En el 2020 también
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Discepolín, grandioso diminutivo de Discépolo, nació en el primer año de un siglo XX que todavía no era problemático y febril, ni había desplegado su maldad insolente, pero ya gateaba rumbo a su destino de cambalache.
Y desde allí creyó que si un país es reunir el mundo en un lugar apropiado, entonces el universo entero podía caber en una calle de barrio.
Por eso Discepolín escribió sobre su tiempo y su mundo.
Sobre todo en sus últimos tangos, orilleros de marca, marcas de vida: Cambalache, Desencanto, Alma de bandoneón, Uno y Canción desesperada. Una canción más desesperada aún que la de Neruda, sin siquiera los veinte poemas de amor: “Por tu amor, mi fe desorientada se hundió, destrozando mi corazón” agonizó Discepolín;
“El cronista de su tiempo” que definiera Pichón Riviere, está en piel viva en .
“Yira…yira”.
“Yo no escribí “Yira... yira...” con la mano. La padecí con el cuerpo. Quizás hoy no la hubiera escrito porque los golpes y los años serenan. Pero entonces tenía veinte años menos y mil esperanzas más”.
Una de ellas cifrada en sus tangos, buscando su Dios…reclamándole… “Decí, por Dios, ¿qué me has dao, que estoy tan cambiao, no sé más quien soy?
¿Dónde estaba Dios cuando te fuiste?
“¿Qué “sapa” Señor?”
La otra, en su programa radial: "¿A mí me la vas a contar?", feroz retrato de "Mordisquito", símbolo de una clase social sin clase, “gente muy simple, tan simple que no es peronista”.
Pero, ni en sus tangos ni en la radio fue tan él mismo como cuando bromeó “soy un búmeran por temperamento” porque como los criminales, los novios o los cobradores: “Yo regreso siempre”.
En realidad, no bromeó nunca.
Regresa siempre.
En el 2020 también…