“El silencio es salud”, frase de triste memoria en nuestro país, dejaba planteada una contrapartida lapidaria: “El ruido es enfermedad”, cosa que cualquiera se animaría a afirmar sin vacilar.

Lo cierto es que el mismo sentido común con que las personas la damos por válida, nos llevaría a darla por buena también para el resto de los animales. Y si se presiona un poco, no faltará quién afirme sin vacilar que el ruido también es dañino para las plantas.

Pero ir de una afirmación de sentido común a un enunciado científico requiere de procedimientos que permitan medir y comprobar. Tener un sistema ajustado y especímenes que permitan hacer reproducibles los resultados. Que es lo que acaba de ocurrir.

Por primera vez, al menos de modo formalmente documentado, científicas del Dolphin Research Center en Florida, Estados Unidos, lograron demostrar que los ruidos interfieren con las actividades cooperativas de los delfines obligándolos a “gritar”, si por gritar entendemos para los delfines lo mismo que para las personas: aumentar los decibeles de la voz.

Un poco de contexto

Hay mucha evidencia de que los ruidos antropogénicos (los provocados por la actividad humana) afectan a una gran variedad de taxones, como los mamíferos, las aves, los peces, e incluso a invertebrados. Y también se ha documentado que los animales utilizan mecanismos acústicos y otros mecanismos de comportamiento para compensar el aumento del ruido a nivel individual.

Al mismo tiempo hay muchos animales (más de los que uno imagina) que trabajan de modo cooperativo para ciertas actividades, desde la caza, hasta la reproducción sin dejar de recordar las comunidades de insectos como hormigas y abejas. Y la comprensión de cómo el ruido puede afectar a los animales sociales que trabajan en conjunto es aún limitada.

El caso de los delfines es bastante peculiar. Son mamíferos especialmente sociales e inteligentes, que utilizan silbidos para comunicarse entre ellos. Incluso se ha descubierto que algunas especies de delfines identifican a los individuos con “nombres”, los profanos diríamos que son chirridos diferenciadores para cada ejemplar “dichos en delfinés”.

Estos intercambios de información resultan fundamentales para distintas actividades cooperativas que realizan, como cazar o reproducirse. Y el ruido generado por las actividades humanas, como las perforaciones o la navegación, interfiere esas “conversaciones” y, volviendo al comienzo, afecta negativamente a su salud.

Los hallazgos

El estudio se hizo con dos delfines, 'Delta' y 'Reese', que habían sido entrenados para una curiosa tarea: aprendieron a presionar cada uno de ellos un botón submarino colocado en cada extremo de una laguna con menos de un segundo de diferencia. Lograrlo permitía una sabrosa recompensa.

Para el estudio fueron equipados con grabadoras de sonido con ventosas que permitían documentar sus vocalizaciones. El entorno controlado permitió seguir con atención a los delfines, algo que habría sido muy complejo en la naturaleza.

En los ensayos eran liberados desde un punto de partida durante cada prueba, y para ciertas pruebas, uno de los delfines era retenido de cinco a diez segundos mientras que el otro era liberado inmediatamente. En las pruebas de liberación retardada, los delfines dependían únicamente de la comunicación vocal para coordinar la pulsación del botón.

En esas condiciones, los investigadores descubrieron que cuando se reproducían niveles crecientes de ruido desde un altavoz submarino, ambos delfines lo compensaban cambiando el volumen y la duración de sus llamadas para coordinar la pulsación del botón. Básicamente, gritaban.

Desde los niveles de ruido más bajos hasta los más altos, la tasa de éxito de los delfines se redujo del 85% al 62,5%. Es decir, aunque intentaron comunicarse, el exceso de ruido perjudicaba la coordinación.

Según explican los autores en la publicación de “Current Biology”, los delfines no solo cambiaron sus llamadas, sino que también cambiaron su lenguaje corporal. A medida que aumentaban los niveles de ruido, era más probable que los delfines se reorientaran para quedar uno frente al otro, y también era más probable que nadaran hacia el otro lado de la laguna para estar más cerca.

No faltará el escéptico que diga que fue demasiado esfuerzo para poder afirmar algo que se cae de maduro: cuando estamos en un lugar ruidoso, nos gritamos para poder comunicarnos. Los delfines, también.