Hace una semana una compañera de entrenamiento me contó que vio la miniserie Poco Ortodoxa –Unorthodox- (Netflix) y quedó fascinada. Le dije que si le interesaba seguir con ese universo dramático vea Shtisel que también está en Netflix. Ayer nos reencontramos y me dijo: “empecé a ver Shtisel, como me sugeriste, pero la abandoné a los veinte minutos, porque es muy lenta y aburrida”. Volví a casa pensando en el concepto de lentitud que se desprende de una crítica. Si es que algo nos parece lento porque no tiene acción dramática, o el conflicto tarda en desplegarse, o no hay grandes puntos de giro, o el uso de la música no es del estilo “energizante o lacrimógeno” o abusa del desarrollo temporal de los planos o si simplemente la percepción serial ha logrado su cometido y no podemos darnos el tiempo de ingresar al ritual y lograr una experiencia de expectación con paciencia y confianza en la espera. Finalmente pensé que Shtisel tiene aún más valor del que yo le daba y recordé la frase de William Dean Bowells: “La gente nace y se casa, vive y muere en medio de un tumulto tan frenético que uno pensaría que enloquecerán.”

Si Poco Ortodoxa –Unorthodox- (estrenada en 2020), otra serie que retrata la vida de judíos ortodoxos (en este caso de una comunidad satmar en Williamsburg, Nueva York) narra el rincón más oscuro de esa clase de vida, Shtisel retrata el costado más luminoso. La gran diferencia entre ambas es que Poco Ortodoxa relata con épica el camino de una joven, Esty (Shira Haas), que quiere escapar de su comunidad ultraortodoxa, y Shtisel nunca pone en duda el sentido de pertenencia por más conflictos que afloren.

La similitud entre ambas series es que comparten a la actriz de 25 años Shira Haas. Su personaje en Shtisel, Ruchama (Ruchami) Weiss, es la nieta de Shulem. Una adolescente que cuida mucho de sus hermanos menores para ayudar a su madre Giti (Neta Riskin). Ruchami sufre por amor, y también por las actitudes irresponsables de su padre Lipa (Zohar Shtrauss). Mientras ingresa en el mundo adulto reflexiona: “A veces me pregunto por qué la gente que amamos es la que más nos lastima”.

La primera temporada de Shtisel, integrada por 12 episodios de una hora, se emitió por primera vez en Israel en 2013, la segunda llegó en 2015, pero todo cambió cuando la serie desembarcó en Netflix en 2018. Las dos primeras temporadas de Shtisel tienen 12 capítulos cada una, pero el éxito que traspasó las fronteras de Israel llegó después, cuando Netflix multiplicó las películas y series que retratan el mundo de los judíos ultraortodoxos: desde los documentales estadounidenses One of Us (Heidi Ewing y Rachel Grady, 2017) y Menashe (Josua Z. Weinstein, 2017) hasta la exitosa miniserie Poco ortodoxa –Unhortodox-, pasando por producciones israelíes que si bien no hablan de la comunidad comparten el idioma hebreo y/o idish (Fauna, Maktub). En el 2020, en plena pandemia, finalmente Netflix produjo una tercera temporada de 10 capítulos que se estrenó en el 2021.

Shtisel se vuelve internacional porque nos adentra en temas universales: personas que se enfrentan a la angustia de un duelo, al sufrimiento por un amor imposible, al temor del qué dirán, a la tristeza de una crisis matrimonial, al pánico de quedarse solos.

La serie cuenta la historia de cuatro generaciones de una familia judía jaredí que vive en el barrio ultraortodoxo de Geula, en Jerusalén. El eje central gira en torno al patriarca, el rabino Shulem Shtisel, recientemente viudo, y su hijo más joven, Akiva. Por primera vez se retrata a una familia ultraortodoxa que le gusta su propio modo de vida, que quiere a sus hijos y a sus nietos, donde cada uno tiene problemas vitales normales al margen de sus creencias y de la tradición. Un hijo soltero que no encuentra pareja, un viudo que recuerda a su difunta esposa, los problemas conyugales de la hija mayor, la abuela que acaba de mudarse a una residencia de ancianos y por primera vez tiene una televisión. La vida pasando, nada tan sencillo, nada tan poderoso. 

La religión no tiene un papel central sino que es, más bien, parte del ambiente. Lo impregna todo pero no se discute, simplemente está ahí.

Así, ningún personaje bebe agua sin decir antes una bendición, nadie entra en una habitación sin besar la mezuzá que está en el marco de la puerta e incluso, en algunos momentos, se ve cómo es difícil para ellos someterse a algunas de sus propias leyes, humanizándolos aún más.

Shtisel observa sin juzgar a los personajes para luego dejar que el espectador reflexione sobre los lazos familiares, la búsqueda del amor, las relaciones entre los vivos y la memoria de los muertos.

¿Es lenta? En 1982, Larry Dossey, médico estadounidense, acuñó el término «enfermedad del tiempo» para denominar la creencia obsesiva de que «el tiempo se aleja, no lo hay en suficiente cantidad, y debemos pedalear cada vez más rápido para mantenernos a su ritmo». ¿Sufrimos de la enfermedad del tiempo? ¿Pertenecemos al mismo culto a la velocidad?

Shtisel es una joya que se toma su tiempo, nos dice que todos y todas buscamos vivir en equilibrio con la memoria, el presente y lo que esperamos ser. Así es como lo cotidiano se convierte en extraordinario y así es, también, como se consigue lo que era inimaginable, que tengamos empatía con judíos ultraortodoxos y que los jaredí vean la televisión.  

No olvidemos quién ganó la carrera entre la tortuga y la liebre.