Ciertos hábitos incorporados a las culturas parecen eternos, indestructibles. 
Por ejemplo, la negativa de los y las conductoras en Argentina a manejar vehículos con caja automática, casi el estándar de los automóviles en USA desde hace años. 
Y sin embargo hoy en día, en cualquier concecionaria del país se comercializan ya muchos modelos de automóviles con la posibilidad de elegir entre los dos sistemas, con el agregado de que los que tienen caja automática, son más caros.

Por eso, imaginarse que en nuestro país se pueda abandonar el hábito de cocinar con gas (para ser precisos habría que decir “abandonar el hábito de equipar los hogares con cocinas a gas”) debería ser posible, aunque hoy por hoy, parezca algo remoto o muy poco factible.

Habrá que prepararse porque si los argumentos de salud no eran convincentes, los argumentos ambientales vienen por las cocinas a gas. Y, de remate, el costo de construcción y los costos de los servicios parecen alinearse hacia hogares totalmente eléctricos, sin instalación de gas.

En Estados Unidos

En el país del norte, el uso de las cocinas eléctricas está muy ampliamente difundido desde comienzos del siglo pasado. En la planificación general de los trazados urbanos, se entendió que era mucho más económico llevar grandes gasoductos hasta las plantas eléctricas y distribuir desde allí la energía a hogares sin instalación de gas. Ahorro para el estado y ahorro para los particulares. También, es cierto, por aquellos años, Estados Unidos tenía un parque de generación eléctrica basado casi exclusivamente en el carbón. 

Así y todo, en nuestros días se estima que 40 millones de hogares aún cocinan con gas en Estados Unidos.

Según nos cuenta Shannon Osaka en una nota del Washington Post de esta semana, durante años, los científicos y los defensores de la salud trataron de llamar la atención sobre los aparentemente inocentes artefactos que pueden desencadenr el asma infantil, aumentar el riesgo de problemas respiratorios y emiten gases que calientan el planeta.

En el gobierno de la administración Biden parecen haber escuchado: El lunes, Richard Trumka Jr., uno de los cuatro comisionados de la Comisión de Seguridad de Productos del Consumidor (CPSC, por sus siglas en inglés), dijo en una entrevista que la agencia estaba considerando una prohibición de las cocinas a gas o al menos el establecimiento de un estándar sobre los gases y contaminantes que se puedan arrojar dentro de las cocinas de los estadounidenses.

En reversa parcial, el miércoles, Alexander Hoehn-Saric, presidente de la misma comisión, dijo que no prohibirían las cocinas de gas, pero que estaba investigando los riesgos para la salud implicados y posibles aumentos en los estándares de seguridad. Evidentemente, el debate está instalado en el seno de la administración.

Algunas ciudades como Los Ángeles, Seattle y Nueva York, ya se han movido en la dirección de prohibir las estufas de gas en casas y apartamentos nuevos. En esta línea, Kathy Hochul (D), la nueva gobernadora de Nueva York, propuso directamente prohibir las conexiones de gas en los edificios nuevos en todo el estado.

La cuestión de fondo

En términos más globales, los efectos contaminantes de una cocina eléctrica y una a gas, no distan mucho si se miden fuera del hogar. La diferencia es en dónde se quema el gas: en la planta generadora de electricidad o en la cocina del hogar. 

Cuando la planta genera electricidad, las emisiones están controladas por estándares rígidos pero se emite una cantidad de gases de efecto invernadero que no dista mucho de la que se emitirá en el hogar para lograr calentar una pava o cocinar un bife. 

La diferencia es que cuando una cocina a gas está encendida, quemando metano, no solo libera partículas finas que pueden invadir los pulmones, sino también dióxido de nitrógeno, monóxido de carbono y formaldehído, en el ambiente cerrado del hogar, todos los cuales se han relacionado con varios riesgos para la salud.

No es una suposición. Osaka cita en su artículo un estudio que demuestra que los niños que viven en hogares con cocinas a gas tienen un 42 % más de probabilidades de tener asma y un 24 % más de riesgo de desarrollar asma en algún momento de su vida.

Y en los últimos días, se conoció otro artículo que señala que un nada despreciable 12,7 % de los casos de asma infantil podrían atribuirse a vivir en un hogar con cocina a gas.

Lo que puede venir

La guerra de Ucrania pudo ser el campanazo que despertó a muchos reguladores respecto a la cuestión del gas, pero el hecho estructural de que en los próximos años el gas (y los combustibles fósiles) serán cada vez más caros en comparación con las fuentes renovables, era conocido desde hace mucho tiempo.

En la práctica hoy, cuando no hay grandes diferencias entre el costo de calentar con gas o con electricidad, construir una vivienda sin instalación de gas no solo representa un ahorro importante en el costo total, sino que deja a la vivienda lista para generar ahorros futuros accediendo a energía de paneles solares o de proveedores de otras energías verdes. Y corta la dependencia estructural con un combustible que, quedó demostrado, puede ser muy “volátil”.

En Argentina, al revisar precios se comprueba que una cocina eléctrica no es necesariamente más cara que una a gas: las variaciones de modelos y prestaciones son tales que, en los modelos base o en los más caros se encuentran artefactos para todos los gustos aunque no siempre para todos los bolsillos.

En Estados Unidos en cambio, ya se ofrecen las cocinas de inducción que son más versátiles que las cocinas eléctricas tradicionales y son sustancialmente más caras. Pero la Ley de Reducción de la Inflación, la histórica ley climática aprobada el año pasado, incluye apoyo en efectivo para ayudar a los hogares de ingresos bajos y moderados a dejar sus cocinas a gas. A partir de finales de este año, millones de estadounidenses podrían obtener hasta 840 dólares de descuento en el costo de una cocina eléctrica o de inducción. Es mucho más que lo que cuesta una cocina por estos lares.

Por eso, a medida que surge más y más información sobre los riesgos para la salud, y a medida que la administración de Biden se enfoca en electrificar los electrodomésticos en todo el país, el cambio de gas a electricidad ha dejado de ser una cuestión de "si ocurrirá" para ser una cuestión de "cuándo ocurrirá".

Y los mismos argumentos que empujan estos cambios en Estados Unidos y en Europa, más tarde o más temprano, estarán por aquí.