Si algo en común tienen Shakespeare y Borges, es que seguramente son dos de los autores más citados y menos leídos.

Como yo he cometido ambos placeres, cito:

“¿De qué otra forma se puede amenazar que no sea de muerte? Lo interesante, lo original, sería que alguien lo amenace a uno con la inmortalidad” (Borges).

“Nada como la muerte para mejorar a la gente”  (Shakespeare).

No opuestas, pero si diferentes y claro que complementarias, de su combinación se podría concluir que hay vidas que son la muerte, y muertes que paren inmortales.

Porque están las que producen un silencio que esta vez, esta única vez, es salud, porque es un silencio de radio contrario a la muletilla usada para decir que no hay noticias.

Contrariamente, hay partidas que nos llenan de Historia en forma de filosofía, poesía, de películas y de patria.

Aniversariamente, nos dejaron Quino, Tejada Gómez, el Chacho Peñaloza.

Hace unos pocos días, Fernando Pino Solanas, quien muy a su manera, reflejó en su cine una filosofía, mucho de poesía, y todo de Patria.

Tan alucinante fue (y es) el realismo de sus documentales, que parecen ser de ficción: la legendaria hora de los hornos, el saqueo que en algunos planos continúa, la herencia del Chacho y tantos otros en los hijos de fierro.

Y sus ficciones hicieron historia: ¿es real el polaco Goyeneche y Fito Páez juntos en “Sur”?

Lo que sí es real, es el legado de Pino para hacer una Historia que se parezca a nosotros y “un país que se acuerde de mi”.

Por de pronto, en este año terrible se estrenará su documental "Tres en la deriva del caos creativo”.

Y por de antes, en el 19 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, el por entonces presidente Néstor Kirchner le entregó el premio “Astor” en la ciudad natal del gran Piazzolla.

Al agradecer el premio, Pino dijo: “Quiero rendirle un homenaje al hermoso, digno, humilde, paciente y lleno de coraje, pueblo argentino”.

Que fue, lisa, llana y fundamentalmente, el real protagonista de todas sus películas.