La inquietante tapa de "El desierto y su semilla", la novela extrema de Baron Biza
La primera edición del libro muestra una obra pictórica de enigmático significado
La tapa de la primera edición de la novela autobiográfica de Jorge Barón Biza, muestra una imagen de "El jurista" (en italiano, L'Avvocato) es una pintura al óleo sobre lienzo del artista italiano Giuseppe Arcimboldo (o Arcimboldi), pintada en 1566.
Sobre el porqué de su elección, el autor en la página 124 del libro relata:
"Sobre la pared, frente a mi lugar en la mesa, colgaba una imagen del Siglo XVI que yo nunca me hubiera atrevido a concebir. En el marco, una placa de metal rezaba:" El Jurisconsulto ". Bajo un capote con cuello de pieles , se veía parte de un chaleco muy adornado con flores bordadas, sobre el cual caía una gruesa cadena de oro, señal de que el personaje representado gozaba del favor del emperador, pero de la cadena colgaba una medalla sin inscripción ni figuras. chaleco, allí donde debía estar el cuerpo del retratado cubierto por una camisa, aparecían en cambio tres gruesos volúmenes, uno sobre otro, que, a tapa cerrada, se los adivinaba áridos y soporíferos. casquete negro cubría la cabeza.
Todos estos elementos, representados con mucha naturalidad, enmarcaban el rostro más extraño que yo hubiera visto en mi vida, compuesto por pollos desplumados y amañados de tal manera que un ala constituía el arco súperciliar, otro pollito, entero, formaba la enorme nariz, y un muslo con pata componía la mejilla. Un pescado aparecía doblado sobre sí mismo, de manera que su boca era también la boca del retratado, mientras que la cola simulaba una barba.
Continúa explicando en la página 125 ...
"El pollito de la nariz, desplumado como sus congéneres en el retrato, colocaba su cabeza de manera que su ojo era también el ojo del Jurisconsulto. Cuando presté atención a ese detalle recibí el golpe: el pollito estaba desplumado y vivo. Esa mirada tenía una cualidad que yo no había visto nunca: en un momento, se percibía un aire de víctima asombrada; pero si el espectador ponía distancia el ojo adquiría un brillo distinto, que revelaba una mente siniestra de estratego.
Nunca, en mi sostenido interés por el arte, había visto un "anamorfismo psíquico" tan marcado, de manera que el mismo punto de vista y las mismas pinceladas representasen a la vez, la inocencia más despojada y el cálculo frío y despiadado.
Para el espectador, no era necesario cambiar el lugar de observación si quería percibir la diferencia; el esfuerzo debía ser interior. Quien escrutase ese retrato debería forzar en sí mismo un cambio de ánimo, de atención, si quería ver los dos aspectos del mismo ojo pintado.
Me sorprendió que esa cara imaginada cuatrocientos años atrás conservase el poder de revelar dos estados de signo moral contrarios y superpuestos. Reconocí en la segunda mirada que despedía el retrato- la fría y despiadada- una materia tan atenta al mal que había perdido conciencia de sí misma y exalaba esa misma cualidad maligna de no poder reconocerse, que yo hasta entonces le había atribuido a las rocas, esa perversidad más allá de las posiblidades humanas, instrumento de la transrazón, que de pronto estarán yo encarnada desde tiempos remotos, como si las rocas conformasen, detrás de la carne sin plumas, una aterradora y escondida referencia al desierto. "
Fragmento de "El desierto y su semilla" .