superficie mundial de tierras de cultivo aumentó un 9 % en las últimas dos décadas, con aumentos aún mayores en América del Sur y África tropical, principalmente a expensas de los ecosistemas naturales.

En las últimas décadas se aceleró la deforestación. Mapa: trabajo citado
En las últimas décadas se aceleró la deforestación. Mapa: trabajo citado

El mapa publicado este enero es crudo, aunque así contado, no se refleje la crudeza con que en los últimos 20 años en vastas regiones, incluido el Gran Chaco, se arrasó con áreas completas de bosques tanto en nuestra región como en la cuenca del Congo y en ciertas áreas del sudeste asiático.

Las personas que viven en áreas deforestadas proporcionan evidencia, ciertamente anecdótica, de que sus microclimas se vuelven más secos al perderse la cubierta forestal, pero la evidencia científica, basada, fundamentalmente en estudios de caso, no siempre confirmaba estas experiencias directas de pobladores.

De hecho, algunos estudios demostraron que la deforestación a pequeña escala, por ejemplo en el sur del Amazonas, aumentó la frecuencia de las precipitaciones en la zona.

En cualquier caso, ciertas cuestiones básicas, están ya harto establecidas: matar árboles reduce la evapotranspiración y, por lo tanto, si las superficies deforestadas son suficientemente grandes, el resultado debería dar como resultado menos disponibilidad de humedad para las precipitaciones.

Llegó la ciencia

Ahora, por primera vez y en base a un estudio de alcance global, los investigadores han demostrado una clara correlación entre la deforestación y la pérdida de precipitaciones a nivel regional.

Se trata de un trabajo de la Universidad de Leeds que se publicó ayer en la revista Nature. El equipo evaluó la información de 18 diferentes registros meteorológicos y satelitales del período 2003 a 2017 en regiones pantropicales, para establecer posibles relaciones entre la pérdida de superficie boscosa y los cambios en el régimen de precipitaciones locales, considerando diferentes escalas de superficie.

Incluso a pequeña escala, encontraron un impacto, pero el efecto de disminución en las precipitaciones se hace más pronunciado cuando el área afectada supera los 50 kilómetros de lado, o sea cuadrados de 2500 kilómetros cuadrados de superficie.

Estas escalas dependen del pixelado de las imágenes satelitales que se utilizan para el análisis. En la escala medida más grande, pixeles de 200 kilómetros de lado o cuadrados de 40.000 kilómetros cuadrados de superficie, el estudio descubrió que la precipitación mensual promedio era 0,25 % más baja por cada punto porcentual de pérdida de bosque.

Consecuencias

Hay una conclusión evidente: la disminución en las precipitaciones tienen un efecto directo sobre los rendimientos agrícolas y también en la generación hidroeléctrica, fenómenos claramente constatables en la cuenca del Paraná, por ejemplo.

Pero hay una segunda conclusión, algo menos evidente pero más preocupante. 
Desde hace un tiempo, los científicos vienen advirtiendo sobre los “bucles” o fenómenos de retroalimentación, es decir, aquellos fenómenos que pueden generar una espiral de aceleración de un fenómeno.

En este caso, la menor disponibilidad de lluvias terminaría agravando el fenómeno de la pérdida de bosques porque la propia subsistencia de la foresta depende del propio agua que los árboles capturan del suelo para liberar a la atmósfera (evapotranspiración). En el Amazonas se estima que un 40 % de agua utilizada por la foresta es agua reciclada por el propio bosque; y ese valor sube hasta el 50% en la cuenca del Congo.

En la práctica, hacemos referencia al Amazonas como “un pulmón”, pero uno de los autores, el profesor Dominick Spracklen de la Universidad de Leeds, señaló a The Guardian que entre el 25 % y el 50 % de la lluvia que cayó en el Amazonas provino del reciclaje de las precipitaciones de los árboles. “Desde ese punto de vista el Amazonas funciona mucho más como un corazón que bombea agua por toda la región”.