Palo Pandolfo era un artista, como Gabo Ferro, Rosario Bléfari y Willy Croock. Cruzaban el arte con la vida en lo que componían, cantaban, tocaban, actuaban, escribían. No eran sólo músicos. Eso se percibió siempre en sus historias y sus obras. Eso es lo que perdimos, el acceso a esa vitalidad creativa. Eso duele. Y los despedimos durante este año pandémico.

Se murió el Palo, lloraban las redes ayer. ¿Pero cómo puede ser? Si hace unos meses lo vimos en Córdoba. En el verano alternó shows y talleres de composición en las sierras. Si en marzo durante un fin de semana largo tocó por acá sin descanso, compartiendo canciones, saberes y experiencias.

Estaba armando un disco nuevo, hacía yoga, tocaba, ensayaba, se fue a vivir al conurbano. Murió haciendo un trámite en la ciudad que tanto padeció. El tema Castro Barros-Miserere - Norte es la enumeración mnemotécnica de estaciones que cruzaba cuando era cadete. 

Recuerdo también que el disco Espiritango de Los Visitantes abre con la canción La Musa en cuyo final repite en un mantra rockero “La muerte no existe”. 

Palo tenía la mejor onda con Córdoba. Debutó con Los Visitantes en Varsovia. Y en el primer Nuevo Rock Argentino conoció a los Rastrojero Diésel y después hicieron una gira nacional juntos. Desde entonces Palo venía seguido. Lo recuerdo en un asado en Intiyaco en la casa del Perro Emaides, amigo y productor de muchos de sus shows.

Por ejemplo el primer recital que dio como solista en La Esquina, un pub de Cofico, en 1994, cuando todavía Los Visitantes era un trío. Palo lo rememoró en una la última entrevista que le hicimos en Subversiones. “Empezamos a venir fuerte. Tocábamos aliados a los Rastrojero Diesel, con el Pelado Cervetto. El Perro que era fanático del tema Sangre que está en el primer disco, un valsecito criollo y ácido, insistió que hiciera un show solo con la guitarra. Años después hice mi primer disco solista. Y ahora estoy en otro disco que es el más solitario, donde toco con la guitarra y un bombo. Me hago el autobombo. Dentro de unos años voy a hacer un disco que se llame El Bombo y Yo. Y voy a estar con la barba larga y más negro todavía (risas)”

En esa charla amena pero interferida por las telecomunicaciones erráticas nos contó su vida en los tiempos del Coronavirus: “Fue un año raro para todes. Imposible que no te suceda. Sufrimos una transformación. Y uno sale extraño de eso. Meses de encierro. Y a partir de diciembre empezamos a recuperar el tiempo perdido. Tocar mucho y con un nivel de trascendencia alto, después de sufrir tanta necesidad de salir, hay que sentirse bien, transmitir buena vibración, profundidad, por cómo las cosas pesan. El arte en cuarentena fue muy necesario. La necesidad de comunicarnos, y el arte en cuarentena fue muy compañero de las personas.”

Y allí definió al arte y la pulsión vital que siempre transmitía desde el escenario, cualquiera que fuera, la sala de un club, un pub o un festival multitudinario: “El arte en es un estado meditación, en algún momento hay un transe, el ego se disuelve en la contemplación, es una meditación instantánea, el arte ayuda y te acompaña. Es muy loco lo que genera la música. Es un ritual. Como oyente de música empecé a ir a muchos recitales en el 2019 y entendí todo, porque hago música. Yo hago música por la música en vivo.”

Además estaba como siempre activo y proyectando nuevos caminos: “Estoy haciendo el disco nuevo. Me propuse hace seis años hacer un cuadrado estilístico de discos, uno de rock, uno de tango, uno tecno y uno electroacústico solista. En eso estoy trabajando desde hace dos años. Me agarró justo la cuarentena. Intuitivamente estaba preparado para quedarme solo, se fueron metiendo canciones en el aislamiento, como el Alma partida que subimos hace poco. Es un disco con guitarra acústica, bombo y la loopera.”

En la primera entrevista que le hice en 1992 en la mítica FM a Galena, se mandó una versión de “Cataratas de amor” con la viola. Ese tema inspirado en un cuento de Quiroga abrió la charla hacia la literatura y terminó leyendo poemas que anotaba en un cuaderno. Al palo a lo Palo.

Después continúo paralelamente a su banda con presentaciones acústicas en La Luna (CABA) y con los Verbonautas, ese colectivo de poetas donde tallaba fuerte otro cordobés, Vicente Luy.

Pero en esta desordenada cronología de encuentros epifánicos que desbordaba de intensidad, termino en el principio. Chateau Rock 1988, en una grilla plagada de grupos muy grosos, aparecía Don Cornelio y la Zona. La banda había conseguido masividad a fuerza de dos hits impresionantes, tan potentes como poéticos, tan atormentados como oscuros, “Ella Vendrá” y “Tazas de te chino”. Pero quién esperaba algo similar al disco debut producido por Andrés Calamaro, se encontró con sonido roto y sucio, con un Palo poseído en el escenario, con una estética que presagiaba el postpunk que identificaría su siguiente albúm “Patria o Muerte”, algo así como el último grito agónico y desaforado de los ochentas.

Se nos fue el Palo, un visitante entrañable y raro que vino a cantarnos “Todos somos el enviado”.

"Bajaremos incontenibles hasta donde el diablo pueda olernos ¿Merezco morir hoy? Si"

¡Hasta siempre!