La plantita es mundialmente conocida por sus efectos psicotrópicos, que más recientemente han probado su utilidad también en el campo de la medicina, a punto tal, que una ley reciente y su reglamentación vinieron a poner de cabeza el problema de la tenencia. 
Ahora basta con estar anotado en el REPROCANN para poder circular con cantidades para consumo personal sin temor a consecuencias desagradables.

De hecho, es ahora popular “el plan de Belgrano”, la iniciativa de uno de los padres de la patria para utilizar el cultivo de cáñamo como una salida económica ya en 1797, como lo cuenta Juan Cruz Taborda Varela en una de sus “Historias”, en donde pone de manifiesto la sensibilidad de nuestro prócer a los problemas sociales y la mirada estratégica de la corona española que, naturalmente, prohibió la iniciativa en cuanto percibió que podía contribuir a una economía autónoma en la colonia.

Se conoce incluso que a la hora de las comparaciones la marihuana de autocultivo “contamina” sustancialmente menos que un sabroso café.

De lo que no se habla mucho, es de las ventajas que puede proporcionar el cultivo de cannabis en el combate contra el calentamiento global. 
La clave está en su habilidad para fijar anhidrido carbónico (CO2), el principal gas de efecto invernadero. Si algunas de esas moléculas de CO2 que pasan del aire al cuerpo de la planta terminan siendo el esqueleto de uno de los complejos terpenofenoles que resultan ser un cannabinoide, es harina de otro costal. O medicamento de otra farmacopea, diríamos aquí.

Llamando la atención

En un artículo publicado hoy, Jeremy Plester, periodista y jefe de la organización proveedora de servicios ambientales Greener Living llama la atención sobre el tema, con algunos datos que dan para pensar.

Comienza poniendo de relieve que, en contraste con sus relativamente limitados efectos psicotrópicos, estas plantas son extremadamente eficientes para absorber y retener carbono.

Quiénes no han visto desarrollarse en cuestión de días a estas plantas no lo saben, pero, nos informa Plester en su artículo, “el cáñamo es una de las plantas de más rápido crecimiento en el mundo y puede crecer 4 metros de altura en 100 días”.

Continúa el británico señalando que “las investigaciones sugieren que el cáñamo es dos veces más eficaz que los árboles para absorber y retener carbono, y se calcula que 1 hectárea de cáñamo absorbe de 8 a 22 toneladas de CO2 al año, más que cualquier bosque”. Tal vez sea esta una afirmación excesiva a la luz de algunos datos sobre la habilidad de fijar carbono de diferentes tipos de bosques.

Lo cierto es que si el propósito de la plantación fuese, como imaginó Belgrano, la producción textil y otras aplicaciones industriales, el CO2 se fija de modo relativamente estable en las fibras de cáñamo, que se han utilizado históricamente en la elaboración de infinidad de productos, incluidos textiles y aislamiento para la construcción. 
Los antecedentes nos remontan a civilizaciones chinas de hace 6000 años; las velas de las carabelas de Colón eran de fibra de cáñamo, pero hoy hasta BMW lo está utilizando para reemplazar plásticos en varias piezas de automóviles.

Solo la criminalización derivada de sus usos recreacionales pudieron detener la expansión mundial de un cultivo que se adapta notablemente a ambientes muy dispares. “Es un yuyo” dicen quiénes la cultivan.

Aunque la tendencia internacional refleja proyecciones promisorias para las empresas que encaran casi exclusivamente el ángulo recreacional y farmacológico del cannabis, tal vez los argumentos ecológicos vuelvan a poner en valor el aprovechamiento integral del cáñamo.