Las microgotas de saliva generadas durante el habla pueden permanecer suspendidas en el aire en un espacio cerrado durante más de diez minutos, según un estudio publicado el miércoles (13), que destaca el probable papel de este mecanismo en la propagación del nuevo coronavirus.

La propagación de Sars-CoV-2 al toser y estornudar es ampliamente conocida, pero cuando hablamos, también proyectamos gotas invisibles de saliva que pueden contener partículas virales. Cuanto más pequeñas, más permanecen suspendidas en el aire, mientras que las más pesadas, debido al efecto de la gravedad, caen más rápido al suelo.

La transmisión de aire exhalado está bien estudiada para virus como el sarampión, uno de los más contagiosos conocidos,  pero los investigadores aún están tratando de cuantificar este tipo de transmisión para el virus que causa la COVID-19.

Investigadores del Instituto Nacional de Diabetes y Enfermedades Digestivas y del Riñón (NIDDK), que pertenecen a los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos, hicieron que una persona repitiera la frase "mantenerse saludable" en voz alta durante 25 segundos en una caja cerrada. En el experimento, un láser proyectado en la caja iluminó las gotas, permitiendo verlas y contarlas. Las gotas permanecieron en el aire durante un promedio de 12 minutos. Teniendo en cuenta la concentración conocida de coronavirus en la saliva, los científicos estiman que hablar en voz alta puede generar el equivalente por minuto de más de 1,000 gotas contaminadas, capaces de permanecer en el aire durante 8 minutos o más en un espacio cerrado.

"Esta visualización directa demuestra cómo el habla normal genera gotas en el aire que pueden permanecer suspendidas por decenas de minutos o más y son capaces de transmitir enfermedades en espacios confinados", concluyeron los investigadores. En un artículo publicado en la revista NEJM de abril, el mismo equipo descubrió que hablar más despacio  produce menos gotas.

Confirmar el nivel de contagio de Sars-Cov-2 hablando refuerza el uso de los cubrebocas, ahora recomendados en muchos países: el propósito no es impedir que se contagie quien lo porta (efecto para el cual los expertos afirman que carece de utilidad), si no para que una persona asintomática disminuya el riesgo de contagiar a otros.