sus puertas. No será para bailar, sino para convertirse en un vacunatorio. 

47 años haciendo bailar

En el Sargento Cabral se baila cuarteto desde que Humberto Bravi compró el lugar, en 1967. “Primero era un negocio inmobiliario, mi papá lo alquilaba a Los Cuatro Grandes (Rolan, La Leo, Cuarteto de Oro y Cuarteto Berna) los fines de semana”, explica Ruben.

El Sargento Cabral es el escenario del cuarteto en barrio San Vicente desde la década de 60.

Unos años después, Ramaló y Rolan compraron un terreno en la calle Solares y construyeron El Coliseo. Entonces los Bravi, que ya conocían la movida, comenzaron a organizar sus propios shows: el primero fue el 15 de noviembre de 1975. Tocó La Doble Cuarteto Leo, la banda de moda que cantaba el hit: Quién se comió la pata de pollo. En el salón había mesas, una pista en el centro y mozos yendo y viniendo. 

“Desde entonces la familia Bravi organiza bailes: 47 años ininterrumpidos, hasta ahora”, se lamenta Rubén. La mística del lugar comenzó a cambiar cuando, por sugerencia de La Mona, institucionalizaron “los viernes del Sargento”. “Ahí se volvió un clásico”, dice. 

Los bailes del los vieres con La Mona Jiménez son un clásico. Foto: Ezequiel Luque

Los hijos de baile 

Abraham Vázquez sacude las manos, hace círculos en e aire, calienta las muñecas. Dice que no puede olvidar la noche que, en el Sargento, presentaron el disco “60”, que incluye el tema Solo contigo. “La gente vibraba, pedía por Carlos”, recuerda. “Acá dentro crecí como persona”, agrega. 

La cara y la voz de Adriana “La Reina” es tan clásica como los viernes. Pasó 30 años vendiendo chicles en la puerta del baile. Ahora viste una remera con la frase que la representa: “chicles para chapar”. Cualquiera que haya hecho fila alguna vez para entrar al Sargento Cabral la escuchó gritar: “Chicos, chicos, vengan, compren chicles para chapar”. Con eso le dio de comer a sus diez hijos. 

Pino de barrio Hipólito, siguió a La Mona en todas sus giras. Foto: Ezequiel Luque.

Pini no se llama Pini, pero dice que La Mona lo bautizó. “Pini de barrio Hipólito” su nombre se dice con señas. “Ahora en la pandemia miramos bailes viejos y bailamos en casa”, no queda otra, agrega.  

Desde que no hay bailes, Adriana vende soquetes en la San Martín. La calle es más hostil que el noche, para ella. Hace poco, un inspector municipal le confiscó la mercadería. Una mañana de abril, un auto frenó cerca de donde trabaja. Bajó una mujer y preguntó por ella. Le dijo que tenía un hermano que no conocía. “Ella era la esposa y venía a contarme que mi hermano se estaba muriendo de coronavirus. No supe qué decirle y me largué a llorar”, lamenta. 

Abraham calentó las manos. Se sienta en una silla y se acomoda la tambora en las piernas. Pini y Adriana no se conocen, pero se agarran de las manos y comienzan a bailar con un paso desparejo y desconfiado. Debajo de los barbijos tararean un tema de Jimenez. 

Abraham golpea una, dos, tres veces y el sonido del instrumento rebota, se come el silencio, y deja las paredes temblando, como dice la canción.

La producción audiovisual fue realizada por: 

Darío Almagro y Juan Ramé en cámara; Waldo Cebrero, en producción y Lucas Schiaroli en edición.