"El 9 de septiembre del 2001, Jorge Barón Biza- en sus últimos años había cambiado el Barón Sabattini por Barón Biza- se arrojó de su departamento del piso 12 en la ciudad de Córdoba. Hasta ellos llegó la última llamarada que Raúl Barón Biza había lanzado aquel trágico domingo 16 de agosto de 1964". 

Ese párrafo se corresponde al final del libro de Candelaria De la Sota "El escritor maldito. Raúl Barón Biza". El material reconstruye la vida de excéntrico escritor, la del "millonario heredero, el escritor corrosivo, viajero incansable, militante insatisfecho, antisemita, misógino y duelista temerario", no sin mencionar a sus hijos, esos que tuvo junto a Clotilde Sabbatini, hija de Amadeo, y que fueron alcanzados por eso de "la maldición".

Raúl fue quien mandó a construir el monumento a Miryam Stefford, su primera esposa que murió en un accidente de avión; fue quien se casó luego con la hija del gobernador Sabbatini y fue quien tras firmar su divorcio con ella, le arrojó un vaso con ácido en su rostro desfigurándola completamente. El autor "auto publicado" de muchos títulos que le valieron un paralelismo con el Marqués de Sade, se suicidó de un disparo en la sien luego de ese episodio y terminó de marcar a su familia para siempre.

Jorge Barón Biza, uno de sus tres hijos, estaba junto a su madre en el dramático episodio. El joven se convirtió en periodista, trabajó en La Voz del Interior como crítico de arte, dio clases en la por entonces Escuela de Ciencias de la Información de la UNC, y escribió un libro, un libro inmenso.

Hijo de Raúl, cargó con sus apellidos sabiendo que la historia que lo antecedía era una condena y un desafío a la vez. Convivió con una tragedia familiar que supo describir en ese libro, El desierto y su semilla, y también fue autor de su propio final cuando saltó de ese balcón hace 20 años atrás.

"Una gran corriente de consuelos afluyó hacia mi cuando se produjo el primer suicidio en mi familia", dice sobre la muerte de su padre. "Cuando se desencadenó el segundo, la corriente se convirtió en un océano vacilante y sin horizontes", dice sobre la muerte de su madre. "Después del tercero, las personas corren a cerrar la ventana cada vez que entro a una habitación que está a más de tres pisos. En secuencias como esta quedó atrapada mi soledad", finaliza diciendo sobre el de su hermana. De los tres hermanos Barón Biza sólo uno escapó a la fatalidad.

Candelaria De la Sota trabajó con las notas de Raúl Barón Biza para el libro de Christian Ferrer y años más tarde, para una tesis de mestría reconstruyó la historia del hombre. En todos esos años de trayecto, también conoció a Jorge.

"Estaba en la Catédra de Movimientos Estéticos en la por entonces Escuela de Ciencias de la Información. Tenía un perfil mucho más bajo que su padre, pero era un provocador, sin dudas. Mantenía el espíritu provocador de su padre pero su estilo literario fue superador. Es una lástima que solo tengamos de él una novela", dijo la periodista y escritora.

Sobre su obra reconoce: "Mientras a Raúl se lo lee por lo excéntrico o lo incónica de su figura, a Jorge se llega por el boca en boca. Y creo que el siempre buscó el reconocimiento de sus pares, no la exhibición a la que apelaba su padre. Su estilo era maravilloso. Aunque mantenía ese espíritu osado, porque recuerdo que publicaba las fotos de las fiestas de Raúl, esas fiestas que escandalizaban tanto en Alta Gracia".

"Nací en 1942, me formé en colegios, bares, redacciones, manicomios y museos de Buenos Aires, Friburgo del Sarine, Rosario, Villa María, La Falda, Montevideo, Milán y Nueva York. Leí Mann, traduje Proust. Viví 30 años de mi trabajo como corrector, negro, periodista (desde publicaciones de sanatorios psiquiátricos hasta revistas de alta sociedad) y crítico de arte". Su cinismo y sinceridad también conviven en su obra, esa que cuenta su historia pero que dio nombres diferentes a sus protagonistas.

El desierto y su semilla es el relato de sus viajes a Milán y Nueva York junto a su madre, en el intento de reconstruir su rostro. En ese mismo libro se describen los logros políticos de Clotilde -a quien llama Eligia- mujer que ocupó un rango ministerial por primera vez en nuestro país. Su lucha con el alcohol y el debate interno entre sus propios demonios ofician de columna vertebral del libro que no puede leerse sin abstraerse de la verdadera historia, esa que sin dudas, supera la ficción.

En 2010, a nueve años de su muerte, apareció "Por dentro está todo permitido" un libro que recopila sus textos en los años que trabajó como periodista y escritor.

El hombre, el escritor, el "hijo de" y el personaje de su propia novela, un día como hoy, veinte años atrás moría. Y con su muerte, la maldición volvió a cobrar vida en el imaginario colectivo. Su obra permanece para desafiar su propia decisión y hoy lo recordamos con ella.

"A los treinta y seis me convenzo de que he malgastado todo. Si doce años atrás se habían terminado para mí el tiempo de las metáforas, ahora se termina el tiempo de las excusas. En estos meses recientes no he tropezado con nada vital salvo esta decisión de volver del balcón a la biblioteca desnuda".