La astronomía me apasionó desde chico. Si quiero recordar desde cuándo, me resulta difícil determinarlo. Un punto de inflexión se produjo cuando mi padre, León, me regaló un catalejo. Luego de agotar mis curiosidades diurnas, empecé a apuntarlo hacia los cielos. Así “redescubrí” Saturno. Y los cuatro mayores satélites de Júpiter, llamados “Galileanos”.

Algunos años después ingresé a estudiar Astronomía, en FAMAF. También allí, muchos años antes, había trabajado, como docente, mi padre. En realidad aún se llamaba IMAF, por ese entonces. Como la mayoría de mis compañeros, recién salía yo de la secundaria. Entre esos compañeros, y a poco de comenzar, conocí a Fernando Suárez Boedo. Nos hicimos amigos enseguida. Esa amistad se prolongó, con idas y venidas lógicas, hasta su fallecimiento. Y ayudó a consolidar, por compartida, mi pasión por los cielos.

Charlábamos mucho con Fernando. Al principio, sobre cuestiones relacionadas con el firmamento, y con la carrera de astronomía. A medida que nos conocíamos más, los temas se diversificaban. Por otro lado, se hacían más personales. La confianza suele moldearnos así. Siempre volvíamos, después de grandes rodeos, a discutir sobre astronomía, sobre ciencias, y sobre su comunicación. En el fondo, ambos teníamos sentimientos contradictorios: por un lado nos fascinaban la observación y el estudio del firmamento. Al mismo tiempo nos desalentaba su escaso contacto con la realidad social, y la casi nula referencia a cuestiones locales. Nos rebelaba la forma fría, distante y rígida en que se comunicaban y enseñaban las cuestiones científicas. De manera deshumanizada. De todas formas, seguí cursando la carrera hasta recibirme, y luego doctorarme. Fernando encontró, mucho antes que yo, otros caminos que lo entusiasmaron más.

Es que muy pronto su poderosa veta extensionista y comunicacional se desplegó, abriendo nuevos caminos. Era muy difícil en esa época, y había que enfrentar grandes resistencias. Fernando lo hizo con inteligencia y sin miedos.

Allá por 1994 comenzó a publicar regularmente notas de ciencia en La Voz del Interior, años antes de que ese medio contara con periodistas científicos profesionalizados. Recopilé varios de sus artículos en el libro: “Charlemos sobre Ciencia. Notas de Divulgación Científica en Medios de Córdoba”, de autoría colectiva, que publicaron las editoriales de la UNC y la UADER en 2018. También desarrolló columnas de divulgación científica en Radio Universidad. Tiempo después, yo mismo comenzaría a hacerlo. Fue un pionero del periodismo científico en toda la línea. Y mostró que la propia dinámica de la divulgación requiere trabajar sin limitarse a los estrechos límites que las tradiciones y los corporativismos han fijado para las disciplinas científicas. Recién en 2011 desde la UNC, comenzamos a formar periodistas científicos y comunicadores de la ciencia, desde una carrera de posgrado que sigue claramente esa orientación. Diseñamos el plan de estudios de esa carrera junto a otros profesionales dedicados a la comunicación de la ciencia, de la UNC y del Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Provincia. Tuve el honor de dirigir esa especialización durante sus primeros 8 años.

En 1995, Fernando Suárez Boedo promovió y llevó adelante, desde la Secretaría de Extensión Universitaria de la UNC, y en sociedad con la Municipalidad de Córdoba, el Programa Global de Enseñanza de la Astronomía (PROGEA). Su núcleo era la labor de un planetario móvil que circuló durante muchos años por las escuelas municipales de la ciudad de Córdoba. Fue el primer planetario de Córdoba. Era pequeño, modesto, sencillo. Pero permitió a miles de chicos de escuelas poco favorecidas tomar contacto, por primera vez, con historias y proyecciones que les hablaban del cielo, de los mitos de creación, de viajes imaginarios a estrellas lejanas y otras maravillas. El diálogo directo con los chicos, con los públicos, potenciaba a Fernando. Lo hacía más fuerte.

