Es posible que una cuestión de pudor le impida a Gonzalo Marull destacar alguno de los tantos premios provinciales y nacionales que recibió en 25 años de carrera como dramaturgo y director, o los jurados y encuentros internacionales en los que fue y es requerida su mirada aguda y sensible. En cualquier caso, respetamos su decisión de presentarse así: “Dramaturgo, egresado de la Facultad de Artes de la UNC.  Segundo de seis hermanxs y tío de once sobrinxs. Soy de acuario con ascendente en acuario. Nunca tuve un celular”.

- Cómo viviste la pandemia, en lo personal y en tu dimensión de alguien que se dedica a la actividad teatral, si es que fuera posible pensar que son dos dimensiones diferentes.

- Dejando de lado el dolor que producen las muertes, creo que exigí mi derecho a fracasar en el encierro. A frenar la productividad. A disfrutar ese intervalo de soledad y aburrimiento. Lxs artistas (como muchos otros sectores de la sociedad) pertenecemos a una clase trabajadora precarizada. Por lo que de alguna manera estamos muy acostumbrados a la adversidad constante. La pandemia lo desnudó crudamente. Me asfixió un poco esa doctrina que se expandió de tener que capitalizar la pandemia para “reinventarme” y no parar nunca la máquina productiva. Nos pedían que hiciéramos una reproducción exacta de la vida del anterior mundo pero reducida a cuatro paredes. La dictadura de la felicidad estuvo muy presente, hasta intentando disciplinar los tiempos de ocio.

- ¿Qué efecto tuvo en el ambiente escénico y, si te animás, qué consecuencias traerá en los artistas, en la gente, este largo año de abstinencia de teatro que recién ahora comienza a despejarse?

- Me preocupa mucho en primer lugar la salud mental. En segundo lugar, no sé cómo han hecho las salas para subsistir económicamente, admiro a las personas que se ponen al hombro eso. La situación es apremiante. Y en tercer lugar, siento que hay un ecosistema que se rompió y costará mucho tiempo rearmar. Ese ecosistema está compuesto por lxs estudiantes de teatro de las dos universidades y del seminario Jolie Libois, que son muchxs, y fue un trabajo de años lograr que sean muchxs. Lxs estudiantes no sólo nutren las plateas de los teatros sino también los talleres. La mayoría se fue de Córdoba y están regresando muy paulatinamente, pero muchxs ya no regresarán, se alejaron del teatro ya que no pudieron sentir su esencia que es definitivamente el encuentro. Lxs asiduos espectadores de teatro independiente que pertenecen a la denominada “edad de riesgo” y que realmente están con miedo de volver a las salas. El apoyo del estado (principalmente el provincial y municipal) que nunca fue muy importante, pero ayudaba, y que en esta etapa en vez de crecer, cayó. Se dieron limosnas a los artistas disfrazadas de grandes gestos políticos.

- El teatro y todo lo vinculado a la escena fue de las últimas actividades en volver, cuando podrían haberse autorizados espectáculos al aire libre, por ejemplo. ¿Faltó creatividad, inteligencia, sensibilidad?

- Faltó todo. En noviembre de 1995, en un congreso de teatro en Canadá que llevaba por título “¿Por qué teatro? Decisiones para el nuevo siglo”, le preguntaron al extraordinario dramaturgo alemán Heiner Müller justamente por el título del congreso, y contestó: “Creo que la única alternativa de llegar a encontrar una respuesta sería cerrar todos los teatros del mundo durante un año. Sería ideal seguir pagando a la gente sin que realizase su labor artística, pero durante un año no harían nada y después, quizás, se sabría ‘por qué teatro’. Quedaría claro lo que falta, si es que faltase de veras. También podría ocurrir que la gente en ese año se acostumbrara a vivir sin teatro”. Veinticinco años después hemos hecho realidad la visión de Müller (no de manera voluntaria claramente): un año sin teatro. Y la pregunta queda resonando cada vez más fuerte: ¿Nos hizo falta? ¿La gente se acostumbró a vivir sin teatro? ¿Sólo los que nos dedicamos al arte lo sentimos como alimento espiritual? ¿Sólo lo virtual es sinónimo de futuro? ¿Qué es el teatro para lxs gobernantes? ¿Tiene algún tipo de valor?

- ¿Por qué será que le cuesta tanto a los gobiernos considerar la Cultura como algo esencial?

- Nunca se declaró la emergencia cultural porque claramente la cultura no es considerada esencial. En otros países donde hay industrias culturales la presión es más fuerte. Pudieron lograr que se abrieran los teatros tempranamente, por ejemplo. Nosotros no tenemos industria y por lo tanto somos grupos de presión mínima, casi nula. Igualmente hay algo que dice el dramaturgo Sergio Blanco, que puede sonar alejado de la realidad –principalmente del sustento diario-, pero que a mí me gusta mucho: “Para la sociedad de consumo en la cual estamos inmersos no somos una prioridad. El teatro no entra –por suerte–, en ningún circuito ni comercial ni mercantil ni industrial ni económico de prioridades en nuestras sociedades de consumo. Eso en cierta manera es un elogio para todo el movimiento teatral. La sociedad de consumo que encuentra su aliado en la sociedad del espectáculo –y que no tiene nada que ver con el teatro– puede prescindir perfectamente de nosotros y nosotros de ella. No nos necesitamos. Es hermoso y redentor poder prescindir, es el comienzo mismo de la libertad”.

