Eran enormes las demandas y escasas las expectativas con las que el mundo llegó en noviembre del año pasado a la COP 26. Por eso, los mínimos acuerdos obtenidos se celebraron como un gran triunfo y, entre ellos, los compromisos arrancados sobre la financiación destinada a prevenir el calentamiento y contribuir con los países con mayores requerimientos parecían la clave de algún cambio futuro.

Concretamente la declaración final contemplaba dos compromisos específicos sobre fondos. Por un lado se instaba a los países desarrollados a duplicar los fondos para los países en desarrollo para ayudarles a adaptarse al cambio climático. Por el otro, se hacía énfasis en la necesidad de "aumentar significativamente el apoyo" a los países en desarrollo más allá de los US$100.000 millones al año que se habían establecido como horizonte de financiación en la COP 25.

Casi un año después no se ha registrado ningún avance significativo en torno a estos objetivos y en cambio, con la excusa de la guerra en Ucrania, se han volcado al financiamiento de combustibles fósiles muchos más fondos que los previstos, beneficiando a gigantes corporaciones en nuevos emprendimientos que no hacen más que empeorar el cuadro general del clima.

Las razones para el statu quo

Las denuncias señalan reiteradamente al sistema financiero internacional como el principal responsable, privilegiando los retornos de inversión inmediatos por sobre los objetivos planetarios. Las corporaciones señalan que sus accionistas no tienen porque asegurar la sobrevivencia del planeta a costa de su riqueza.
Puede o no compartirse el argumento, pero es cierto que, en el mundo capitalista, la premisa de la propiedad privada y la rentabilidad por sobre cualquier andamiaje moral es ampliamente aceptada.

La cuestión de fondo aquí es que el argumento del lucro no es válido para las instituciones multilaterales de crédito, financiadas por los estados con la finalidad de dar cumplimiento a objetivos declarados de mejora y equidad global.

Por eso resonaron estruendosamente las recientes declaraciones del mismísimo presidente del Banco Mundial, David Malpass, en un evento organizado en el New York Times la semana pasada, en paralelo a la Asamblea General de la ONU. 

Todo comenzó el martes, cuando el exvicepresidente estadounidense Al Gore se quejó públicamente de que era “ridículo tener a un negacionista del cambio climático como jefe del Banco Mundial”. Malpass fue confrontado inmediatamente por el periodista del New York Times, David Gelles, quien le preguntó si aceptaba la ciencia del clima.
Malpass trató de rechazar las preguntas de Gelles, pero finalmente respondió: "Ni siquiera lo sé, no soy científico y esa no es una pregunta".

Parece bastante lógico que si el máximo responsable de la principal institución que debería organizar el financiamiento de las acciones de mitigación y equidad se reconoce escéptico en la materia, las probabilidades de que se organicen programas y se financien iniciativas tienden a cero.

Eso explicaría perfectamente los repetidos fracasos del Banco Mundial para adoptar un plan de acción sólido sobre la crisis climática, a pesar de las súplicas que desde hace dos años formula reiteradamente el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, para que ese banco lidere el financiamiento climático.

Panorama incierto

Un coro de figuras de todo el mundo cuestionó al funcionario. La administración Biden se sumó recién el viernes por la noche, cuando el secretario de prensa del presidente de EE. UU. dijo a los periodistas: “No estamos de acuerdo con los comentarios hechos por el presidente Malpass. Esperamos que el Banco Mundial sea un líder mundial en ambición climática y movilización, así como una financiación significativamente mayor para los países en desarrollo... Condenamos las palabras del presidente”.

Palabras tan fuertes de la Casa Blanca son un gran golpe para Malpass, quien fue designado para el cargo en 2019 por Donald Trump, en virtud de un acuerdo no escrito en el que el presidente de los Estados Unidos elige al jefe del Banco Mundial y la Unión Europea designa la cabeza del FMI. El vocero de Biden dejó abierta la posibilidad de que Malpass sea removido, si otros países están de acuerdo.

Malpass permanece en el cargo por ahora, pero bajo una fuerte presión, a pesar de disculparse y tratar de explicar su negativa a reconocer públicamente el papel humano en la crisis climática.

El Banco Mundial llevará a cabo sus reuniones anuales dentro de tres semanas; Malpass puede esperar un nuevo aluvión de críticas, si todavía está en el cargo.

Más allá de los nombres y las personalidades, la cuestión es si el sacudón servirá para que de estas reuniones surjan cambios significativos en las políticas de la institución o si, aún sin el argumento del lucro, el Banco Mundial seguirá financiando el calentamiento del planeta.