La memoria prodigiosa de una persona no solo le sirve a esa persona. La memoria prodigiosa de una persona, pese a ser tesoro individual de quien la ostenta, conserva patrimonio colectivo: se resguardan en ella un sinfín de historias que nos involucran. Hay, en una memoria personal, sucesión de imágenes que son externas a esa persona: todos cabemos en ella, en esa evocación protegida por un cráneo indivisible. Carlos Hairabedian, a los 85, reúne esa primera virtud: una memoria que nada olvida, un cráneo que la protege, la condición de dejar de pertenecerle a partir de la impresión de estas páginas.

No obstante, un buen registro mental no es suficiente. Una vida sin traspiés ni curvas cerradas, ordenada y aburrida, puede albergar en el recuerdo no más que la rutina sin oscilaciones, el lento trajinar hacia la muerte. Hairabedian, después de 85 años, es la contracara de una agenda que se repite día a día, del block cuadriculado del cuartel: su memoria portentosa –lo que ya es mucho– está colmada de historias que lo tuvieron como protagonista u observador privilegiado. Además, supo captarlas y narrarlas –ya como niño de la calle, como militante, como universitario, como periodista, como dirigente político, como juez, como penalista– de modo tal que la vida sea, en sus relatos, si no un sueño, al menos cine.

Hay en Hairabedian, un refugio oral que supe, apenas me propuso escribir este libro, era preciso resguardar. Porque su historia personal condensa buena parte de los últimos 70 años de la historia de Córdoba: un camino que inicia entre migrantes pobres y masacrados y que culmina en el abogado exitoso que la gente reconoce en la calle. Pero esta historia trasciende todo principio. Y todo final.

Parido por dos sobrevivientes del genocidio armenio que llegaron por azar a Córdoba con el solo fin de persistir, persistir pese a todo, las calles de la ciudad fueron escuela y territorio liberado. Niñez sin mayor rumbo que el deseo de ser abogado, el cine fue obsesión y la Universidad la puerta de ingreso a un mundo que parió la militancia y la política como vectores de vida. El periodismo –Radio Municipal, primero; Canal 10, después y el resto de los medios de Córdoba–, el ejercicio del Derecho siempre del lado de los más perversos de la condición humana –asesinos y ladrones, principales clientes–, se reivindica con la defensa de militantes armados de izquierda, su condición de juez de instrucción durante el gobierno de Obregón Cano, los atentados de la Triple A contra su cuerpo, la cárcel como espacio en donde la vida encontró sentido y una vez más la militancia con el retorno de la democracia. Todo en una sucesión de verdades afiladas y ficciones verdaderas.

Antes de que la idea de libro comenzara a materializarse, habíamos tenido varias charlas, siempre con algún interés periodístico de mi parte. Valoraba, en sus relatos, su conocimiento quirúrgico del pasado y del presente, sus vivencias en la historia política cordobesa de los ’60 y los ’70, su rol como juez en épocas de sangre, su condición de preso de la dictadura. Pero no pude evitar, ni en esas charlas ni en las que vendrían, marcarle el punto en donde habría discordancia entre él, que relata y yo, que escribo: su paso por el menemismo como militante y funcionario. Habrá, sin dudas, historias interesantes para contar de aquellos años. Pero su presente de anarquista y ateo choca de frente con ese régimen al que perteneció y fue no solo conservador y neoliberal, sino también impune, corrupto y con tintes delincuenciales. Hago la aclaración: me veo en la obligación de cuestionar. No solo acepta. Proclama que no habrá censura. También lo promueve. Insiste en que ese sea el eje cuando nos toque hablar de esos años. Sumo un nuevo planteo, el que hace mi niño de 16:

—¿Un libro sobre su vida quiere? Hay que tener mucho ego para querer eso –concluye el vástago.

Se lo cuento a Hairabedian. Se incomoda de solo pensarlo, no es lo que quiere. En cada charla recordará la observación. No es lo que quiere y tampoco lo que quiero yo: si busca el bronce, acá nos aburrimos todos. Ningún panegírico, mucho menos endiosamiento o idolatría. Él, contando historias de súper héroes; yo, escribiendo asuntos en los que no creo; los lectores, pasando páginas hasta que llegue lo creíble. Acordamos nuevamente: hay lugar para el disenso, para el cuestionamiento, para la discusión: ¿Por qué Menem?, ¿por qué siempre la defensa de los peores de la sociedad? Cita a Tzvetan Todorov: Comprender el mal no significa justificarlo, sino darse los medios para impedir su regreso.

