Tenemos que salvar a Juan Filloy del olvido al que son destinados aquellos que se convierten en nombre de calle. Así como los monumentos que atormentan al recienvenido de Macedonio Fernandez, las calles petrifican lo vivo de una obra en apenas un nombre. Incluso en ello deberíamos ser estrictamente filloianos y nombrarlo entonces en sus siete letras: J. Filloy (esto desde que la Real Academia quitó definitivamente del abecedario la ch y la ll). Deberíamos también sacarlo de sus hazañas biográficas: como partícipe de La Reforma Universitaria, por un lado, como el hombre de los tres siglos, por el otro. Filloy fue un escritor, y como todo escritor lo encontramos en su obra y como toda obra no solo la encontramos en las novelas que programó, escribió y editó, sino también en esos escritos que fue dejando en los distintos muros de las ciudades donde vivió: Córdoba y Río Cuarto. “Papeles sueltos”, esos que no corresponden al programa, a la Obra, así con mayúsculas, sino que pertenecen a la coyuntura de una vida, a sus pasiones, a sus sucesos más importantes: el relato de un viaje por Europa, las cartas enviadas de Dedodoro Roca pidiendo colaboraciones (y no obteniéndolas) para sus intervenciones en revistas, escritos sobre arte, incluso sobre el arte menor de la xilografía, discursos de ocasión, entrevistas, y finalmente el tesoro de sus dibujos- esas imágenes que acompañaban sus quehaceres culturales-. Estos papeles nos muestran un retrato de un Filloy agudo y vivaz frente a aquello que acontecía en sus ciudades como un actor participe.

El valor del fragmento, de la pieza suelta, parece quitar arrogancia a los saberes completos dándole potencia al detalle. Si la obra da esa imagen de círculo perfecto, de O poderosa; el fragmento restituye la mueca con la cual se compone el estilo. Y así, nos encontramos con que el “papel” de Juan en la Reforma del 18 fue más bien una transformación personal y estética. Filloy se atreve a insinuar y a atestiguar que no hay reforma de contenido; que la única reforma (esa que se hará sin estudiantes ni profesores, según le responde a Deodoro Roca en una carta) es una de- forma- ción; un trabajo continuo con el lenguaje y sus puntos de idealización. La verdadera reforma es la del ingenio, más que la del genio, según nos recuerda en su tratado de palindromía. Y a la famosa premisa de que la reforma no solo se limitaba a una reforma universitaria, sino que era necesario una reforma social, Filloy agregaba que la verdadera reforma debía reunir todas las “fuerzas filoneístas”, incluidas en ellas el arte y la literatura. 

De allí es que no hay chance de quedarse con un Filloy de “museo”. Filloy nos conmina a una actitud diversa: la del movimiento. Si es una calle, entonces transitemos por ella. Es una calle sinuosa, una diagonal que logra poner en perspectiva varios hechos de la historia de la literatura nacional. Esa perspectiva que solo pudo tener afirmándose en el margen para desde allí cobrar centralidad. Del margen son sus personajes: los linyeras, los delincuentes, las prostitutas; pero del margen también es su origen: de familia analfabeta, dedicada al comercio, entra a la literatura por las bibliotecas populares. Entra desde los márgenes de la ciudad al centro de la ciudad, y desde los márgenes de la provincia, al centro de la literatura.  

El trayecto de Filloy figura más a un rompecabezas bien entendido. Un rompecabezas bien entendido se arma de dos piezas fundamentales: la pieza que falta y la pieza que no encaja. Juan Filloy es él mismo esa pieza suelta en la literatura y la historia argentina y de las ciudades en las que habitó. Precursor de la literatura que hoy coquetea con el nobel, pero alejado de todo canon; protagonista de la reforma universitaria, pero alejado de todo ideal reformista; crítico, mordaz, siempre es el que falta, o el que no se acomoda perfectamente. A Filloy le ha gustado andar, más que teorizar seriamente (o serialmente), y esparcir huellas para que cada cual pueda rearmarlo según los azares de su propio encuentro. 

Este libro es ese intento de darle vida al mito. Trazando sus recovecos y adentrándose en los archivos gracias a la buena voluntad de sus herederos, de la bibliotecas, de todo los que atesoran un papelito como si fuera un tesoro y que nos han brindado la posibilidad de reproducirlo para que pueda ser compartido. 

Juan Conforte, además de coautor de la obra, es licenciado en psicología, escritor e integra el staff de la Editorial de la UNC.

Papeles Sueltos, J. Filloy. Conforte Juan Manuel, De Olmos Candelaria (Comps.). Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba, año 2017.