- La primera respuesta del teatro fue llegar al público con registros filmados. Después hubo experiencias de streaming con elencos que, a falta de un espacio común, al menos compartían con el público el mismo tiempo. Vimos grupos que hacían y ensayaban teatro vía zoom. ¿Cuál fue tu experiencia como hacedor y espectador de teatro? ¿Algo genial que te llamó la atención?

- Internet claramente no tiene forma y está fuera de toda escala. Si no están los cuerpos, ¿qué pasa? No podemos alinear la mirada con el otrx, tenemos un abismo imaginario entre lxs que estamos en una pantalla y lxs que creemos que nos están mirando o escuchando. Se rompe la cenestesia, esa sensación común que ocurre cuando dos cuerpos están cerca. Con la cenestesia miramos, pero lo que acaricia la mirada no es sólo la piel sino también el aire. Sin la posibilidad del encuentro presencial hubo fusiones, mezclas y experimentos en los que surgieron formas teatrales a través de las pantallas. Propuestas que parecen incluir la pregunta: ¿Dónde aparece la teatralidad en todo lo que se filma? ¿Una nueva mezcla entre cine y teatro? ¿Un tercer lenguaje? El Teatro San Martín de Buenos Aires los llamó “Modos híbridos”, un título que me pareció muy acertado. Pero sinceramente no hubo nada que me produjera algún sentimiento diferente a lo que me produce una película o una serie, y es porque lxs espectadores no sólo completan, sino transforman las obras de teatro, resignificando la escena de forma imprevisible. No es retórica decir que cada función de teatro es distinta. Cuando alguien nos pregunta por una obra a la que acabamos de asistir no sólo hablamos del texto, las actuaciones y de la puesta en escena, sino también de las reacciones de lxs espectadores: se durmieron dos, no sé de qué se reía la gente, tosieron toda la función, lxs hicieron saludar dos veces… El teatro es una forma de pensar colectivamente, es decir, la gente que se encierra en una sala por una hora y media a experimentar la puesta en escena, no mira la obra en soledad, sino que la mira grupalmente. Entonces, la reacción de las otras personas, la risa, el silencio, el aburrimiento, permite que uno se emocione, se enoje o reflexione en conjunto. Eso no podrá ser reemplazado nunca por la tecnología.

- ¿Qué pasa con la creatividad cuando rigen protocolos y aforos? ¿Qué teatro podremos tener, será más domesticado, perderá vitalidad, libertad?

- Por lo que estoy viendo en Europa no creo que dure mucho lo de los protocolos y los aforos. Me preocupa más el ecosistema roto del que hablé anteriormente y, también, el miedo al encuentro. El teatro es un lugar social, para ir a verse, a abrazarse, a sentir; el miedo al contacto físico o al encuentro es el peligro mayor que nos asecha.

- ¿Estaremos a las puertas de una nueva teatralidad? ¿Cuál es el teatro que querés ver?

- Voy a responder con una frase del dramaturgo Juan Mayorga: "En el teatro, así como en el sueño, uno puede encontrarse con lo que teme ser; con lo que quiso ser y no pudo ser; con lo que pudo ser y no se atrevió a ser. Como del sueño, del teatro no deberíamos salir más seguros, confirmados en lo que éramos, sino más inseguros y sabios. EL MEJOR TEATRO NOS PONE EN PELIGRO. Deberíamos hacer teatro de modo que de él huyesen lxs cobardes”.

- ¿Cómo imaginás la dramaturgia PosCovid? Habrá que hablar de la pandemia en las obras? ¿Un teatro desde la pandemia, a pesar de la pandemia, más allá de la pandemia?

- Yo imagino la dramaturgia siempre más allá de los temas. En definitiva sólo hay dos temas: estoy enamorado y tengo miedo a la muerte. La dramaturgia siempre está más vinculada a las posibilidades y cambios de la escena, porque la dramaturgia es esa virtualidad que quiere ser materia, esa oruga que desea convertirse en mariposa. Me preocupa más que hayan cerrado salas, que se achiquen los espacios, que actrices o actores abandonen la práctica porque no pueden más económicamente. Deberíamos volver a hacer teatro en la montaña, en las iglesias, en las fábricas, en las plazas. Eso transformaría radicalmente la dramaturgia.

- ¿Estás escribiendo teatro?

- Escribí una obra basada en las cartas que nos enviamos con mi madre en la cuarentena del 2020. Mi deseo es hacer la obra junto a ella. Los dos en escena sonriendo, bailando, disfrutando. Es tal vez una utopía, pero es la que me entusiasma y me quita el sueño.

- En la pandemia nació “El divisador de series”, tu nuevo rol de comentarista en Canal 10 que aparece lookeado acorde al tema que aborda. ¿Cuándo te diste cuenta que tenías un personaje? ¿Cómo te sentís siendo el protagonista del juego escénico? ¿Se viene el Marull actor?

- Una vez intenté actuar. Fue hermoso, pero salí huyendo. La mezcla de técnica y espiritualidad en el oficio de la actuación me dio miedo. Me pareció algo imposible de alcanzar. Peor aún, descubrí que lo esencial para los actores y las actrices tal vez sea más simple, y yo no podía lograr esa simpleza. Como dice Ariane Mnouchkine: "Estar en el presente, renunciar a todo lo que anticiparon, para atrapar en una escena todo lo que pasa. En un instante, en ese instante". El divisador de series es un juego, el mismo que juego que hago en el aula o en el teatro. Me divierte, me da adrenalina, pero sólo eso. Combino mi disfrute como docente, lo que he aprendido en el teatro y mi pasión por las series. Pero tiene fecha de vencimiento. Cuando vuelva la presencialidad a las aulas y el teatro tome vuelo, El divisador de series se irá a invernar.