Del frío pueden surgir espías: eso sugería la novela hecha película de John Le Carré: “El Espía que Surgió del Frío”, ganadora de dos Oscars. Pero fuera de la ficción, en el mundo real y en las heladas geografías de todo el planeta hemos visto surgir todo tipo de “sorpresas” desde los hielos: lobos, cachorros de león, por supuesto mamuts, osos de las cavernas y hasta “cavernícolas” completos.

Tras una autopsia que duró nueve horas, el Hombre del Hielo descongelado en los Alpes de Italia fue sometido de nuevo a una temperatura de -6 ºC y depositado sobre una gran lámina de vidrio en la que yace expuesto al público. Imagen: robertclark.com

Los hallazgos microscópicos son mucho menos notables. No por eso (por ser diminutos e invisibles a ojo desnudo) sino porque suelen tener repercusión exclusivamente en el mundo científico.
A pesar de ello, tuvo amplia difusión un organismo microscópico multicelular que fue “revivido” después de 24.000 años y en 2014, un virus “gigante” volvió a infectar amebas después de 300 siglos congelado.

Parecen historias de ciencia ficción, pero son reales. Y no es difícil imaginar argumentos: si hielos muy viejos se derriten, junto con el agua, vuelve a circular todo lo que entonces se congeló, casi siempre en el estado en el que se encontraba. Plantas y animales ya muertos se descompondrán completando el ciclo natural que detuvo el frío.

Pero ¿qué esperar de los microorganismos que poseen mecanismos para mantenerse en estado latente durante milenios?; ¿es razonable suponer que viejos parásitos de los seres humanos, que quedaron suspendidos en el tiempo evolutivo, vuelvan a infectarnos?; ¿podemos suponer que estos hielos funcionaron como gigantescos reservorios de virus que no infectaron a nuestros ancestros pero podrán, como pasó con el Covid-19, saltar ahora e infectarnos?

Todo Si

Es la respuesta que parece dar a estos interrogantes un trabajo que acaba de publicarse, analizando con técnicas y protocolos muy complejos la población de virus que emerge de las zonas que se descongelan en el Alto Ártico, la región terrestre de mayor latitud de aquel polo, que presenta clima glacial y está formado por desiertos y glaciares.

Centrados en dos entornos, el suelo y los sedimentos lacustres del lago Hazen, el lago de agua dulce del Alto Ártico más grande del mundo, el estudio reconstruye la virósfera del lago para estimar el riesgo de derrame de estas poblaciones y concluye que el riesgo de derrame aumenta con el derretimiento de los glaciares, que viene aumentando como consecuencia del cambio climático.

Los autores eluden cualquier conclusión sensacionalista sobre saltos virales o eventos catastróficos, pero advierten que si el cambio climático también desplaza hacia el norte a las especies de posibles reservorios y vectores virales, el Alto Ártico podría convertirse en terreno fértil para pandemias emergentes.

“Esto no es lo mismo que predecir contagios o incluso pandemias porque mientras los virus y sus ‘vectores puente’ no estén presentes simultáneamente en el medio ambiente, la probabilidad de eventos dramáticos sigue siendo baja. Pero a medida que el cambio climático conduce a cambios en el rango y la distribución de las especies, pueden surgir nuevas asociaciones, trayendo vectores que pueden mediar en los contagios virales. Este doble efecto del cambio climático, que aumenta el riesgo de contagio y conduce a un cambio hacia el norte en las áreas de distribución de las especies, podría tener un efecto dramático en el Alto Ártico”.

Aunque esta investigación se centra sobre un territorio tan particular (y despoblado) como el Alto Ártico, no es el primer trabajo que demuestra que el calentamiento puede movilizar virus congelados hace milenios.

Después de pasar 24.000 años congelado en Siberia, este es el organismo microscópico multicelular volvió a la vida. Imagen: bbc.com

El año pasado, investigadores de la Universidad Estatal de Ohio en los EE . UU. anunciaron que habían encontrado material genético de 33 virus, 28 de ellos desconocidos hasta entonces, en muestras de hielo tomadas de la meseta tibetana en China. Según su ubicación, se estimó que los virus tenían aproximadamente 15.000 años.