Arrepentirse siempre está bien. Lo suyo es autocrítica sin ocultamientos. Eso es lo que hace Hairabedian cuando se le menciona su paso por el aquel gobierno, en donde tuvo un protagonismo destacable. Se arrepiente y aclara que conoció al riojano cuando este hablaba maravillas de la revolución del líder iraní Jomeini y hacía campaña con Líber Seregni, fundador del Frente Amplio Uruguayo. Hace la aclaración como estrategia de defensa. Quien hoy se reconoce anarquista –el propio Hairabedian–, sabe que ese pasado es pesado y debe insistir en las características personales de aquel gobernador de provincia pobre y su habilidad para enamorar. Las historias vendrán en las páginas siguientes. Pero me atrevo a adelantarme un poco. La necesidad imperiosa de contar. De contar los secretos y detalles que solo Hairabedian conoce.


En el recuerdo de aquellos años aparecen las vacas sagradas de Menem en Córdoba: Leonor la Gorda Alarcia, el fallecido fiscal federal Carlos Torres y el exfiscal provincial Gustavo Nievas, que en el futuro pasará tres años en Bower. Cuenta Hairabedian, teniendo, para cada momento de su película personal, una cantidad interminable de historias que podrían funcionar a modo de spin off: las series o filmes que nacen a partir de una obra existente.

Los dos ya eran empleados de la justicia. Menem le tenía un gran respeto a Torres, creía que iba a ser gobernador de Córdoba, decía que estaba por encima de todos. Pero Torres tenía una lucha interior con la lealtad a sus principios, pues siendo fiscal federal designado por Menem, dictaminó en contra de su aspiración a la rereelección.

La relación entre Alarcia y Menem es otro spin off para el que yo ya iría reservando entrada. También su propia relación con aquella dirigente conocida popularmente como la Gorda, por quien mantiene una evidente admiración: Le debo mucho, se sincera.

De aquella militancia llegó su candidatura a gobernador en 1987.

Menem decía que había que cerrarle el camino a De la Sota y soy candidato de una confluencia realmente asquerosa.

Ya está, dice, con desagrado. Y no es para menos: cuando se revisa la lista de la gente que lo acompañó, la idea de asco no es exagerada.

En 1989 fue funcionario de primera línea. Y no solo eso: también testigo de cómo aquel modelo político y cultural gestionaba el Estado. Y lo destruía. Aparece Cavallo como el gran enemigo íntimo y la descripción exacta y maravillosa que hace de aquellos dirigentes:

Tipos muy inteligentes, inescrupulosos y bandidos. Millonarios. Pero los tipos más inteligentes. Dromi era extremadamente inteligente. Yo le decía a Dromi:

—No se le puede dar la concesión a esta empresa naviera por tal razón.

—¿Y se le puede dar por otro motivo? —me preguntaba él.

—Sí.

—Entonces hay que hacer dos resoluciones: la A, dándosela. La B, quitándosela.

Y así negociaba y sacaba los fondos para la corona.

Más tarde diputado provincial por el PJ, Hairabedian también fue testigo del modo en que se designó al exjuez Guillermo Johnson como candidato a gobernador de Córdoba.

Te cuento cómo fue: la Gorda Alarcia estaba en terapia intensiva, la pasan a una intermedia, en el Allende y me dice desde la cama: Tuve un sueño. Johnson va a ser el gobernador.

Por ese sueño, el PJ tuvo candidato extrapartidario. Eso, pese a que a Menem no le disgustaba, para nada, el radical Ramón Mestre. Esa dualidad lo definía.

—¿Johnson fue candidato solo porque Alarcia lo soñó?

—Sí —me dijo—: con eso los cagamos a todos. Porque no tiene antecedentes, tiene buena imagen. Pero en la campaña, en los actos, era yo el que tenía que hablar. Yo era el orador porque el tipo no sabía hablar.

Después vendrá su amistad con Luis Juez.

