En la crisis de Ucrania y Rusia hay dos temas que se entrecruzan. Uno es la situación de la población rusa del este de Ucrania, y el otro es el juego geopolítico de Rusia para evitar que la OTAN se instale en Ucrania.

La madre no abandona a sus hijos

Rusia es la cuna del mundo eslavo, pero la cuna de la nación rusa es el Kiev de Rus, o sea que está en el corazón de Ucrania. Así que desde el siglo X este tema es complicado e intrincado.

De hecho, las poblaciones rusas diseminadas por Asia Central y Europa del Esta suelen hablar de la Gran Madre Rusia. Sobre todo, la enorme cantidad de rusos de Crimea y el Donbass, formado por las repúblicas de Lugansk y Donetsk, en el este de Ucrania.

En 2014 un golpe de Estado disfrazado de “revoluciones de colores” y fogoneado por Estados Unidos derrocó al gobierno ucraniano, que quería tener relaciones con la Unión Europea pero también con la Unión Euroasiática que comanda Rusia. Subió en Ucrania un gobierno de facto integrado, entre otros, por neonazis del partido Svoboda y otros seguidores del líder Stepan Bandera, un nazi que apoyó la invasión de Hitler a Ucrania y el genocidio de los judíos ucranianos.

Una de las primeras medidas de ese gobierno de facto fue quitar al ruso el estatus de idioma oficial y prohibirlo, generando manifestaciones de la enorme población rusa y rusófona y consecuentes represiones estatales.

Ese año, mediante un referéndum, la población de Crimea decidió reunificarse a Rusia. Digo reunificarse porque Crimea había sido de Rusia hasta 1953, año en que Kikita Jrushev decidió pasarla administrativamente a Ucrania, en tiempos de la Unión Soviética. Luego de esta decisión de los rusos de Crimea, también en 2014 las poblaciones rusas de Lugansk y Donetsk decidieron que no era seguro seguir perteneciendo a Ucrania, pero en vez de reunificarse a Rusia se declararon repúblicas populares independientes.

La iracunda represión ucraniana dejó miles de muertos rusos, destruyó parcialmente el aeropuerto que lleva el nombre del célebre compositor Sergei Prokoief y el estadio del Shakhtar Donetsk. A partir de ahí, estalló una guerra que en algunos momentos fue más abierta y que en ocho años dejó ya 15 mil muertos y un millón de desplazados. Desde los Acuerdos de Minsk, en 2015, se calmó la situación. Pero ahora la situación de estas poblaciones rusas vuelve a ser central.

Esta población es rehén del gran juego geopolítico y, en los últimos días, Ucrania volvió a bombardear Donetsk, generando una nueva crisis humanitaria y refugiados que cruzaron en gran número la frontera rumbo a Rusia.

Moscú no puede abandonar a su suerte a esa población, que sigue siendo avasallada por Kiev. Putin lo anticipó y la Duma (parlamento ruso) pidió días atrás que el Ejecutivo reconociera las independencias de Lugansk y Donetsk.

Lo que acaba de suceder es exactamente eso: Rusia reconoció la independencia de las repúblicas populares de Lugansk y Donetsk y Putin anticipó que sus fuerzas armadas ya están en esos territorios para defender a sus ciudadanos.

Todo esto se podría haber evitado si Ucrania hubiera respetado los Acuerdos de Minsk, que estipulaban por un lado el reconocimiento de la integridad territorial de Ucrania, pero por otro lado el respeto por parte de Kiev de las autonomías de estas repúblicas (o provincias, como quiera llamárseles). Esa autonomía incluía un derecho a veto en temas de política internacional que seguramente incluiría el veto a la entrada de Ucrania a la OTAN, de lo que hablaremos a continuación.

¿Qué se expande más que el universo?

La OTAN es una alianza bélica que se ha transformado en títere de Washington. La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) fue creada en 1949 para supuestamente “defender” a Occidente del “peligro” comunista. Del otro lado del Telón de Acero se creó su contraparte: el Pacto de Varsovia.

Sin embargo, en 40 años de Guerra Fría, nunca hubo un enfrentamiento directo entre potencias de ambas alianzas militares.

Cuando, en 1989, cayó la Unión Soviética, Occidente le prometió a Gorvachov que la OTAN no se extendería hacia el este de Europa. Nunca cumplieron. En 1999 se extendió a Hungría, Polonia y República Checa. En 2004 a Eslovaquia, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Bulgaria y Eslovenia. En 2009 a Albania y Croacia y finalmente, en 2017, a Montenegro. Rusia soportó todas esas provocaciones y amenazas a su seguridad, pero tener misiles nucleares apuntando a Moscú desde Ucrania sería inaceptable desde el punto de vista estratégico y táctico.

Porque esos misiles en Ucrania estarían a cinco minutos de Moscú, sin tiempo para reaccionar ante esa eventualidad. Es un dejá vú de la Crisis de los Misiles, de octubre de 1962, cuando la Unión Soviética instaló sus misiles en Cuba, a 150 kilómetros de la Florida.

