Las medidas de eficiencia energética ya le han ahorrado al hogar británico promedio alrededor de 1350 dólares al año en facturas de energía (luz y gas), y las mejoras en el aislamiento térmico y otras mejoras en el hogar podrían reducir aún más las facturas futuras, según demuestra un reciente análisis.

Los ahorros hasta la fecha provienen en gran parte de mejoras en la eficiencia de los aparatos eléctricos y las calderas, aspectos en los que queda poco por avanzar. Por eso, se espera que el gobierno se concentre rápidamente en las mejoras en los aislamientos térmicos de las viviendas, lo que provocaría otra ola de ahorros.

El tema de las tarifas de la energía está, nunca más apropiada la metáfora, al rojo vivo: en la actualidad el hogar promedio invierte unos 1750 dólares al año y se pronostica que las subas esperadas en el precio de la energía aumentarán este gasto hasta los 2700 en abril de este año, debido a la crisis del gas.

Pero las facturas de energía domésticas promedio habrían sido de casi 4000 dólares si no fuera por una serie de medidas regulatorias que han reducido el uso de energía en las últimas dos décadas, según Regulatory Assistance Project (RAP), una organización de analistas sobre temas energéticos.

Jan Rosenow, director de programas europeos de RAP, dijo que el análisis mostró las fallas del gobierno en la última década para tomar medidas que habrían evitado gran parte de la actual crisis de precios de la energía. “Si el gobierno hubiera actuado, podríamos haber tenido un programa debidamente financiado que hubiera reducido los gases de efecto invernadero y las facturas de energía”, dijo.

Los electrodomésticos, como lámparas, heladeras y lavadoras, ahora usan mucha menos energía que hace 20 años, debido a las directivas de la Unión Europea. Al mismo tiempo, una regulación del gobierno del Reino Unido de 2005 que exige el uso de calderas de condensación redujo significativamente el uso promedio de gas.

El análisis de las cifras muestra que el consumo de energía doméstica disminuyó un 16% desde el año 2000, a pesar de que en el mismo lapso la cantidad de hogares creció un 15%, que el hogar promedio actual es un 10% más grande en superficie y que hubo un aumento consistente en la cantidad de electrodomésticos por hogar, señala el reporte.

Lo que falta

El aislamiento térmico, incluido el doble acristalamiento y mejoras similares en los hogares también redujeron el uso de energía, dijo Rosenow, pero mucho menos de lo que se habría podido alcanzar, ya que las tasas de aislamiento se han desplomado en la última década, después de que sucesivos gobiernos desistieran de sostener los subsidios para estas medidas.

Al menos 14 millones de hogares se han quedado sin aislamiento debido al abandono del esquema del acuerdo verde, que se estableció en 2013 y se detuvo en 2015, cuando solo se habían mejorado unas 15,000 casas. Un programa posterior solo mejoró otras 47.500 viviendas sobre un total de 600.000 prometidas.

La naturaleza intermitente de los esfuerzos de aislamiento del gobierno también ha sofocado el crecimiento de la industria del aislamiento, que requiere trabajadores calificados y una amplia red de proveedores, agregó Rosenow. Miles de empleos se han perdido o no se crearon en la industria durante la última década por esta causa.

Estos recortes tienen una traducción práctica contundente: durante los últimos 10 años, los hogares gastaron más de 1.300 millones de dólares adicionales en sus facturas de gas y luz, que pudieron ahorrarse. Y, por ende, se emitieron gases de efecto invernadero que pudieron evitarse.

El Panorama en Argentina

El único antecedente general de este tipo de medidas en nuestro país fue la ley 26.473, que dejó fuera del mercado las lámparas incandescentes. A diferencia de las reglamentaciones europeas en cambio, los estándares aplicables a calefones, calderas y, especialmente, acondicionadores de aire, están lejos de promover la eficiencia energética. 

Eso no impide que las empresas que comercialicen estos equipos usen como argumento comercial la eficiencia energética. Eso sí, la diferencia por comprar equipos más “ecológicos” (menos contaminantes), por ahora la paga el usuario: comprar un acondicionador que gaste menos electricidad, cuesta entre 30 y 50% más que el equivalente “no ecológico”.