Él tenía un cargo en Papel Prensa, un cargo perdido por ahí para cobrar algo, no hacía nada. Fue nombrado por Schiaretti, como su figura, en un bar a dos cuadras del Privado. Ahí me lo presentó a Schiaretti, un peronista arquetípico, en su forma de hablar, en todo. De Juez vendrá la última invitación para participar en política. Sé lo que vos querés ser, le dijo el entonces intendente y le crearon la Secretaría de Asuntos Institucionales. Le puse el nombre. Nunca tuve medios, recursos, nada. Pero la palabra mía en las reuniones de gabinete era palabra santa. La última palabra era la mía. Me ponía por encima de Giacomino, que era el viceintendente, pero era pura simulación. Me fui por lo de Cogote, un policía que había muerto en el motín de la cárcel de San Martín. Al patrocinar a su madre contra el gobierno provincial, se generaba una incompatibilidad al demandar al Estado. Pero lo cierto es que no aguantaba, era un gobierno completamente ineficiente.

No todo fue militancia, función pública y ejercicio de la profesión: jamás dejó, en esos años, el periodismo. Buena parte de los ’80, los últimos 5 años, hizo su programa Los casos penales, en LV3 entre las emisiones de Mario Pereyra y Rony Vargas. Allí llegó de la mano de Luis Barud, el alfonsinista que dirigía la emisora estatal y hoy continúa siendo uno de sus grandes amigos. Después será cara habitual en toda producción de Jorge Zapata y el compañero de Tomás Méndez.

Con Zapata hacíamos El operador: vino, empanadas y barra. Yo dejaba que los que no tenían voz, hablaran. Esa época me blanqueó la candidatura del ’87, nadie me decía nada, como si no hubiera existido. Se borró por la actuación que tuve en la televisión.

También sirvieron sus participaciones en el programa-ómnibus veraniego La pachanga, en donde, lejos de la solemnidad de la política, el penalista se calzaba traje de showman y, entre otras menudencias, entrevistaba sin filtro y con alto voltaje a artistas como Gloria Trevi y Beatriz Salomón, que para la época representaban el canon de la discordancia y la incorrección.

Es fácil seguir el hilo de su conversación. La narración avanza a paso firme, sin apurarse, detallada, con uso de adjetivos propios del universo de los penalistas: no hay términos medios, no hay matices. Pero sí hay, en Hairabedian, una incerteza: Yo no entiendo por qué me hago peronista, dice, y será un dilema a resolver en las páginas que siguen.

Antes de continuar quiero repasar el modo en que trabaja cada día del año en su estudio, donde no hay lujos ni nada que se le parezca. Sí una importante cantidad de imágenes encuadradas que hablan de su historia y de la historia. Su paso por la CGT y su colaboración con el gremio de los taxistas; la asamblea universitaria en donde, con moñito, está flanqueado por Ramón Mestre y Norberto Ciaravino.

Eran otro tipo de radicales, no tan de derecha. Fui demandado por las cosas que decía en esa época. Las tengo a las demandas. La mayoría de los tipos que estaban conmigo, salvo una chica que era árabe, eran judíos y también estaba Vaggione, futuro decano de la Facultad de Derecho y futuro legislador del peronismo cordobés.

Puede haber arrepentimientos del pasado, pero las fotos que hablan de ese pasado están ahí, para no mentir: Hairabedian con Roberto Dromi, Herman González y José Luis Manzano. ¡Qué banda! Preguntaré, para eso estoy, si salió con la billetera tras esa conferencia. Su mujer con Menem en el mejor momento del riojano: cuando la mayoría de los hombres y mujeres de este país lo veían alto, rubio y de ojos claros. En otra imagen, otro riojano le da un premio: Kammerath y el Jerónimo. El exintendente a quien, como a Menem, también defendió en procesos penales. En las paredes cuelgan fotos de ladrones, asesinos y acusados de corrupción: de colección.

Las imágenes no son solo de la Argentina de los ’90. Hairabedian exhibe foto con el excortesano Eugenio Zaffaroni cuando compartían, ambos, grupo de penalistas en los ’80: tan jóvenes los dos. También una vieja imagen reúne a Hairabedian con un actual integrante de la Corte Suprema: Juan Carlos Maqueda. Posan los dos con Jaime Díaz Gavier, integrante de la Justicia federal, en la estancia Santa Catalina.

Dice Hairabedian:

Éramos íntimos amigos. Íntimos. Con Maqueda hacíamos campaña juntos y casi morimos ahogados en el mismo auto en un accidente en Berrotarán.

Otro spin off.

Previo a ese recuerdo es la imagen que lo muestra junto a Eduardo Luis Duhalde y Ortega Peña, cuadros del peronismo de izquierda setentista. Vinieron a Córdoba como defensores de Montoneros. Yo estoy con ellos como periodista, aclara Hairabedian. En la imagen también está Eduardo Varela Cid, el peronista enamorado de Raquel Mancini que hoy cursa lejano éxodo en el Miami que soñó durante el menemismo.