En sus últimos años, alrededor del 2000, fue contratado por la Comisión Nacional de Actividades Espaciales. La CONAE es la institución responsable del diseño y operación de los satélites científicos argentinos. Fernando estuvo a cargo de la comunicación pública de ese enclave estratégico y articuló las visitas de grupos escolares a la misma. Allí también nos cruzamos, pues por esos años y junto a otros colegas de FAMAF tuvimos a cargo la tarea de redactar el Reglamento Académico del Instituto Gulich. Se trata del organismo que canaliza la faz académica de la CONAE, en conjunto con la UNC. Pocos años después, en 2003, Fernando falleció, víctima de una larga enfermedad. Pero ese no es el fin de esta historia.

En el año 2005 ingresé, caminando lentamente,  al planetario de la ciudad francesa de Nantes. Tenía muchas cosas en mente en ese momento. Algunas de ellas tenían que ver con el recuerdo de Fernando y el pequeño planetario portátil. En aquella ocasión, me había invitado quien era entonces su director, Giles Rousell. Estuve dos días allí, aprendiendo los secretos de operación del proyector del planetario Zeiss ZKP2 que el Municipio de Nantes consideraba donar. Estaban a punto de realizar su recambio, y la Universidad Nacional de Córdoba competía con otras instituciones, de varios países, para recibir el antiguo proyector. Para ese fin, llevaba yo una carpeta de tapas duras con una nota. Estaba firmada por quien se desempeñaba entonces como Rector de la UNC.  Dicho sea de paso, el Planetario de Nantes se encuentra a pocos metros del Museo Julio Verne. Ambos se hallan sobre la margen derecha de un brazo del río Loire. Verne había nacido en Nantes, claro. Enseguida quedará claro por qué hago esta mención.

La donación a la UNC prosperó, y el proyector de planetario llegó a Córdoba hace unos ocho años. Luego de algunos avatares, en noviembre de 2016 ingresó finalmente, tras una larga travesía, a la cúpula que lo contiene desde entonces: la del planetario que bautizamos, justamente, como Julio Verne. Recuerdo vívidamente como acompañé ese traslado en persona, abrazando el proyector para que no sufriera daños en la caja de una camioneta que lo transportaba. Los lomos de burro de la Av. Enrique Barros eran peligrosas trampas para tan delicado instrumento. Estamos hablando, claro, del equipamiento del Centro de Interpretación Científica “Plaza Cielo Tierra”.

Muy seguramente, las novelas de Julio Verne, con sus imaginativos viajes de exploración por las profundidades del mar, por los gélidos aires, y por el interior de la tierra tuvieron mucho que ver con la estructura que propuse como base conceptual para el Centro de Interpretación Científica. El agua de “20.000 Leguas de Viaje Submarino”, el aire de “Cinco Semanas en Globo”, la tierra y el fuego de “Viaje al Centro de la Tierra”, tienen fuertes resonancias con las viejas raíces o elementos materiales de los filósofos de la naturaleza griegos. En definitiva, con los orígenes remotos de la ciencia en occidente.

El día en que inauguramos el Centro de Interpretación Científica, en 2017, volví a acordarme de Fernando Suárez Boedo. Sin embargo, nadie lo mencionó. También volví a recordar a mi padre. Ninguno de los dos conoció ese espacio, pero ambos lo hubieran disfrutado enormemente.

Fernando, en particular, merece un gran reconocimiento de parte de todos aquellos que nos dedicamos en forma profesional a la comunicación pública de la ciencia. Somos sus herederos, sus continuadores, sistematizamos sus acciones. Él abrió senderos, poniendo el cuerpo y venciendo enormes resistencias. Nosotros circulamos por esas sendas, que intentamos ampliar y hacer más transitables para quienes se aventuran por ellas. El Centro de Interpretación Científica que comparten la UNC y la Provincia, ese espacio de cultura científica abierto a la comunidad, sería el lugar más indicado para un reconocimiento claro por todo lo que hizo. Por llevar ciencia a los medios, y de esa forma a todas las casas. Por llevar ciencia a las escuelas. Por llevar ciencia a las conciencias. Por tender puentes.

Posiblemente, muy pronto el nombre de Fernando quede grabado en alguna parte de este espacio; así lo he propuesto. Tampoco allí terminará esta historia. Pero será un reconocimiento necesario a un visionario valiente. Un homenaje planetario.