Aquella fue una noche inolvidable. Malamente inolvidable. Tanto así, que bien podría no haber ocurrido. Mal podría no haber transcurrido.

Insondable, en la mitad de la noche terrible (gracias Roberto Arlt) parpadeaba la tele blanco y negro imágenes de Mariano Grondona y Bernardo Neustadt en aquel “Tiempo nuevo” que terminó siendo “Otra vez sopa”.

Y en el gran comedor a esa hora vacío, dos hombres miraban la tele demasiado juntos para tanto espacio.

Cuando me fije bien, lo que los mantenía tan a la par era un par de esposas con las que el más chico y más uniformado tenía controlado al más grandote y más preso.

Dije buenas noches y pregunté: “¿puedo cambiar?”

El uniformado no había terminado de exhalar su tajante “¡No!” cuando yo ya le había contestado “no te pregunté a vos, le pregunté a él”.

El preso sonrió, y me dijo “Si maestro, claro que sí!”

Clic, clic, decía una vieja publicidad televisiva cordobesa, y ¡otra programación”.

El grandote resultó ser de la barra brava de Huracán de Barrio Patricios y entonaba a toda voz aquello de “Yo soy de la barrio de barrio de la Quema, yo soy del barrio de Ringo Bonavena.”

Cuando relato esta historia, la mayoría escuchante pone cara de hummm, ¿invento?

Pero cuando les cuento que eso ocurrió en el Hospital Neuropsiquiátrico de Cordoba, ergo el “Neuro” y les pregunto si creen que aquello realmente sucedió, me dicen,.

“Ahora si, Creo que si…”