Adenda, es como su título lo indica, una “antología íntima”. Allí, encontraremos plasmado el universo poético de Sulma Montero, sus primeros escritos y su poesía más reciente. Este libro, no está desgajado del paisaje poético boliviano, no aparece como un aerolito solitario en la intemperie del silencio. Sulma Montero, es parte constituyente de la poesía boliviana, poesía que posee en su haber voces como las de Bedregal, Shimose, Jaime Sáenz, y Gabriel Chávez Cazasola, entre otros. 
En este sentido la apuesta que realiza Marcelo Bernal y José Ortega desde la Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba es un verdadero aporte a la poesía. En años anteriores, la colección “formas” publicó a Juan Cameron (Chile) y Jorge Boccanera (Argentina).

El libro Infancia, que se constituye de 39 poemas  breves en verso libre es una buena muestra del potencial poético de la escritora paceña. Del principio al fin sostiene una homogeneidad perfecta en el manejo de las palabras. No hay altibajos, no hay flecos. Lo que quiero decir, es que no hay palabras de más. 

Estamos  ante un viaje interior, una travesía personal pero también común a todos ya que la infancia, es de algún modo una marca indeleble, un territorio de tiempo y espacio donde se concentra el futuro. Es un “viaje a la semilla” (me permito robarle a Alejo Carpentier este título) a la potencialidad concentrada. En los dos últimos versos del primer libro de esta antología, Sulma Montero dice: “El mundo era entonces un sueño./ El tiempo había dejado de pasar.” De algún modo estos dos versos son un perfecto umbral entre uno y otro libro, porque la poeta reabre nuevamente en Infancia el tema de la infancia pero ya desde otra perspectiva. El tiempo ha pasado, el mundo era el mundo no era un sueño o el sueño de la infancia, por eso hay que volver a la semilla a ver que hay. Y esa vuelta, ese viaje interior es más profundo que un recuerdo romántico, me atrevo a decir que es otra cosa, tal vez a mi juicio, más profunda, más honda porque asume  la infancia no desde lo etéreo del recuerdo sino desde una piel que envejece. Asimismo, el territorio de  la infancia  conecta con la realidad social, con el dolor y el desamparo. No es un viaje alienante es una travesía consciente. Fijémonos por ejemplo este poema:

“Ahora que estás sentada a mi lado/ con el rostro recién pasado por agua y jabón/ no me mires./ Acompáñame a caminar por este valle olvidado./ Porque tú vienes del fondo de mi cuerpo./ Tú que apareciste a la luz de una lámpara negra/ conserva para mí las lágrimas de la alegría./ Toma de mí lo humano/ y recupera para mí lo santo./ Ejerce tu inocencia en el pesebre de mi cama./ Y reparte el pan a los desamparados.”

Hermoso y profundo verso ese dulce imperativo: “Ejerce tu inocencia”. El viaje interior es conexión con la realidad, con el dolor también, porque el poeta –contrariamente a una visión romántica que ha quedado de modo residual- no es quien habita en torres de marfil, o vive colgado de la luna. La poesía, la buena poesía, está llena de realidad, es más y para decirlo aún más definitivamente, la verdadera poesía está habitada de realidad. Ni se recuesta en el panfleto que coloca al poema en un segundo plano es decir utiliza a la poesía como vehículo de una idea, ni se aliena en las nubes del idilio. La poesía es realidad. Por eso, entiendo yo, de una manera delicada, profunda, Sulma Montero abreva en la infancia con los ojos puestos en el desamparo de un continente como el nuestro atestado de violencia, injusticia, machismo y pobreza. “Y reparte el pan a los desamparados”: ese solo verso lo dice todo sin decirlo, y de eso se trata la poesía, de decir no diciendo.

Unas páginas más atrás de este poema se encuentra un verso impactante, redondo y sencillo, un verso contundente: “Contigo llegó un sentimiento sin origen”. Estamos tal vez frente a lo intacto. Territorio del deseo que puja y transforma. Y luego en el siguiente poema: “Tú la renacida/ todavía carne embalsamada/ te habías despertado para jugar”. Porque cuando tocamos el deseo, el estado puro del poema, despertamos y despertar para jugar es tal vez uno de los aspectos más serios de la vida. Lo lúdico. No me refiero a lo pueril o a lo infantil en sentido peyorativo del término, sino al aspecto lúdico del arte. Los niños cuando juegan, juegan enserio. El arte en todas sus dimensiones nos transporta hacia un aspecto lúdico, un volver a jugar, un ejercer la inocencia, organizar el mundo. Crear. La infancia en la poesía de Sulma Montero es ese paraíso recobrado y revisitado, fuente inagotable, estado puro del poema.  “Libre y oscura novia del viento –dice Sulma- / Falta de sí mismos padecen quienes te ignoran./ Falta de ti, que eres lo que no se toca”. Eso, “lo que no se toca”, lo puro, lo inocente, aquello que no esquiva ni el dolor ni la angustia, tampoco la alegría o la felicidad. Lo que no se toca, lo sin origen o tal vez aquello por lo que somos tocados, como la mano invisible de la poesía que todo lo que toca vuelve bello. 


Sulma Montero (La paz, Bolivia, 1968)
Adenda (Antología íntima) UNC, 2019