Creo que si
Al amigo que suele contarme cosas increíbles que terminan siendo ciertas, no lo nombraré sino con un alias de uno de los tantos fantásticos personajes de Juceca, el gran escritor y humorista charrúa Julio César Castro: “No me olvides recuerdo”.
No es que me lo haya pedido él, traes caer en un silencio profundo después de la reciente desaparición del Turco Wehbe, ofendido quizás cuando hice referencia al apunte de Borges sobre que la existencia del fútbol residió únicamente en la exuberante imaginación de los relatores.
Quizás haya sido el enigma mundial que anida en el destino de Messi, lo que lo haya movido a ponerse nuevamente en contacto.
“Porque – me dijo – hay cosas mucho más importantes que Messi en el fútbol.”
Y me dispuse a escucharlo, para asestarle la clásica pregunta, ¿pero eso es verdad?, sólo al final de su relato.
“Nuestro sur era un desierto raro en 1942: lleno de gente, vacío de comunicaciones. La guerra las había interrumpido.
Hasta que llegaron los electrotécnicos del Tercer Reich para instalar la primera línea de teléfonos del Pacífico al Atlántico.
Entre los obreros que laburaban de sol a sol, había gallegos, tanos, franchutes, ingleses, escapados de la gran guerra, guaraníes sobrevivientes de la Triple Alianza, algún argentino rumbo a o fugado del fin del mundo y mapuches conocidos por sus artes de ilusionismo y magia.
Como la guerra no andaba bien, ¡¿Cuál si?¡ ¿no?, los alemanes organizaron un mundial de fútbol para ganarlo inaugurando la línea con la buena noticia del triunfo pal Fuhrer. Porque suponían que la final iba a estar en su eje. Alemania vs. Italia el último campeón del mundo en el 34 y 38.
Pero, la dinámica de lo impensado del fóbal adelantó ese partido a semifinal.
Y, Alemania tuvo que jugarse la finalísima, bien a la derecha de su televisor, señora, frente a….¡¡los mapuches!! ¡¡te dije que eran magos!!
Pero… dirigía a punta de pistola, el hijo de Butch Cassidy. Un tiro, siga, siga, Dos tiros, foul, Tres tiros, penal, Cuatro tiros, amarilla. Cinco tiros, roja. Seis tiros, se terminó el partido.
Pero, a los 85 minutos comenzó a llover, un ventarrón borró primero los arcos, después la pelota y el hijo de Butch Cassidy, aunque ya se había anunciado a Hitler la victoria, tuvo que suspenderlo 0 a 0, porque no se veía ni a si mismo…
Pero al ratito, tan mágicamente como había oscurecido, ¡¡los mapuches eran magos!! Te repito, escampó y desde una colina donde danzaban mujeres desnudas partió un centro que el 9 empupó en la red… sin que la historia se dignara consignar el nombre de aquel mapuche goleador…
Sentí que era el momento de preguntarle si de veras creía que aquello había sucedido.
“Sí”, me dijo lacónicamente.
Y, como vio que yo esperaba algo más, cerró.
“Creo que sí…”