Hay imágenes que hablan por sí solas. Personajes que fueron o son tapas de diarios. Otras no. Algunas necesitan la explicación del doctor, el conocimiento, sus historias. Esto está pensado como introducción y ya deberíamos ir terminando. Pero no puedo evitar esta foto en blanco y negro, de más de 40 años, donde Hairabedian y otro hombre apuntan con un arma. El blanco son dos mujeres.

Dice Hairabedian:

Una de ellas se llama Nené y su historia pudo haber sido trágica. Trágica porque, Nené, que era mi novia, fue captada por un líder montonero. Luis Prol, uno de mis grandes amigos, era parte destacada de la estructura de Montoneros. Prol era una tumba, jamás dijo nada. Yo, de todo esto me enteré en la cárcel. Conmigo era inseparable, sabía de sus inclinaciones, pero no en donde estaba metido. Lo cierto es que Prol cultivaba una relación cercana con otro militante montonero que había sido responsable del asesinato del cónsul de Estados Unidos en Córdoba. Ese hombre se convirtió en la llave para sumar a Nené. El tipo la captó. La incorporó. No fue contra la voluntad de Nené que estaba fascinada con su nuevo protagonismo. Nené era modelo y comenzó a simpatizar con la organización armada. Y zafó. Por poco. Nené es hermana de la mujer cordobesa referente de las pasarelas y los desfiles de moda, Chicha Osorio, la creadora de la primera escuela de modelos de Córdoba, una excuñada por quien siento mucho cariño. Es difícil imaginarla en la izquierda peronista y armada. Ella huyó. Tengo retazos de información de gente que me contó. Se va a Buenos Aires a ver a un pariente, coronel de Inteligencia. Y el militar le habría dicho:

—Te tengo que entregar, tenemos un pacto de no salvar a ningún familiar.

Pero al final el pariente la cubrió, la mantuvo en la casa, con los suyos. Después ella se casó con un integrante de la familia de Jaime Smart, un tipo del Proceso, de la provincia de Buenos Aires. Smart fue ministro de Gobierno en provincia de Buenos Aires entre el ’76 y el ’79 y ladero del genocida Ramón Camps.

También aparece, en las imágenes, jugando al básquet en Unión Eléctrica y en Racing. Fueron 22 años: desde los 55 hasta los 77 años. No se tiene piedad. Era muy malo, dice. Y pese a que hubo distancia, también tiene una foto con Carlos Mona Jiménez.

Se enojó conmigo porque defendí a una chica que mató a un plomo suyo de una puñalada, de atrás. La saqué, Johnson fue el juez. El tipo la maltrataba. Y después le robaron a la Mona y yo defendí a los ladrones. Una vez nos cruzamos y me dijo:

—Carlitos, ¿no somos hermanos?

—No, no lo somos. Tengo que defender a mis clientes.

También guarda recuerdos de su íntimo amigo Luis Prol, el montonero preso y futuro interventor en Catamarca tras el Caso María Soledad.

Después de que salimos de la cárcel pasaron varios años y lo reencontré en Formosa. Descubrí a un nuevo Luis Prol.

—¿Completamente cambiado?

—Tremendo.

—¿Para mal?

—Sí. Trabajaba con Insfrán. Con eso te digo todo.

Prol era ministro. Fue uno de los amigos de mayor confianza que tuve. La madre se suicidó cuando él estaba en la cárcel. Luis se murió a los 50 años, con un cáncer fulminante.

Ya habrá tiempo para hablar en detalle de Prol. Como también de los marcos que protegen las revistas que lo pusieron en primera plana y los recortes de diarios en donde se destacaba como defensor de los asesinos más mentados del momento. Hablaremos, en las páginas que siguen, de esta última imagen, la de su madre Luisa, gesto parco, mirada gris. La describirá después, hablará de su vida, de sus pesares. Entenderemos por qué, ni en esta foto ni en ninguna otra, ella sonríe. Ahí comienza la infancia de Carlos Hairabedian.

Cuándo se presenta el libro

Recuerdos de un outsider: adelanto de la vida al limite de Carlos Hairabedian

El libro "Buscado" de Juan Cruz Taborda Varela se presentará este viernes 1ro de Octubre a las 20:30 en el patio mayor del Cabildo de Córdoba, en Independencia al 33.

Para más información, ingresar a la web de la Feria del Libro de Córdoba.