En ese momento de tensión que tuvo en vilo al mundo, el presidente Kennedy se quejó amargamente ante su equipo de colaboradores más estrechos: “Es inaceptable lo que hacen estos rusos, es como si nosotros instaláramos misiles en Turquía, cerca de las fronteras con ellos”. Los pocos presentes lo miraron con incredulidad, hasta que un general se animó a decirle: “Señor presidente, eso es exactamente lo que hemos hecho”.

En aquel momento, y durante toda la Guerra Fría, paradójicamente la paz estuvo garantizada en el empate de fuerzas, sobre todo de fuerzas nucleares, y la conciencia de que, si una parte atacaba, sería también arrasada por la contraparte.

Esto es lo que está en peligro ahora: que Ucrania se transforme en una base de misiles de la OTAN que pondría contra las cuerdas a Rusia. Moscú no lo va a permitir.

La crisis se hubiera evitado si Occidente, que nunca cumplió con sus promesas a Moscú, se hubiera comprometido seriamente ahora en no incluir a Ucrania en la OTAN.

Al fin y al cabo, la OTAN fue creada para oponerse al comunismo real de la Unión Soviética, que no existe más. Incluso si se opone a Rusia, la primera vez que intervino la OTAN fue en Yugoslavia, donde no había involucrado ningún miembro de su alianza. Todo esto sugiere que la OTAN ha dejado de tener sentido y de respetar las bases en las que se creó.

¿Qué va a pasar ahora y cómo se va a alinear el resto?

Esto se parece mucho más a una partida de ajedrez que a una pelea de boxeo, o a una maratón más que a una carrera de 100 metros. Y la iniciativa la viene teniendo Putin, que hizo su jugada maestra reconociendo las repúblicas de Lugansk y Donetsk, y posicionando tropas en esos territorios.

Ahora todo cambió y se complicó el escenario para Ucrania, porque ya no está luchando contra unos rebeldes pro rusos, sino contra la propia Rusia. La pelota está en el campo de Europa y de Estados Unidos.

Estados Unidos es un imperio en decadencia, que ha perdido su supremacía económica, política y propagandística (ya nadie cree las mentiras de Washington y ya no seduce el “sueño americano”). Pero mantiene un gran poderío bélico, lo cual hace que ese imperio sea más impredecible y peligroso. Sobre todo porque es un Estado que no está preparado para abandonar su posición de hegemonía mundial. Todos los imperios en la historia de la humanidad, en algún momento declinaron y se reconvirtieron. Pero ninguno surgió como Estado nación con vocación imperialista como Estados Unidos, con el Destino Manifiesto y tantas peligrosas veleidades.

Europa, por su parte, se debate entre seguir siendo el “che pibe” de ese imperio en decadencia y peligroso, o recuperar algo de dignidad y poder de decisión. Ya viene pagando los platos rotos de las locuras imperiales de Estados Unidos, sobre todo con las crisis migratorias ocasionadas en los países que el Imperio va invadiendo y destruyendo (Afganistán, Irak, Siria, Libia, y un larguísimo etcétera).

Pero ahora, si Europa es arrastrada a una ruptura con Rusia, los que se van a morir de frío en el próximo invierno serán los alemanes y no los de Nueva York, los holandeses y no los de Chicago, los belgas y no los de Boston. Se nota mucho la diferencia de preocupación y de actitud de Emanuel Macron o de Olaf Sholz a la de Joe Biden.

¿Y China, qué hará? Es la gran pregunta del millón. Por ahora, Beijing no condenó a Rusia por haber reconocido a las repúblicas de Lugansk y Donetsk, ni repitió el argumento de que esto significa una invasión a territorio ucraniano. Sin embargo, China está en una posición muy incómoda.

Por un lado, tiene una alianza estratégica e integral con Rusia, y esto incluye temas de defensa y militares. Pero, por otro lado, avalar el reconocimiento que ha hecho Putin de las repúblicas separatistas se le podría volver en contra, porque la propia China tiene varios conflictos latentes con demandas separatistas, no sólo con Taiwán (a la que considera una provincia rebelde) sino también con el Tíbet y con la provincia de Xinjian de minoría uigur y religión musulmana.

En realidad, este tema del Donbass (Lugansk y Donetsk) mete ruido en toda Europa, donde hay muchos casos de reivindicaciones independentistas en distintos grados de conflicto. La propia Rusia reconoce las repúblicas de Abjazia y Osetia del Sur, que Georgia considera como propias, y Transnitria, que Moldavia reclama para sí. Occidente reconoce la independencia autoproclamada de Kosovo, separada de Serbia. Mete ruido en España con los temas vasco y catalán y en el Reino Unido con las aspiraciones de Escocia.

Por todo esto, el de Ucrania es un conflicto que no se circunscribe a esa región, sino que involucra a toda Europa. Y si se llegara a la locura de una guerra abierta, afectaría a todo el mundo, porque incluye a una potencia nuclear.

Tengamos en cuenta que una sola vez en la historia de la humanidad se usaron armas atómicas: fue en Hiroshima y Nagasaki y las usó el Imperio Estadounidense. Pero fue al fin de una guerra, por lo cual, no hubo respuesta.

Luego, durante toda la Guerra Fría, hubo enfrentamientos en las periferias y los dos grandes bloques se combatieron indirectamente, usando países y muertos que consideraban de segunda. Pero nunca se animaron a enfrentarse directamente. Esperemos que esta vez tampoco.