El dramaturgo Michel Vinaver (1927) murió el domingo 1 de mayo en París, a los 95 años, lo anunció su hija, la actriz Anouk Grinberg. 

Durante casi treinta años, llevó una doble vida de ejecutivo y dramaturgo. Una rara avis del universo teatral.

Nació en París, de padres rusos. A los nueve años escribió una obra de teatro: “La revolución de las legumbres”, y un cuento: “Un día de colegio”. A los veinticuatro años ya había publicado dos novelas para adultos: “Lautaume” (1950) y “El objetor” (1951), publicadas a instancias de Albert Camus.

Pero, sobre todo, escribió obras de teatro que han sido puestas en escena por los más grandes directores franceses: Roger Planchon, Antoine Vitez, Alain Françon, Jacques Lassalle o Christian Schiaretti. 

En Argentina se produce una gran paradoja: a Vinaver se lo conoce mucho en espacios académicos ya que su nombre aparece en cientos de investigaciones, pero no se lo ha llevado a escena, por lo que su teatro no ha tenido la difusión que se merece en nuestro país.

Con él desaparece uno de los dramaturgos fundamentales de finales del siglo XX y comienzos del XXI, quizá el más destacado y respetado autor dramático francés de estos tiempos.

Un dato crucial para comprender la dramaturgia de este singular autor es su doble carrera profesional como dramaturgo y ejecutivo para la empresa multinacional Gillette, esta última desarrollada desde 1953 hasta 1982 (llegó a ser Director General). Sin duda, su  experiencia  laboral  en  el  sector  empresarial  dejó  huella  en  su  escritura. Y, de hecho, el mundo del trabajo representa uno de los temas recurrentes  de  su  teatro,  ya  sea  por  su  presencia,  como  en “Los trabajos y los días” y “Boca abajo”, o por su ausencia en “La solicitud de empleo” y en “Los programas de televisión”.

“Yo parto de la banalidad, es decir, de una ausencia de acontecimiento excepcional que desencadena una  mutación,  un  cambio,  un  drama. 

Cuando se escribe hay que tener en cuenta las dolencias personales. Y la mía son las imperfecciones de la memoria. Mi material, el único posible, es mi presente. ¿Puede escribirse un relato, una novela, con el presente? El presente es lo que se pega a mí. La nariz pegada al espejo. No se la puede ver. ¿Cómo captar la vida contemporánea, la vida concomitante? El presente se puede escribir. ¿Cómo? Tomando notas a medida que suceden las cosas. Por ejemplo, me digo, bajo la forma de retazos de conversación, la forma de marcar, de aislar algo en la ola del lenguaje ininterrumpido, ligado, encadenado. Esos retazos hay que pasarlos entonces a la obra teatral. De lo discontinuo a la ola. Del fragmento al objeto construido. ¿El método? Se procede como si fuera posible y tal vez la obra se realizará en la ausencia de su proyecto”.

El teatro de Vinaver tenía un carácter sociológico, documental, en la medida en que intentó captar el funcionamiento del sistema económico y político en el que vivimos y el modo como éste determina la existencia del individuo  o  de  un  grupo. Su  teatro descubrió esa porosidad entre el núcleo íntimo de la vida y las grandes pulsaciones del mundo en que ese núcleo participa.

Entre sus piezas más representadas figura “Retrato de una mujer” (1984), la única del autor que se sustenta en un hecho ocurrido en el pasado, se basa en un caso policial de alta resonancia ocurrido en 1954 y recogido como crónica policial en los diarios de la época, que da cuenta del caso de una joven estudiante de medicina que da muerte a su novio y el juicio posterior. Vinaver nos mostrará los procedimientos del aparato judicial. ¿Quién es esta joven asesina? ¿Por qué lo hizo? ¿Cómo fue su vida? ¿Dónde está su culpabilidad y cómo debe juzgarse?

El magisterio de Artaud en la dramaturgia de Vinaver es evidente: en primer lugar, por su concepción del teatro en cuanto «anarquía que se organiza» y,  en  segundo,  por  la  importancia  que  cobra  el  lenguaje  en  su  materialidad en su obra dramática, «el lenguaje ‘es’ una cosa, cuyo color, densidad, consistencia, fluidez, textura difieren y significan. Si escribimos es para ver mejor y ayudar a los demás a ver».

Vinaver sumó una importante labor como estudioso de la dramaturgia, dejando una huella imborrable. Como reza la poesía Permanencia de Miguel D’Ors: “Se fue, pero qué forma de quedarse”.