Cuando Carlitos Rolán llegó al mundo un 24 de enero de 1940 se llamaba Carlos Eduardo López y era el menor de tres hermanos. Como todo hijo de inmigrantes, nació en un hogar humilde con patio de tierra, un cielo de glicinas, y veredón ancho de ladrillos pegados con barro. Había que poner el lomo para comer y no había tiempo para hacerse el artista.

Pero aunque todos los días ponía el lomo, él lo mismo quería ser artista.

A los doce años, más o menos, a escondidas para que no lo retaran sus padres y los vecinos no le sacaran el cuero, mientras sus amigos del barrio jugaban a la paloma blanca de la infancia que se asentaba en un verde limón y con el pico cortaba la rama y con la rama cortaba la flor, él soñaba. Ponía un jarrito de lata con el asa enhebrada por un palo de escoba simulando que era un micrófono, con la palma de la mano izquierda doblaba hacia el oído el pabellón de la oreja para tener un buen retorno, abría las piernas a 35 grados, cerraba los ojos, y ante un auditorio de trompos, bolitas, soldaditos y figuritas cantaba mientras soñaba que era José Sosa Mendieta, el cantor de la Leo. Quien más lo aplaudía siempre era el chofer de un destartalado autito de lata. Por eso cuando terminaba de cantar a él le hacia sus reverencias.

Cuando entró a la nocturna en la escuela Alejo Carmen Guzmán y un compañero de curso le preguntó qué iba a ser cuando fuera más grande, Rolán muy campante y como si tal cosa le respondió que él iba a ser como Sosa Mendieta.

Un sábado a la noche del año 1956, cuando tenía recién cumplidos los 16 años, sin levantar la perdiz se empilchó bien, se lustró los zapatos, se acomodó el jopo y se fue a la pista El Negrito (en el camino a Los Molinos) a cumplir un sueño. Esa noche allí actuaba el Cuarteto Leo con su cantor, José Sosa Mendieta. Era la primera vez que los veía en persona. Fue tanto lo que disfrutó, que ahí nomás tomó la decisión de ser un artista cayera quien cayera y costara lo que le costara. No fue poco. En 1956, ningún pibe de 16 tenía suficiente autonomía de carácter para decidir dejar de ser un tornero y ser un artista.

Lo primero que hizo fue ponerse un nombre artístico. De Carlos Eduardo López pasó a llamarse Carlitos Rolán. Entonces ya nunca más quiso ser como Sosa Mendieta y empezó a soñar con que otros soñaran en llamarse Carlitos Rolán.

A esas edad empezó a seguir al Cuarteto Leo por todos lados. Trabajaba como tornero, iba a la nocturna, pero los fines de semana, cayera quien cayera, iba a bailar con la Leo. Y como era alto, delgadito, pintón, peinadito a la gomina y perfumado, y encima bailaba cuarteto como los dioses, las mujeres hacían cola para bailar con él. Se paraba a un costado del escenario y a capela cantaba junto con Sosa Mendieta porque conocía todo el repertorio de la Leo. Era un galán. Las mujeres se orinaban por él. Y encima tenía chamuyo – Sirvasé este pañuelito, cosita buena. No me llore por ahí que puede pasparse. No dé nada por perdido porque los dos queremos lo mismo…

A los 24 años, en el año 1964, finalmente encontró la oportunidad que tanto había buscado. Miguel Gelfo, peleado con Sosa Mendieta, aceptó la idea de su amigo el gordo Pichini de organizar un concurso para buscar un cantor y armar El Doble Cuarteto Leo. Rolán se presentó, y no entró ni a los premios: perdió como uno más.

Al concurso lo ganó el Cuarteto Don Chicho de Juan José Muñoz, quien apenas recibió el premio, los abrazos y los aplausos, salió corriendo a la calle a buscar a aquel cantor flaquito y pintón que había hecho llorar a las mujeres.

Entonces Rolán empezó a soñar de nuevo.

Desde 1965 hasta 1971, durante esos seis años, Carlitos Rolán fue el cantor de la Leo en casi 1.800 bailes. Y fue tanto su éxito, superior incluso al de Sosa Mendieta, que fue el cantor del pueblo. Entonces ya no fue más Carlos Eduardo López ni Carlitos Rolán sino Carlitos Pueblo Rolán.

Deben saber las nuevas generaciones que este hombre recién muerto fue un ídolo excepcional. En el año 1970, cuando Leonor Marzano tomó la decisión de retirarse del cuarteto que lleva su nombre, Carlitos Rolán supo que algo iba a cambiar en la música de cuartetos porque el Cuarteto Leo sin la Leo no era un dato menor. Entonces tuvo otro sueño de cuartetos.

En 1971 él también se fue de la Leo. Ante la censura del gobierno de facto que prohibió la difusión y los bailes de cuartetos porque eran cosa de negros, Rolán para evitar la censura y la persecución de los militares incorporó al cuarteto otros sonidos y otros instrumentos. Piano y bajo eléctricos. Subió el volumen definiendo correctamente los agudos y los graves, y convocó a cuatro músicos excepcionales para que lo acompañaran: Pedro Garbero en acordeón a piano, en violín Roberto Campo (que era el concertino de la Sinfónica), Cacho Pedernera en bajo y el Chino Baró en piano.

Antes que terminara 1974 ya había ganado dos discos de oro cuando un disco de oro equivalía a un millón de discos vendidos.

En 1979 ante la cruda realidad de la censura instalada por el gobierno de Videla, Rolán tuvo otro sueño e incorporó a los cuartetos dos elementos fundamentales: la trompeta y un cantor que cantaba en tono melódico; Daniel Reyna, Sebastian.

En los años 80 mientras todo el mundo se quitó la ropa, levantó el tono de voz fetejando por el regreso de la democracia, Carlitos Rolán siguió con su fórmula de traje y corbata y cantando para la familia.

La noche que Rodrigo en su apogeo lo invitó a cantar en el Luna Park colmado por un público netamente urbano con tatuajes en el cuerpo, el pelo color verde, borcegos en los pies, aritos en la nariz, en las cejas, en las orejas y en la lengua, gorros, bandera y vincha muchachos, Rolán subió al escenario de Corrientes y Bouchard de pantalón negro bien planchadito, camisa almidonada, zapatitos bien lustrados, recién afeitadito y por cábala con Old Spice en la cara. Lo primero Rolán que les dijo a esos chicos fue – Movidito, movidito..., y lo segundo fue - !!! Eso cosita buena !!! y quince mil cositas buenas empezaron a bailar el más puro cuarteto cordobés sin una pizca de contaminación rítmica ni sonora. Dijo – Lo encontraron a don Goyo… y quince mil gargantas le respondieron – El pobre se murió…

Ha muerto Carlitos Rolán, el dueño de los sueños del cuarteto. En dos siglos distintos hizo bailar a dos generaciones distintas. Pero ese no fue su mayor mérito. Lo más grande que tuvo Rolán fueron sus sueños.