El gobierno brasileño ha logrado algo poco habitual en Brasil: que los científicos salieran de sus laboratorios a protestar a la calle al anunciar el congelamiento del 30% de los gastos no obligatorios de las universidades federales, poniendo en riesgos numerosas investigaciones.

Jair Messias Bolsonaro, el ultraderechista que preside de país, estudió en una academia militar en los setenta, durante la dictadura. Llegó a ser capitán paracaidista antes de emprender una larga carrera parlamentaria. Jamás ha ocultado que considera las universidades un nido de rojos peligrosos y la calidad de la educación, nefasta. Durante la campaña electoral propuso implantar “la educación a distancia porque así ayudamos a combatir el marxismo”. Erradicar lo que denomina “el marxismo cultural” y ”la ideología de género" de las aulas es una de sus obsesiones.

Otra es que la escuela enseñe a leer, escribir y un oficio que produzca beneficios tangibles. De ahí que recientemente sugiriera en un tuit que el presupuesto de Sociología y Filosofía fuera redirigido para “centrarse en áreas que generen un retorno inmediato al contribuyente: veterinaria, ingeniería y medicina”.

Balbúrdia (caos, desorden en portugués) se ha convertido en el grito de guerra de los afectados porque es la que el ministro, Abraham Weintraub, utilizó al anunciar los recortes: “Las universidades que, en vez de procurar mejorar el rendimiento académico estén generando caos, tendrán recursos reducidos”, advirtió en una entrevista. Ante el calibre de la polémica, Weintraub salió a explicarse en una escena inolvidable: se unió a una retransmisión en vivo vía Facebook de Bolsonaro para explicar didácticamente con un centenar de bombones sobre la mesa el impacto de los recortes. “No estamos recortando, estamos dejando (una parte) para comérnosla después de septiembre”, dijo.

João Marcelo Borges, director de estrategia política de Todos Pela Educação, un movimiento de la sociedad civil, explica que todos los Gobiernos suelen bloquear temporalmente fondos para cuadrar las cuentas. Pero critica que este sea “un corte lineal, sin criterio” y sin diálogo con los rectores. Añade que, “como desde las elecciones varios ministros han manifestado una cierta oposición a la universidad pública en base a percepciones ideológicas, necesitamos saber si los recortes van más allá de la crisis fiscal”.

Los cuatro meses largos de Bolsonaro en la Presidencia han sido especialmente tormentosos en el ministerio de Educación, escenario de una guerra fratricida entre sectores gubernamentales que implicó la caída del ministro original, 15 dimisiones y semanas de paralización. El actual ministro, un ideologizado bolsonarista que es economista y profesor universitario, ha anunciado sin grandes detalles que pretende mantener el plan nacional de alfabetización anunciado por su predecesor y expandir la enseñanza técnica y profesional. Borges señala que el ministro sí ha abierto un diálogo con el mundo educativo. “Aún no tenemos prioridades claras, pero sí un cambio de procedimiento”, dice.

Aunque Brasil gasta un 6% del PIB en educación, el gasto medio por alumno es un tercio de la media de la OCDE (un club de países ricos) y sus resultados son aún pobres pese a las mejora de la última década. Salvo en rincones remotísimos, el problema no es ir a la escuela sino aprender. El Banco Mundial ha calculado que el alumnado brasileño tardará 260 años en alcanzar en capacidad lectora la media de la OCDE y 75 años en matemáticas. Ocurre en el resto de Latinoamérica y es aún más grave en África.

La sugerencia del mandatario de dejar de invertir en enseñar sociología y filosofía ha sido rápidamente respondida también desde el extranjero. Unas 800 instituciones de todo el mundo y 17.000 personas han suscrito una carta abierta, ideada por dos estudiantes de Harvard, a favor de mantener la financiación de ambas disciplinas. Una de las firmantes, la profesora Jocelyn Viternam, explica al diario estudiantil Harvard Crimson que "cuando los partidos intentan limitar la creación y desarrollo del conocimiento sobre el poder, la desigualdad y la sociedad, es para preocuparse".

Los firmantes de la carta piden al Gobierno de Bolsonaro que reconsidere su propuesta porque, recalcan, “el propósito de la educación superior no es producir "rendimientos inmediatos" sobre una inversión. El objetivo "debe ser siempre crear una sociedad bien educada y enriquecida que se beneficie del esfuerzo colectivo para crear conocimiento humano". "La educación superior es un propósito en sí mismo", destacan.

La política de contención del gasto ha golpeado también al Ministerio de Ciencia y Tecnología, que ha perdido el 42% del presupuesto, para enfado de su titular, el astronauta y militar retirado Marcos Pontes. Lo cierto es que también los militares sufren los recortes: las Fuerzas Armadas han visto volar el 44% de sus fondos.