Una de las tareas más fastidiosas cuando nos enfrentamos a una plataforma es buscar algo para ver, generalmente clickeamos sobre esa serie o película que nos aparece enseguida, propuesta por la misma plataforma (que seguramente es una superproducción), o que está en un ranking de lo más visto, o como último recurso dejamos que el algoritmo nos guíe. Muchas veces culpa de esta práctica nos perdemos esas joyas que están ocultas en lo profundo de ese maremoto audiovisual.

Alguien en algún lugar (Somebody Somewhere) es una de esas “series de autor/a”, una perla preciosa, pequeña, austera, simple, sensible, que encontraremos buscando un rato en HBO MAX.

La serie fue creada por Hannah Bos y Paul Thureen (guionistas de un capítulo genial de Mozart In The Jungle), pero fundamentalmente cuenta con la producción ejecutiva de los hermanos Jay y Mark Duplass (Wild Wild Country, The Lady And The Dale) que todo lo que tocan lo convierten en oro.

Somebody Somewhere Season 1 Trailer | Rotten Tomatoes TV

Bridget Everett interpreta a Sam, una mujer de mediana edad que regresa a su ciudad natal de Kansas poco antes de la muerte de su hermana Holly. En medio del dolor por semejante pérdida, debe lidiar con un empleo penoso (corrige exámenes en una oficina patética), viviendo sola en condiciones bastante precarias (duerme en el sofá y no se atreve a entrar en el cuarto de su hermana muerta) y con una familia claramente disfuncional, con otra hermana con la que se lleva muy mal, interpretada por Mary Catherine Garrison (quien ya nos deslumbró en Veep), una madre alcohólica (Jane Drake Brody) y un querible pero torpe padre (Mike Hagerty) que hace lo que puede para sostener la granja.

Sam alguna vez soñó con ser una cantante profesional, pero, como todo en su vida, nunca lo logró. Su único amigo, confidente y admirador de ella, es Joel (Jeff Hiller, que nos regala la interpretación más luminosa de toda la temporada), colega de trabajo que supo ser hace mucho tiempo compañero en un coro juvenil y que atraviesa sus propias angustias existenciales (se está separando de su novio).

Somebody Somewhere no tiene grandes revelaciones, ni golpes de efecto, pero sí un enorme corazón, y la tiene a Bridget Everett cantando hermosas versiones de temas como Don’t Give Up, en un momento conmovedor del primer episodio (como si la letra de la canción hubiera sido escrita por Peter Gabriel para ese personaje).

La serie tiene uno de los mejores primeros capítulos que veremos este año. En sólo 27 minutos presenta todos los temas que quiere tocar la temporada: lesbofobia en la familia hacia la hermana fallecida, alcoholismo, depresión, la creación de espacios seguros para las minorías, lo que representa vivir en Estados Unidos desconectado de las grandes urbes, el impacto de la religión en la sociedad, la necesidad de asumir y sobrevivir al pasado o lo maravilloso que es establecer una relación de amistad que no esperabas.

El retrato que Bridgett Everett hace de Sam es extraordinario, aquellas personas que la habían visto en un papel secundario en Unbelievable (Créanme) ya saben qué clase de potencia puede aportar a una interpretación dramática. Como Sam, coloca su conflicto emocional en la mirada, en pequeños y precisos gestos, en su forma de proyectar la voz, en su sonrisa inolvidable. Y la van a rodear una sucesión de personajes que están fuera del sistema, fuera de la hegemonía, marginados por una sociedad cruel que expulsa lo distinto; quienes nos regalarán los instantes más deliciosos de la serie.

La primera temporada tiene siete capítulos, un número impar de capítulos no es algo muy común en estos tiempos; y termina como si no terminara, sin ningún fuego artificial, ni cliffhanger misterioso; y a pesar de esto, nos imaginamos que habrá segunda temporada, porque la serie a esa altura ya ha generado un vínculo emocional irrompible con sus espectadores.

Somebody Somewhere es una historia de aceptación, la serie dibuja un emotivo retrato de un rincón de la Norteamérica profunda en la que hay un submundo queer y un grupo de personas que no encajan, pero que se encuentran cuando más se necesitan para formar ese vínculo tan especial y poderoso como es esa familia que se elige, que no es la misma con la que se nace.